Si alguna vez soñaste con cruzar el charco para vivir la experiencia americana —comprar en outlets, tomarte selfies frente a la Estatua de la Libertad o comerte una hamburguesa triple en Las Vegas—, puede que quieras pensarlo dos veces. O al menos eso están haciendo miles de turistas internacionales que han decidido que ir a Estados Unidos bajo la administración Trump es como jugar a la ruleta rusa con sus vacaciones (y su dignidad en la aduana).
Según el New York Times, el ambiente enrarecido que ha cultivado la administración Trump ha convertido el turismo en Estados Unidos en un deporte de riesgo. Entre amenazas arancelarias, discursos incendiarios, y una política migratoria tan flexible como una piedra, el país ha dejado de ser un destino deseado para muchos viajeros extranjeros. Y no es solo por el tipo de cambio o los hoteles que cobran hasta por respirar: es por la sensación creciente de que, como turista, no eres bienvenido.
No es una metáfora. El País reporta casos reales —y francamente surrealistas— como el de un científico francés rechazado por sus opiniones sobre Trump encontradas en su celular, una banda punk británica deportada sin explicación, o una mochilera galesa detenida por tres semanas por tener “la visa equivocada”. Si alguien pensaba que Estados Unidos solo aplicaba mano dura en las películas, ya se dio cuenta que Homeland era un documental.
Y no, no es paranoia: varios países europeos han actualizado sus advertencias de viaje a EE. UU., recordándole a sus ciudadanos que tener visa o ESTA no es garantía de entrada. Las estadísticas avalan esa preocupación. Tourism Economics, citada por los tres medios, inicialmente proyectaba un crecimiento del 9% en los viajes internacionales hacia EE. UU. en 2024. Ahora predice una caída del 5%. Y eso es siendo optimistas.
Los datos son contundentes. En febrero, el cruce de canadienses por tierra cayó un 23%, y por aire, un 13% (El País). Las aerolíneas, como Delta y American Airlines, ya ajustaron sus previsiones a la baja. United redujo frecuencias a Canadá, su segundo mercado más importante. El turismo europeo también empezó a desinflarse, y en marzo la caída será más marcada. Solo en Europa, el turismo a EE. UU. representa 155 mil millones de dólares anuales (El País), pero hasta los amantes de los parques nacionales, como el alemán Christoph Bartel, están cancelando en masa: “No me parece bien apoyar la economía estadounidense cuando el presidente está causando tanto sabotaje”, dijo a The New York Times.
El golpe no es menor. Forbes estima que la pérdida por esta caída en el turismo superará los 64 mil millones de dólares en 2025. Y si alguien piensa que esto es solo una pausa pasajera hasta que los ánimos se enfríen, vale recordar que ya vivimos algo parecido durante el primer mandato de Trump. En aquel entonces, el turismo desde países como México, China y Medio Oriente se desplomó tras la retórica agresiva del expresidente. Ahora, la historia se repite, pero amplificada.
El impacto va más allá de los grandes números. En Nueva York, por ejemplo, empresas como Real New York Tours están al borde del colapso. “Veinte autobuses llenos de personas mayores me acaban de cancelar”, dijo su dueño al New York Times, “si esto no mejora en verano, tendré que despedir personal”. Mientras tanto, agencias estatales como Visit California y NYC Tourism+ Conventions intentan salvar lo que queda con campañas que aseguran que “todavía eres bienvenido”. Solo falta que repartan estampitas con la cara de la Estatua de la Libertad diciendo: “¡Te juro que no soy como él!”.
Pero los turistas, al parecer, ya no están tan dispuestos a separar el país de su presidente. Y mucho menos a pagar propinas del 20% por un servicio que empieza con una revisión de celular y termina con una deportación exprés. Como dijo irónicamente Adam Sacks, presidente de Tourism Economics, a Forbes: “Literalmente no se gana nada con la postura adversa hacia Canadá o Europa”. Bueno, quizá sí: récords históricos en cancelaciones.
En resumen: Estados Unidos está perdiendo millones de dólares, miles de visitantes, y un cachito más de su reputación internacional. ¿La culpa? Una mezcla tóxica de geopolítica, malas formas y discursos que harían sonrojar a un diplomático del siglo XIX. Todo eso empaquetado en la frase “Make America Great Again”, pero en versión repelente de turistas.




