Cuentos de la colonia surrealista
Día de los inocentes
Por no encontrar una expresión más adecuada, hemos de asentar que siempre se hicieron pendejos con eso de las bromas del día de los inocentes. Fue por ello que Mayra y Arturo, después de casi siete años de matrimonio, decidieron, cada quién por su lado, hacerle una broma a su pareja y darse la oportunidad de disfrutar de la temática del día.
Para tal efecto, Arturo había decidido arrojarle un frasco de tinta a Mayra, una vez que ella estuviese lista para salir a la oficina, sin decirle que se trataba de tinta falsa -de broma, comprada justo para tal efecto en la tienda de curiosidades de la esquina- que, al cabo de un par de minutos, a lo sumo, desaparecía dejando la ropa intacta, sin mancha alguna.
Mayra, por su parte, menos complicada y más directa y tradicional, había optado por la clásica del manual de soltarle un “no eres tú, soy yo” y pretender ponerle fin a la relación, aunque no sabía en qué momento hacerlo.
La broma de Arturo fue la ocasión perfecta. Apenas cayó la tinta sobre su traje sastre, Mayra, sorprendida y molesta, sin tener que fingir nada puso fin a su relación, olvidando por unos momentos que estaba bromeando. Al final, ninguna de las dos bromas resultó como esperaban. Don Javier, el vendedor diurno de la tienda de curiosidades había considerado que la broma perfecta era la de no vender ningún artículo de broma y había reemplazado toda la tinta falsa por cartuchos de genuina tinta china. El traje sastre de Mayra se arruinó y no fue capaz de presentar su proyecto a la junta gerencial de la empresa donde trabajaba y, así, tras siete años de matrimonio, la relación llegó a su fin el día de los inocentes.
A don Javier lo corrieron del trabajo al día siguiente para que no pensara que se tratara de una broma.




