Judith Amador
El inicio de la segunda década del siglo XX, marcado por una pandemia y una revuelta social, podría parecerse al contexto actual, pero ahora no hay lucha armada aunque la batalla por el poder político siga siendo campal.
Difícilmente volverá a sentirse el espíritu renacentista que siguió a ese periodo de México y dio origen a uno de los movimientos artísticos más importantes: El muralismo, que hoy reclama una declaratoria oficial como monumento artístico, más allá de la que tienen los llamados “tres grandes”, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
Imaginar a los inmensos pintores, algunos entonces muy jóvenes, trabajar simultáneamente, cada uno en sus andamios y con su equipo, en los muros de la entonces Escuela Nacional Preparatoria (ENP), entusiasma al poeta, ensayista y promotor cultural Eduardo Vázquez Martín, coordinador ejecutivo del ahora Antiguo Colegio de San Ildefonso:
“En los mismos días estaban en un andamio Diego Rivera, en otro Jean Charlot, en otro Fermín Revueltas, en otro Ramón Alva de la Canal, Fernando Leal, un poco más tarde se incorporarían José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
“Y no estaban solos, tenían equipos donde participaban Xavier Guerrero con Siqueiros, Máximo Pacheco apoyando a Revueltas y a Ramón Alva de la Canal, Charlot asistía a Rivera y también Carlos Mérida, todos junto con otros trabajadores más humildes que alistaban los andamios, la preparación de las materias primas, la limpieza de los muros, etcétera.”
San Ildefonso, destaca el poeta, es la cuna del muralismo mexicano, porque “son los primeros murales de quienes definieron al movimiento y la Escuela Mexicana de Pintura”. Es decir, todos los artistas mencionados comenzaron a hacer su primera obra muralística en 1922 en ese recinto, aun cuando en 1921 Roberto Montenegro estaba pintando ya El árbol de la vida, en el cercano extemplo de San Pedro y San Pablo.
En un recorrido por los murales –actualmente en trabajos de mantenimiento y limpieza– y una entrevista en sus oficinas en San Ildefonso, Vázquez Martín habla de la importancia de esta corriente y la del estridentismo, que a decir suyo constituyen las dos grandes vanguardias aportadas por México al mundo.
Asimismo adelanta algunas de las actividades conmemorativas del centenario. Iniciaron el jueves 24 de febrero pasado, con la apertura de la exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro), con más de 100 obras de Rafael Cauduro. Y continuarán con dos muestras más: la primera del pintor ruso mexicano Vlady, y para octubre la del muralismo, que irá acompañada de un libro.
Varios elementos hicieron el “caldo de cultivo de un momento en la historia realmente único” en el cual nació el muralismo: Los pintores tuvieron de su lado al entonces secretario de Educación Pública y exrector de la Universidad Nacional, José Vasconcelos, quien poseía una idea clara de la cultura del país; al director de la ENP, Vicente Lombardo Toledano; y el presidente era Álvaro Obregón, que institucionalizó la Revolución Mexicana.
Añade Vázquez Martín que acababa de pasar también la revolución rusa de octubre de 1917, con el triunfo de los bolcheviques, y estaban en ebullición las vanguardias europeas, como el futurismo italiano, en Rusia el constructivismo y el futurismo con artistas como el poeta Vladimir Mayakovski, y en México el también poeta Manuel Maples Arce lanzaba el estridentismo:
“Siqueiros, animado por esas corrientes, escribió (en la revista Vida Americana) un manifiesto a los pintores, llamándolos a hacer suyo el espíritu de las vanguardias europeas.”
Los pintores, relata, se bajaban de sus andamios para ver lo que hacían los otros, había competencia pero también una camaradería que da origen al Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores de México (SOTPE), ahí mismo en San Ildefonso.
Describe a los pintores conscientes de ser partícipes de un momento de transformación en un proyecto político, educativo y cultural como el de Vasconcelos, y deciden organizarse gremialmente en ese sindicato. Parecería raro que los sindicatos fueran impulsados por el propio Estado, acababa de formarse la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM) con Luis N. Morones, pero era el espíritu de la revolución y el socialismo.
Incluso Maples Arce escribe un poema sobre el sindicalismo, al cual ve como punto de unión entre la revolución, el anarquismo y anarcosindicalismo, que con el comunismo tenían fuerte presencia en México. Los miembros del SOTPE crean el periódico El Machete para difundir sus ideas sociales y estéticas.
En todo ese contexto surgen ideas: Charlot con Leal valoran el papel de la gráfica y nace el grupo ¡30-30!, más adelante el Taller de la Gráfica Popular (TGP). Todos ellos unidos por ese espíritu renacentista, subraya el escritor, y remite a libros como El Renacimiento del muralismo mexicano, 1920-1925 de Jean Charlot, quien comparaba el movimiento con el Renacimiento europeo; la autobiografía de Orozco; y El arte y los monstruos de Leal, entrevistas, charlas y textos con reflexiones de Rivera y Siqueiros.
Todo dispuesto
Cita que Orozco consideraba que “la mesa estaba servida” para el desarrollo de esta corriente, en alusión a los artistas que les precedieron: Saturnino Herrán, Gerardo Murillo Dr. Atl y Alfredo Ramos Martínez, pues lucharon en la Academia de San Carlos contra el academicismo europeo, en el cual los artistas mexicanos se formaban dibujando yesos traídos de escuelas de arte de allá y siguiendo las formas del romanticismo poético, pues los modelos, los cuerpos eran europeos. Y son estos pintores, maestros de los muralistas, quienes voltean a ver el paisaje y los rostros mexicanos. Vázquez recuerda incluso que Herrán y Dr. Atl también realizaron murales.
–¿Quizás en esa mesa también coincidía que estuvieran Vasconcelos y Toledano con su política cultural y educativa, y hacen el momento irrepetible?
–Bueno, nunca se repite nada en la historia, quizá las tragedias se parecen. México había perdido 10 millones de personas en la revolución, y se nos olvida que no todos murieron a tiros, más de la mitad fue por la pandemia de gripe española que los ejércitos en movimiento regaron por el país y en los cuarteles.
“Pero el país renacía, había un espíritu de renacimiento, se pensaba que la parte militar ya había pasado, todavía moriría asesinado Obregón, pero la guerra generalizada había terminado, la pandemia había llegado a su fin, y el siglo –que es el siglo de las revoluciones– anunciaba una transformación radical en el mundo, no sólo en México. Entre la Revolución Mexicana, la bolchevique y las vanguardias (dadaísmo, surrealismo, estridentismo, futurismo y las corrientes estéticas que transformaban el arte en la Rusia de Lenin), el mundo estaba en un momento único de la historia, se sabía, se sentía, así se veían ellos a sí mismos.”
Ciertamente no volvería a darse el movimiento mural, pero se le insiste en si es posible un renacimiento, puesto que en México se está dando por cercano el fin de la pandemia y hay luchas sociales o por el poder, aunque no armadas. Guarda silencio unos segundos para reflexionar y responde:
“Observo que hoy la cultura mexicana se está replanteando profundamente sus paradigmas. Evidentemente, hay la idea del artista como agente social de transformación, que puede sonar a eco de aquellos artistas, pero quizá hoy la parte más radical y muchas veces más interesante se ve en el arte independiente, que no forma parte de un proyecto público sino de las colectividades.”
Enfatiza que los muralistas y creadores de la Escuela Mexicana de Pintura (EMP) se consideraban a sí mismos como los grandes educadores, se veían en Vasconcelos, les tocaba contar la historia de México. Y además como el propio fundador de la SEP y Charlot lo decían, consideran en el proyecto tres elementos:
La revaloración del mundo prehispánico, más que la Independencia, “como lo dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad”.
Por otro lado el arte del virreinato y de la conquista espiritual, pues “sabían que la plástica barroca, sus murales y cuadros en los conventos e iglesias habían sido esenciales para la conversión”. Entonces echaron mano de esa “enorme herramienta evangelizadora, para la evangelización revolucionaria que planteaba Vasconcelos, y sin ocultar la deuda con las ideas religiosas les llamaba misiones, eran misioneros los que iban a llevar la palabra educativa de la revolución”.
El siguiente elemento es el arte popular. Charlot, recuerda Vázquez, consideraba que el mejor arte mural estaba en los mercados y pulquerías, especialmente en éstas encontraba más humor, calidad y picaresca.
Y a decir del pintor de origen francés, hubo una cuarta influencia, las vanguardias, “la idea de que el arte tiene un papel similar al de las fuerzas militares y armadas, porque la palabra vanguardia viene del mundo de las armas, viene de las revoluciones, y asumen que el arte va a ocupar un lugar en la transformación revolucionaria del mundo”.
En opinión de Vázquez, si en algún lugar está representada la idea de una Cuarta Transformación es justo en el mural Epopeya del pueblo mexicano de Diego Rivera en Palacio Nacional, pues “se representan la conquista como una herida brutal e irreconciliable, una idea que no tenía Vasconcelos, es sólo de Rivera y no está presente en San Ildefonso, la idea de Vasconcelos era el sincretismo y la convivencia de diferentes mundos”.
Muralismos vigentes
Vázquez adelanta que en el segundo semestre de este año se abrirá con la curaduría de Claudia Albertani y el apoyo del Centro Vlady de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la exposición del pintor nacido en 1920 en San Petersburgo y fallecido en 2005 en Cuernavaca, miembro de la Ruptura y autor de los murales de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada (que conmemoraría el centenario de su natalicio y por la pandemia se postergó).
–¿Una lección para quienes están censurando las expresiones artísticas rusas?
–No lo había pensado, qué interesante. Es un ruso mexicano, un vanguardista, el título es muy contemporáneo: Revolución y disidencia, porque no hay revolución o transformación sin disidencia. La historia de su familia (perseguida por el régimen estalinista), su visión del drama trotskyano es esencial en toda su obra y muy oportuna para volver a entender a Rusia.
Esta exhibición sucederá a la de Cauduro, quien también “se incorpora a la historia del muralismo con una obra absolutamente crítica en la Suprema Corte de Justicia de la Nación”, titulada Los siete pecados capitales, una historia de la justicia.
Asimismo, se inaugurará en uno de los patios traseros de San Ildefonso una fuente realizada por Vicente Rojo, miembro igual de la Ruptura, que incursionó en el muralismo a través de sus diseños (no pintura), como lo muestra la fachada del Museo Kaluz en Paseo de la Reforma, junto con una intervención funeraria donde colocarán las cenizas de Octavio Paz y su esposa Marie José Tramini.
Y hacia octubre vendrá la exposición, acompañada de un libro, del muralismo. Ambos, explica Vázquez, tienen el propósito de salir de la noción de los tres grandes para entender el fenómeno en su globalidad, momento histórico y de la cultura en México.




