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viernes, diciembre 5, 2025

La banca para personas solas | Cuentos de la colonia surrealista por: Alfonso Díaz de la Cruz 

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Cuentos de la colonia surrealista 

La banca para personas solas 

La banca para personas solas está ubicada frente a una cafetería abierta en medio de un pequeño centro comercial  en el pueblo donde vivo. Pese a lo que pueda referir inicialmente el duro nombre; éste no hace referencia al hecho de que las personas que la ocupan se encuentren realmente solas en sus vidas, sino al mero hecho de que, pese a que en esa banca puedan caber hasta cuatro personas, al igual que en el resto de las bancas del centro comercial, en esa banca en particular jamás se sienta a la vez más de una persona aunque dicha persona vaya acompañada. 

No es una regla y casi nadie lo sabe, pese a que hay una plaquita que así lo indica, pero es un hecho confirmado que descubrí por casualidad. 

Bebía yo un café mientras leía un libro de Juan Rulfo en la pequeña cafetería, justo en la mesa que se encuentra frente a esa, cuando me di cuenta. Cada que terminaba un cuento de Rulfo levantaba la cabeza y veía a una persona diferente sentada en la banca. La particularidad no era ésa; la particularidad era, como ya se ha dicho, el hecho de que aunque se tratara de personas acompañadas solamente una persona ocupaba la banca. 

Una. Siempre una. 

Al principio, claro está, pensé lo que cualquiera pensaría en una observación como ésa: que se trataba solamente de una casualidad. Pero conforme pasaban los minutos y los cuentos en mi lectura, la casualidad no hacía más que definir un patrón de individualidad en las personas que ocupaban la banca. Y no es que exista una prohibición para no compartir la banca o que las otras bancas no lleguen a ocuparse en ocasiones por una única persona, sin embargo, aunque eso llega a ocurrir, dichas bancas también llegan a ser compartidas por parejas, familias, amigos y hasta por desconocidos; cosa que no ocurre en la banca de las personas solas, que en ese entonces no se llamaba así ni tenía la plaquita que indica su nombre. No. En definitiva, durante toda mi lectura y estancia en el café, esa banca fue ocupada solamente de manera individual por todos los que hicieron uso de ella. 

Naturalmente esto despertó mi asombro ante la coincidencia de los hechos, pero también mi curiosidad. ¿Era realmente una coincidencia como la razón indicaba o se trataba realmente de una ley no escrita que todos respetaban? 

Decidido a averiguarlo, me propuse volver a la cafetería a realizar una observación que descartara mi suposición, (a veces, pese a lo obvio de las cosas, necesitamos verificarlas repetidamente, solamente para cerciorarnos de su veracidad o falsedad) de manera que, al día siguiente, cargado de los cuentos de Quiroga, y un bolígrafo y una libreta para registrar mis observaciones, acudí a la pequeña cafetería y, tras ordenar un café americano, me senté en la misma mesa, frente a la banca de las personas solas y puse manos y ojos a la obra. 

Y entonces  ocurrió lo impensable. Volvió a suceder lo mismo que el día anterior. Cada vez que la banca era utilizada, lo era por no más de una persona, independientemente de si ésta iba o no acompañada. 

El fenómeno se repitió durante todo el día y, ante mi resistencia de aceptar lo que no podía ser por carecer de una explicación lógica, volví al día siguiente para repetir mi observación. Y al siguiente. Y al siguiente de éste. Y así durante tres meses en los que no sólo me volví un rostro conocido en la cafetería sino que, además, agoté la lectura de todos los libros de cuentos que tenía. Y todo para obtener el mismo resultado concluyente cada día: En esa banca en particular, independientemente de la situación no se sentaba ni se sienta más de una persona a la vez. Aunque no exista una ley. Aunque no estuviera escrito, así ocurre y de manera tácita todos lo cumplen; como si la banca les indicara de alguna forma y ejerciera un magnetismo repelente toda vez que alguien intentara acompañar a quien estuviese sentado. 

Durante tres meses pude ver desfilar a un gran número de personas que en algún momento ocuparon la banca de las personas solas: Una señora esperando a que su hija saliera de la zapatería, un señor que se sentó a amarrarse las agujetas, ocho señores con bigote, un muchacho atendiendo su celular, una muchacha con huaraches, un evangelista revisando sus revistas, un seños con la playera del Pachuca sacando dos monedas de un monedero rosa, un muchacho con ropa de gimnasio y lentes oscuros, una vendedora de rosas (a ella la vi dos veces), un lustrador de zapatos, un niño jugando al escondite, un hombre con traje gris, uno con corbata verde, dos hombres con traje negro, una señora hablando a gritos por el celular, una muchacha de ojos grises, una niña disfrazada de princesa, una mujer policía, dos soldados, un boy scout (tres veces), un japonés, una turista presumiblemente alemana, una señora gorda con dos perros (los dos perros se quedaron en el suelo), una monja, un bajista que afinó su bajo en la banca, un señor vendiendo globos y muchas, muchísimas personas más. 

Al término de la observación del último día del tercer mes, concluidas mis pesquisas y confirmando como una verdad absoluta e inexplicable lo improbable, me levanté de la silla que ocupaba y me dirigí hacia la pequeña banca con determinación. 

Me senté en ella (solo) y me dejé estar durante un par de minutos. Pasados los dos minutos saqué una pequeña plaquita que había preparado para tal efecto durante mi última semana de observación y, con sumo cuidado, utilizando un poco de cinta adhesiva, la fijé en el extremo izquierdo de la banca. 

A fin de cuentas, aunque nadie ha reparado ni en el fenómeno aquí descrito y vivenciado diariamente, ni en su pequeña plaquita de metal, la banca se la había ganado con todo y las cinco letras que tiene escritas y que toda persona que preste un poquito de atención puede leer: 

“LA BANCA PARA PERSONAS SOLAS”

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