La clase política se queja del nivel de descrédito que ha alcanzado entre la población, el fenómeno no es nuevo, desde siempre los diputados, por ejemplo, sufren un altísimo nivel de desconfianza; la respuesta no ha sido pensar cómo mejorar la percepción de los ciudadanos sobre los que hacen política, sino confundirla con la politiquería.
Hace apenas unos años en el país este fenómeno sirvió para que miles de candidatos se deslindaran de los políticos y se promocionaran como candidatos que no tenían nada que ver con la política, los independientes de un partido político presumían que eran ciudadanos, como si esa categoría estuviera lejos del ejercicio político. Y así nos fue, la mayoría de los candidatos que lograron un cargo, en su desempeño mostraron el error de elegir a quien no cuenta con habilidades y vocación para el servicio público, peor aún, a otro grupo de esos candidatos independientes lo que les caracterizó fue lo rápido que aprendieron las mañas de los políticos de alcurnia.
El problema de fondo es la satanización del ejercicio de la política y que no se generan los suficientes argumentos en la discusión pública para distinguir una práctica corrupta de lo que requiere el servicio público. Los ineptos y los corruptos podrán seguirse escudando en que no son “políticos” mientras los ciudadanos no demandemos elevar el nivel del debate, cuando se exija congruencia entre el decir y el hacer.
La semana pasada en Aguascalientes el Consejo de Laicos que depende del obispo amenazó a una funcionaria pública por la difusión de una imagen que homenajeaba a Posada y a la virgen de Guadalupe, la reacción del gobierno estatal ha sido ocultar la cabeza ante el posible enojo de los religiosos, la defensa de la libertad de expresión y el derecho a la cultura no ha provenido de la clase gobernante, por el contrario, los “políticos” guardan silencio porque esperan que el asunto se olvide; puede parecer lógico, ante la cercanía de las elecciones gobernantes y suspirantes prefieren que no se les ligue con el asunto. Muy mal escenario.
El silencio en que se guardan funciona cuando hemos vivido décadas en un ambiente político en el que se cuidan las formas antes que las ideas, en que hemos sido incapaces de dialogar con argumentos. En redes sociales, se ha defendido la idea de que el Instituto Cultural de Aguascalientes se equivocó al difundir la imagen realizada por Helguera, con el pretexto de que no se puede insultar a una población mayoritariamente católica, también se indica que fue una ingenuidad por parte de la autoridad no calcular la grosería que se estaba haciendo.
Se deja a un lado el debate posible en defensa de los estereotipos, con tal de no molestar a un grupo de religiosos y exhibir su discurso violento que no duda en amenazar, se antepone la idea de cómo es la sociedad, se permite a un grupo decidir qué sí y qué no puede ver la sociedad, se privilegia una visión del mundo que permite categorizar en buenos y malos, y con ello se consigue evadir la argumentación.
Incluso hay ineptos que le conceden la razón al Consejo de Laicos señalando que defienden la libertad de expresión, pero que para todo hay un límite, comentaristas que sin pena alguna aluden a la realpolitik por encima de las garantías individuales.
Un discurso vacío es politiquería, mantenerlo así sólo le conviene a quienes no quieren hacer política para cambiar el estado de las cosas y sólo desean servirse.
Coda. En un artículo sobre la libertad de prensa que se publica como prólogo a Rebelión en la granja, George Orwell señala que, si los “editores se esfuerzan en no publicar libros sobre determinados asuntos, no es por miedo a ser procesados, sino por temor a la opinión pública”, líneas adelante subraya el autor: “Si algo significa la libertad es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír. La gente corriente todavía se adhiere vagamente a esa doctrina y actúa en consecuencia”. Ahí estamos, en ese silencio vulgar y corriente.
@aldan
