Con vileza egocéntrica que caracteriza a quienes eligen presentarse como víctimas antes que asumir su responsabilidad, el presidente Andrés Manuel López Obrador acusó a las mujeres organizadas que se manifestarán de estar preparando marros, sopletes y bombas molotov, con el propósito de “proyectar la imagen de un México en llamas porque no están de acuerdo con la transformación que estamos llevando a cabo”.
A López Obrador no le interesa diálogo alguno, sólo le importa la imagen que de sí mismo quiere proyectar, por eso desacredita con facilidad lo que otras hacen y alecciona a las mujeres acerca de por qué sus demandas no son feministas sino “una postura conservadora reaccionaria en contra nuestra, en contra de la política de transformación, que es una postura totalmente política, ¿y saben de quién?, de los que enarbolan —supuestamente también— la igualdad de género, la igualdad ante la ley, la igualdad ante Dios, pero se les olvida, porque no les conviene, la igualdad económica y social. No están pensando en combatir la pobreza, que afecta a hombres y a mujeres, la igualdad económica y social que tiene el mismo rango que la igualdad de género, que la igualdad ante la ley”.
Poco antes de que la pandemia de coronavirus condenara al mundo al confinamiento, en México, el movimiento de las mujeres organizadas logró visibilizar y colocar en la discusión pública las deudas históricas que tenemos como sociedad, la violencia y la desigualdad en primer lugar, así como la violación constante e institucionalizada de los derechos humanos y la impunidad; la marcha del 8 de marzo del 2020 no sólo fue la expresión de la justa ira, mucho menos la aparición de los grupos violentos que se infiltran en todos los movimientos para aprovechar y destruir monumentos, saquear tiendas y cometer delitos varios con el único afán de provocar a la autoridad; al día siguiente, las mujeres convocaron a un paro nacional, el 9 de marzo del 2020 ellas evidenciaron las consecuencias de abstenerse de trabajar, esta ausencia laboral se estima en una pérdida económica de más de 40 mil millones de pesos, en un solo día sin ellas.
La pandemia no sólo condenó a que se redujeran las manifestaciones públicas, a las demandas de las mujeres, las invisibilizó; con la ayuda de las redes sociales y los medios de comunicación, las ocasiones en que se manifestaron, por el morbo, la atención se concentró en criminalizar la protesta y estigmatizarlas, se les acusó de violentas, de no saber lo que pedían, de no seguir los cauces institucionales; aprovechando la ignorancia, los grupos conservadores comenzaron a sembrar el miedo, como lo hicieron con el movimiento de defensa de la diversidad sexual, demonizaron los reclamos de las mujeres, etiquetando sus peticiones como intentos de la “ideología de género” por apropiarse del poder.
Los datos de la violencia contra las mujeres son abrumadores, 10 feminicidios diarios, miles de mujeres desaparecidas, suman millones las víctimas de violencia física, emocional y sexual, los delitos contra ellas relacionados con la violencia familiar en aumento, como consecuencia del confinamiento al que obligó la pandemia; ante el repunte de todos estos indicadores, la respuesta de la administración federal de la Transformación de Cuarta ha sido reducir el presupuesto para atender y prevenir la violencia contra las mujeres, ¿por qué?, ya lo confesó el presidente, porque la víctima es él.
Ciego ante su palabra, la única que vale, López Obrador le hace juego a los grupos de extrema derecha, en los hechos, al descalificar las justas demandas de las mujeres por estar en contra de su transformación, asume la postura conservadora reaccionaria de la que se dice enemigo, revelando así su verdadera naturaleza, la de un egoísta mentiroso obsesionado con victimizarse.
Coda. El único deber que tenemos con la historia, escribió Oscar Wilde, es reescribirla. Voltaire señala que la única forma de escribir la historia es en libertad, por eso, que hoy las calles sean de ellas, para que mañana podamos transitarlas todos, en igualdad.
@aldan




