En la mañana de antier sábado, falleció por Covid-19 el doctor Roberto Milanés. Posiblemente su nombre no le diga nada a Usted porque el médico vivía y trabajaba en Tijuana. Solo que formaba parte de un grupo de amigos que egresamos juntos de la Facultad Nacional de Medicina de la UNAM, hace muchos años. Hicimos un club que ahora con la pandemia nos reuníamos a comentar anécdotas y compartir una copita de vino mediante la magia del Zoom. Nuestro amigo ya tenía derecho a la jubilación, pero siguió trabajando y atendiendo enfermos de coronavirus porque sentía que esa era su vocación, compromiso y obligación. Sus pacientes lo contagiaron y hace dos días entregó su espíritu a un nivel superior de energía. No faltará quien diga que no es el único, que hay muchos casos similares en todo el país. Eso es verdad y por lo mismo es un hecho que impacta en el ánimo de los profesionales de la salud. La incidencia de enfermos y fallecidos entre el gremio de las enfermeras, camilleros, administrativos y médicos es la más elevada en la población de afectados. Tampoco es la primera vez que ocurre porque ya había sucedido con la tifoidea, el AH1N1 y otras enfermedades contagiosas. Y esta es la verdad que duele, lacera la confianza y hace surgir un sentimiento de inconformidad, incomprensión e indignación. ¿Por qué los profesionales de la salud cuya función es salvar vidas, tienen que pagar con la suya? Todos ellos están acostumbrados a manejarse entre enfermos ¿Cómo es que ahora resultan convertidos en enfermos y además en muertos? Esto me hace recordar otros acontecimientos igualmente desafortunados. Hace algunos años en Toluca, un cirujano y un anestesiólogo que iban saliendo de un hospital particular fueron interceptados por unos hombres quienes les pidieron ver a un enfermo en consulta domiciliaria. Aceptaron hacerlo porque ello corresponde a la vocación médica, aún cuando era de noche y estaban cansados. Un amigo médico se ofreció a acompañarlos. Pocos kilómetros después de haber pasado los límites de la ciudad , los tres fueron asesinados. Los criminales que se fingieron familiares de un paciente estaban molestos porque semanas antes, un pariente suyo había fallecido en ese hospital y había sido atendido por los galenos. Los asesinos juzgaron que ellos eran culpables y se cobraron con sus vidas. Nunca fueron identificados. Como tampoco fueron capturados los sicarios que asesinaron a los médicos que operaron al “Señor de los Cielos” y que para su mala suerte falleció en el post operatorio, algo que nadie puede prevenir ni evitar. Tampoco son los únicos casos, pero el cuestionamiento es el mismo ¿Por qué aquellos que salvan vidas, tienen que perder la suya? La respuesta todos la sabemos, porque no existe un sistema de salud ni de justicia suficientes para darles la protección y el apoyo que merecen. Desde el inicio de la pandemia, todos los hospitales del país manifestaron las carencias que se padecían y que auguraban un resultado fatal, como el que efectivamente sucedió. Las familias de los médicos asesinados no han encontrado justicia ni la reparación de los daños. La sociedad y los gobiernos quedan a deber mucho a los profesionales de la salud.




