Debajo de la infraestructura viaria de la urbe, en concreto de los puentes vehiculares, construida primordialmente en el segundo anillo de circunvalación en años recientes en la ciudad de Aguascalientes, se encuentran emplazadas al aire libre esculturas de factura geométrica que forman parte de un referente de la paisajística urbana que proyecta, una falsa ostentosidad que aparenta una realidad que no se corresponde con las condiciones precarias de vida de miles de personas que habitan otros puntos de la ciudad.
Puntos que son resonancia, expresión y materialización de una política de movilidad gubernamental fallida que fomenta entre otros factores, el uso individual de los vehículos automotores y el consumo voraz de combustibles fósiles
Sería deseable, proyectar un arte público que conviva con la ciudadanía, que participe de su concepción, forma, contenido y significado, siendo tomada en cuenta mediante una acción de democracia participativa desde la planeación, para que los distintos grupos sociales pronuncien sus valores, gustos y aspiraciones como constructores de la ciudad, para que no resulte solamente la obra pública en intenciones, en fachada y apariencia como una versión de la imposición de gustos ajenos a éstos.
Vemos la idealización de un mundo que no existe, que pretende suplantar la cruda realidad de los barrios marginales y degradados, aquello se trata de un artificio, siendo el camino la búsqueda de un arte exento de barreras físicas, simbólicas y no elitistas.
El arte público para habitar la ciudad, ha de desacralizarse y bajarle del pedestal, quitarle ese halo de divinidad, de conmemoración y monumentalidad, mediante la participación que genere una actitud activa de parte del ciudadano, que motive la sensibilidad colectiva, para que se involucre en procesos de cocreación con un grupo transdisciplinario de las más variadas áreas del conocimiento, de las humanidades y de las ciencias, para que ese espacio impuesto supere el tratamiento escenográfico, por lo que estamos frente a una tendencia que replantea una vertiente del arte público, más no nueva del género, ya que desde los años 70 del siglo pasado sus metodologías han permeado propuestas urbanísticas por todo el orbe.
Algo semejante sucede con la visión del artista y educador alemán Joseph Beuys, quien planteaba que “todo hombre es un artista”, por el hecho de ser humano, conduce al concepto de escultura social mediante el involucramiento activo entre artistas y ciudadanos, quienes, de esta manera, crean diálogos y lazos de colaboración, que conllevan a nuevas estéticas y a la revitalización urbanística del lugar donde se vive, en muchas acciones mediante el involucramiento del gobierno, de la iniciativa privada y la convicción de la sociedad.
Los bajo puentes vehiculares, por encontrarse en lugares abiertos, pueden ser puntos de encuentro y de convivencia y no sólo de tráfico vehicular o peatonal cotidiano, representan también una oportunidad de mejoramiento de la imagen urbana.
Esta idea aplica exiguamente en Aguascalientes como política pública. Hay bajo puentes que se encuentran en zonas habitacionales de carácter popular, marginadas y por ende desfavorecidas por su condición económica cuyos habitantes carecen de influencia política quedando relegados de la toma de decisiones haciéndose necesario el entrar en el radar del diagnóstico de los planes de desarrollo institucional gubernamental para ser atendidos.
Por lo que, estos espacios son y se perciben como hostiles y homogeneizados, pues son el espejo de una política de planeación urbana que en la práctica es omisa o que puede leerse como discriminatoria, que deshumaniza, por lo anterior esos lugares se tornan en territorios inseguros y acumuladores de basura, expuestos al deterioro y al olvido.
Más esos sitios, en contraste con aquellos que se encuentran en las zonas residenciales de clase media y alta de la ciudad, cuentan con un variado equipamiento y mobiliario urbano que incluye además de esculturas y galería urbana, un diseño de paisaje que conjuga lo ambiental y lo humano, espacios ajardinados y sostenibles que elevan la calidad de vida de quienes viven en sus inmediaciones y que les proyectan una grata sensación de paz y bienestar.
No obstante, hay que considerar que en esos espacios públicos tiene lugar la materialización de gustos estéticos manidos y de la producción de piezas artísticas de nimia calidad formal, estética y comunicativa, estilos que proliferan por otros lados de la ciudad y que emulan con cierta contemporaneidad los dudosos gustos de las clases pudientes, siendo esto último un referente a lo que se considera en arte como lo kitch, término derivado de voces del alemán y del inglés, utilizado para dar una connotación peyorativa a aquello que se supone es arte, que de la misma manera significa “coleccionar basura de la calle”, o bien fabricar basura, de conformidad con algunos autores.
Al mismo tiempo y por el contrario, los bajo puentes son muestra de la desigualdad social, que enmascaran la pobreza donde el equipamiento urbano es de bajo coste, incubando un universo ficticio y paradigmático de una ciudad que pretende ponderar la equidad y la inclusión social, pero que no lo consigue pues el paisaje del que forma parte se diluye entre el anonimato, desvalorización y la falta de voluntad política.
El punto es que el centro de las ciudades, han de ser las personas, sus habitantes, por lo que hay que renovar el paisaje como acción de democracia participativa como se ha señalado, que convoca a tomarle como un espacio de expresión de identidad y pluralidad social incluyente, que recurre al arte público como una herramienta de mejoramiento de las condiciones de vida, y de igual manera como equilibrio entre cultura y naturaleza.
Esos bajo puentes son herencia del modelo de movilidad. Es claro que aumentar la capacidad vial e incrementar la velocidad de los traslados en la ciudad en vehículos particulares, llevará más temprano que tarde a la saturación vehicular, pues se estimula más la compra de vehículos automotores.
Esta política de movilidad destina más espacio público a los vehículos que a los ciudadanos, saturando las calles y arrancándolo a las personas, desdeñando la movilidad peatonal y el uso de la bicicleta, pues no optimiza la infraestructura vial existente, y por otro lado, no promueve realmente el uso de transporte público masivo eficiente y conectado que podría sumar también, a ese grupo de personas que viajan individualmente en autos privados, estas acciones permitirían ocupar el menor espacio posible, para ser destinado a otros usos convenientes a la sociedad.
Los bajo puentes han de ser espacios estéticos, de calidad, ecológicos, ambientalmente sostenibles, para que cubran necesidades culturales y de esparcimiento de la ciudadanía que participa y decide sobre su destino, para buscar un equilibrio que ensaya, aunque paliativamente, afrontar la desigualdad social y de algunas de sus caras como es la violencia, escapar del hábitat caótico en el que se encuentra sumergido, en una ciudad que reporta una significativa contaminación sonora, visual y atmosférica.
Voy cerrando con la siguiente cita de Oscar Olea: “…se trata de darle lugar a un arte social que descubra los valores auténticos de la civilización […], un arte útil para la comunidad en su sentido más riguroso: regeneración del espacio público, revitalización semiótica de los objetos urbanos, la conformación de espacios lúdicos y de información, todo ello con la participación real o virtual de la comunidad”.
En consecuencia, se trata de generar espacios seguros, una ciudad legible mediante el arte como herramienta de transformación individual y colectiva, en toda la extensión de sus dimensiones, que creen nuevas paisajísticas urbanas, micro sitios culturales y ecológicos, que ofrezcan usos resignificados a esos entornos que proyectarán calidez, inteligencia y sensibilidad. Lugares que, por ende, incuban entre las personas un sentimiento de pertenencia al espacio barrial próximo donde viven, facilitando a esos grupos sociales, la cohesión que les unirá solidaria e identitariamente.




