La descalificación por omisión se ha vuelto sumamente efectiva como táctica en las benditas redes sociales, ante cualquier crítica que se le haga a la Cuarta Transformación y sus funcionarios, de bote pronto surge el cuestionamiento ¿dónde estabas cuándo…?, lo que sea, cualquier evento, se cuestiona cuál fue la postura de quien emite una opinión o queja, la corrupción en los regímenes priistas o la ineptitud de los panistas demanda, para los tetratransformistas, que en ese momento se haya manifestado en contra, el silencio nos hace cómplices.
Ese silencio del que nos acusan con una facilidad envidiable no siempre es cierto, pero a quienes emplean ese señalamiento como una forma de censura no les importa, basta con cuestionar dónde estábamos cuando Vicente Fox incumplió con el cambio prometido, Felipe Calderón militarizó la seguridad pública o Enrique Peña Nieto permitió que se generalizara la corrupción. Sin necesidad de prueba alguna, si se critica a López Obrador, se demanda evidencia de que siempre hemos estado del lado correcto de la historia, es decir, someterse a los designios de la Cuarta Transformación, convertirse en creyente de la buena nueva del mesías tabasqueño.
Lo que se fomenta es una polarización lejana al pensamiento crítico y a la libertad de diferir, nos estamos alejando de la variedad, la diversidad, lo que nos hace diferentes como personas y nuestra capacidad de tener opiniones encontradas sobre cualquier tema, el consenso se ha vuelto una utopía fantástica contenida en los libros antiguos, a la que sólo tienen acceso algunos cuantos, los mismos que en el momento en que la enuncian, son acusados de presumir que se sienten superiores porque ejercen desde el privilegio.
Sin cuidado, sin matices, gracias a la polarización, hemos llegado a un punto en que nada de lo que diga cualquiera puede ser escuchado tratando de encontrar puntos de contacto, el discurso del otro se recibe desde la clasificación que le conviene al otro para transformar a quien emite un mensaje en el adversario, el enemigo. En todos los campos, si alguien postula que los millennials cualquier cosa, se le señalara como un boomer o un inadaptado; si se defiende el derecho a la incredulidad, no pasa mucho tiempo para que se te designe como un conservador; si se indica la falla de un gobierno, la ausencia de acciones, eres de oposición, dependiendo de la entidad federativa en la que vivas o el miedo que se emplee para hacer pública tu opinión, eres descalificado, es necesario probar la fidelidad con una idea o consigna para colocar una palomita de buen comportamiento.
Cada vez son más escasos los ejemplos de quienes pueden tener ideas diferentes, diversas, sobre algún tema porque hoy se exige el pensamiento unificado, sólido, concreto de una oposición o alienación constante, se considera que es una obligación mantenerse fiel a una creencia o idea de manera continua, y con eso se nos niega la posibilidad de aprender, experimentar y rectificar, modificarnos.
Todos entendemos que nadie tiene la verdad absoluta, pero pocos lo aplicamos al momento de externar nuestras opiniones. Las encuestas lo dicen, la pluralidad de opiniones escritas en los medios de comunicación o en las redes sociales lo indican, pero hemos dejado de ver los matices para convertirnos en adversarios, es todo o nada, con lo que yo creo o contra mí.
Sin ningún respeto al método científico, a la racionalidad, se descarta a partir de una serie de cláusulas simplísimas al otro. Ya no estamos escuchando, requerimos pruebas y esas se verifican en blanco y negro, depende de si se atino a la casilla correcta, sin posibilidad de ampliar la respuesta, es sí o es no, es en contra o a favor.
Experimentamos a partir de los extremos, de los excesos, no de lo que pensamos y la oportunidad de dialogarlo, porque hoy la prueba sólo consiste en establecer de qué lado se está.
Coda. Pascal, sólo eso: “Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón”.
@aldan




