En los discursos oficiales, el nearshoring se presenta como la solución mágica para el desarrollo económico: una estrategia que promete atraer inversiones, generar empleo y elevar el bienestar social de las comunidades receptoras. ¿Quién podría oponerse a una táctica que, en teoría, convierte regiones enteras en imanes de productividad y prosperidad? Sin embargo, detrás de estos relatos optimistas, se ocultan aspectos menos glamorosos: precarización laboral, presión sobre los servicios públicos, gentrificación y un impacto ambiental que suele quedar convenientemente fuera del discurso político. Porque, claro, no hay crecimiento sin costos, pero esos costos rara vez los pagan quienes celebran la llegada de las fábricas.
El espejismo de la prosperidad
El nearshoring, o la relocalización de procesos productivos a países cercanos, ha posicionado a México como un destino atractivo para empresas que buscan reducir costos y acercarse a sus principales mercados, especialmente Estados Unidos. La promesa es tentadora: empleos, desarrollo y modernización. Pero, ¿qué tan real es este panorama?
Según la Gaceta UNAM, aunque México ha experimentado un notable crecimiento económico y desarrollo manufacturero gracias a tratados como el T-MEC, este crecimiento no ha sido uniforme. Algunas regiones y sectores se han enriquecido, mientras que otros han quedado rezagados, ampliando la brecha de desigualdad. Además, la falta de políticas de sostenibilidad ha llevado a un impacto ambiental adverso, planteando cuestiones críticas sobre el costo real del desarrollo económico.
Empleos: ¿Calidad o cantidad?
Es innegable que la llegada de empresas extranjeras genera empleos. Sin embargo, la calidad de estos puestos de trabajo es cuestionable. Muchos de ellos son de baja remuneración y carecen de prestaciones adecuadas, perpetuando ciclos de pobreza y desigualdad. Además, la alta rotación laboral y la falta de oportunidades de crecimiento profesional son comunes en estas industrias.
Un análisis de la Universidad de Georgetown destaca que, aunque el nearshoring puede aumentar las exportaciones manufactureras y el PIB de México, es esencial contar con una oferta elástica de mano de obra calificada y un marco institucional que promueva el cumplimiento de los contratos. Sin estas condiciones, los beneficios pueden ser limitados y no sostenibles en el largo plazo.
Impacto ambiental: el elefante en la habitación
La relocalización industrial trae consigo desafíos ambientales significativos. El aumento de la actividad manufacturera puede conducir a una mayor contaminación del aire y el agua, generación de residuos tóxicos y presión sobre los recursos naturales. Según datos de la Comisión para la Cooperación Ambiental del T-MEC, México vierte más de 5,300 millones de kilogramos en emisiones y transferencias de contaminantes de origen industrial, un crecimiento superior al 74% con respecto al 2014.
Además, la falta de una regulación ambiental estricta y la débil aplicación de las leyes existentes permiten que muchas empresas operen sin considerar el impacto ecológico de sus actividades. Esto no solo degrada el medio ambiente, sino que también afecta la salud y el bienestar de las comunidades locales.
Presión sobre los servicios públicos y gentrificación
La llegada masiva de empresas y trabajadores a ciertas regiones puede saturar los servicios públicos, como transporte, salud y educación. Las infraestructuras locales, a menudo ya deficientes, se ven desbordadas, afectando la calidad de vida de los residentes.
Asimismo, el aumento en la demanda de vivienda puede disparar los precios, desplazando a las poblaciones locales y fomentando procesos de gentrificación. Las comunidades originales se ven obligadas a abandonar sus hogares, perdiendo su identidad y cohesión social.
Una mirada crítica
Si bien el nearshoring ofrece oportunidades económicas, es fundamental abordar sus desafíos con una visión crítica y holística. Es necesario implementar políticas que aseguren empleos de calidad, protejan el medio ambiente y fortalezcan las infraestructuras y servicios públicos. Solo así se podrá garantizar que el desarrollo sea verdaderamente sostenible y beneficie a toda la sociedad, y no solo a unos pocos.
Porque, al final del día, el verdadero progreso no se mide solo en términos económicos, sino en la calidad de vida y el bienestar de todas las personas.




