Cuentos de la colonia surrealista
El cumpleaños
Los vecinos de la casa del 223 tienen la costumbre de bloquear la calle cada 20 de mayo con un inflable con motivos del cumpleaños de María Fernanda, su hija, misma que cada año se vuelve más y más berrinchuda y realiza las exigencias más caprichosas para ese día. Este año el berrinche se centró justo en el inflable que, con la onda que trae de «ser toda una princesa» exigió, ¡cómo no!, un castillo en donde pudiera brincar y brincar con su tiara y su largo vestido color turquesa.
Sin embargo, no bastaba con eso, el castillo tenía que ser lo más realista posible, por lo que, tras arduas búsquedas y negociaciones por parte de sus padres, el día del festejo una inmensa sombra se proyectó a lo largo y ancho de toda la cuadra mientras un enorme castillo de descomunales proporciones, con foso incluido y una torre de aguja que se elevaba majestuosamente hacia las nubes se inflaba poco a poco, logrando bloquear todo el tránsito y convirtiéndose en la sensación de la colonia, puesto que, por lo menos, la inmensa torre se podía ver desde varias cuadras a la redonda.
Después de casi tres horas de inflado, el castillo quedó al punto un poco antes de las cuatro de la tarde. He de decir, haciendo honor a la verdad, que el berrinche había valido la pena, pues de no ser por el motor de inflado que se mantenía conectado a la corriente eléctrica y los saltos con los que la festejada y sus amigos rebotaban por su superficie y paredes, nadie habría podido determinar a primera vista que se trataba de un inflable y no de un castillo medieval erigido por grandes canteros y constructores. Todo estaba perfectamente diseñado e inflado: La torre de homenaje, las murallas, el foso a su alrededor, las mazmorras, las casas de los curtidores y artesanos y hasta las almenas de las torres de defensa estaban ahí. La cumpleañera no podía quejarse de la búsqueda realizada por sus padres; el castillo era, por demás, realista hasta el más mínimo detalle.
Quizás fue eso, el minucioso realismo, lo que causó los estragos de esa tarde. No podía saberse, pero claro que podía sospecharse; si todos los detalles estaban presentes, ¿cómo no esperar la catástrofe? Menuda joda que le dieron con el caprichito de María Fernanda a la misma María Fernanda y a todos los vecinos; por ahí de las cinco de la tarde una inmensa sombra ocultó el sol y, al poco, unos agudos y desesperados gritos infantiles proferidos por la cumpleañera, seguidos por otros gritos histéricos de los convidados al festejo, resonaron en todas las casas de la calle sacando a todos los vecinos curiosos a la misma para encontrarnos con que un inmenso dragón, que al parecer había permanecido dormido en los cimientos del castillo durante años, volaba en círculos sobre el castillo. En sus garras mantenía cautiva a María Fernanda, a quien seguramente había confundido con la princesa del lugar y a sus padres, a quienes tomó como reyes, a quienes, segundos más tarde, encerró en lo alto de la torre de homenaje reteniéndolos cautivos, como sus prisioneros.
Al día de hoy, los gritos de agonía y el olor a piel chamuscada por las flamas del dragón se han convertido en algo habitual. Día tras día, desde las colonias, ciudades y reinos más alejados, huestes y huestes de caballeros han desfilado por la calle con la intención de vencer al dragón y rescatar a la princesa y a los reyes sin ningún éxito.
A nadie, al parecer, se le ha ocurrido desconectar el motor que mantiene al castillo permanentemente inflado y yo no pienso sugerirlo. Quiero saber en qué termina esta épica aventura que, en definitiva, ha terminado con el tedio que asolaba a la colonia durante los últimos años.




