Inició un nuevo semestre en la UAA, y sin embargo la universidad continúa sola; vacía, como ocurrió durante gran parte del año perdido, el año que se fue sin haber sido. Siguen los salones abandonados a ese silencio pegajoso que ensordece que se monta sobre techos y paredes; el mismo que aprisionó el rumor de la eterna conversación entre mujeres y hombres de ojos iluminados por volverse a ver, y sonrisas blancas, o casi. Tampoco queda nada de las voces magisteriales, bregando en este oleaje fresco y salado, para hacerse oír por encima de este clamor juvenil.
Inicia este, que es el tercer semestre en situación de confinamiento, y quién sabe hasta cuándo permanecerán los andadores desiertos, los prados sin parejas que retocen a la sombra de los pirúes y las jacarandas; sin muchachos que jueguen, conversen o se concentren en la trascendental tarea de descifrar las efímeras formas de las nubes.
Sólo una soledad de estas dimensiones podría propiciar que un gatito como el de la imagen se despoje de su proverbial estado de alerta, y deambule de un lado a otro tan quitado de la pena, sin presentir amenaza alguna.
Anda este gato de colores despacito, ignorando la recomendación del gallo universitario por el uso del cubrebocas. ¿A dónde va? ¿Qué propósito lo anima; qué busca? Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].
