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viernes, diciembre 5, 2025

Del tequila al cuerno azul | Bajo presión por: Edilberto Aldán

Edilberto Aldán
Edilberto Aldán
Ex Director Editorial LJA.MX (2012 - 2024). Ex Colaborador (2024-2025).

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Bajo presión 

Del tequila al cuerno azulado

En México cambian los gobiernos, mutan los partidos, se renuevan los discursos… pero los moralistas, esos son como el PET: siempre se reciclan, no contaminan según ellos y duran para siempre. No importa si visten guayabera, traje gris, camiseta roja, azul o guinda, siempre hay alguno listo para salvarnos de nosotros mismos. Ayer fue José Alfredo Jiménez, hoy son los narcocorridos. El enemigo sigue siendo el mismo: la música del pueblo cuando se atreve a contar la verdad que el poder no quiere oír.

En una mesa de debate sobre la prohibición de los narcocorridos se mencionó que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz censuró a José Alfredo Jiménez porque sus canciones hacían apología del alcoholismo y eso atentaba contra los valores que el priísmo autoritario quería sembrar en los jóvenes.

Durante el gobierno de Díaz Ordaz hubo restricciones a la libertad de expresión, la represión fue utilizada para controlar las manifestaciones sociales, incluyendo la masacre de Tlatelolco en 1968. No hay registro de que Díaz Ordaz haya censurado oficialmente a José Alfredo, pero no hacía falta: en el manual priísta bastaba con fruncir el ceño para que medio país se callara. La censura venía con el presupuesto. Y no es difícil imaginar la incomodidad del presidente ante el éxito del compositor: mientras él hablaba de estabilidad y progreso, José Alfredo cantaba con voz aguardentosa lo que nadie en el gabinete se atrevía a reconocer, que la patria dolía, que el amor se iba, que la pobreza pesaba más que el fervor cívico, que a veces no quedaba más consuelo que una botella entre amigos y un mariachi desafinado en la madrugada.

No, no hubo una censura formal. Díaz Ordaz prefería que otros hicieran el trabajo sucio. Pero los mecanismos eran claros: exclusión de la radio oficial, desdén desde la crítica cultural, sospecha en los pasillos del poder. ¿Cómo iba a representar a México ese hombre que andaba diciendo que la vida no valía nada? ¡Imagínese el daño a la marca país! Mejor un danzón bien portado, de ésos que suenan a cartilla moral con ritmo.

Y ahí estaba José Alfredo: en cada cantina, en cada boda, en cada derrota sentimental, narrando lo que ningún boletín de gobierno reconocía, con canciones que retrataban a un hombre que no se ajustaba al ideal productivo y disciplinado del PRI. En lugar de hablar del esfuerzo y el desarrollo, cantaba el fracaso, la herida, el desamor, la peda como refugio. José Alfredo no promovía el alcoholismo: narraba la cruda del alma. Y con eso bastaba para que lo consideraran un mal ejemplo. No hacía apología del alcohol: hacía testimonio del dolor. Lo suyo no era una incitación a beber, sino el karaoke del alma rota que no cabe en ningún Plan Nacional de Desarrollo.

Hoy, la historia se repite con una playlist diferente. De la censura discreta de los tecnócratas neoliberales pasamos al tableteo moral de diputados mezcla de Torquemada con influencer de TikTok. Unos cruzados que creen que callando corridos nos salvan del narco y de la tristeza. Ahí están el morenita Arturo Ávila y el Congresito azul de Aguascalientes, soldados de la decencia patria con fuero y WhatsApp, proponiendo mecanismos punitivos para castigar legalmente ciertos géneros musicales.

Quieren curar el cáncer con una curita. Si fuera por ellos, a la pobreza le pondrían bloqueador solar y al narco le mandarían una carta de extrañamiento. Porque claro, es más fácil prohibir un corrido que garantizar educación, empleo o justicia. Más cómodo callar a los que cantan que a los que cobran diezmo por dejar cantar. Y sí, los narcocorridos incomodan. Como incomodaba José Alfredo. Porque ambos géneros son espejos. Y ya sabemos: al poder no le gusta mirarse sin maquillaje.

En el fondo, el problema no es que los jóvenes canten sobre sicarios: es que no tienen otro futuro que cantar. El corrido, como la ranchera, no inventa la tragedia. La convierte en relato. Le da forma a una experiencia que el Estado ha abandonado. Si la música duele, es porque la realidad arde.

Prohibirla no la extingue. Solo la vuelve clandestina, más atractiva y más legítima ante quienes ya no creen en las versiones oficiales. En lugar de silenciar al pueblo, tal vez sería momento de escucharlo. No con oídos de juez, sino con atención de médico: para ver qué tan enfermo está el cuerpo social que produce estas letras.

Si seguimos creyendo que el problema es la canción, pronto acabaremos prohibiendo a José Alfredo por inducir a la peda y a Chavela Vargas por provocar suicidios emocionales. Y en una de esas, hasta Las Mañanitas por promover la expectativa tóxica de los cumpleaños felices.

La pregunta no es qué cantamos, sino por qué. Mientras no haya respuestas, seguiremos afinando las guitarras en la oscuridad, repitiendo los coros que más duelen. Porque aquí, como cantaba aquel que ya incomodaba al poder antes de que fuera moda, “la vida no vale nada”. Y al parecer, la música que lo recuerda, vale menos.

La histeria de los inquisidores intenta desviar la atención del debate sobre los límites de la libertad de expresión y la definición precisa de la apología del delito en el contexto artístico y cultural. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ya advirtió que la apología del delito no es cualquier cosa que incomode a un diputado aburrido. Si no hay incitación directa al crimen, lo demás es nomás la playlist de un país jodido. Las leyes penales deben ser claras y precisas. Para que la apología del delito sea sancionable, debe estar definida concretamente, y su aplicación debe respetar los derechos fundamentales. Si no, abrimos la puerta a interpretaciones amplias que censuran por gusto y generan incertidumbre jurídica con sabor a inquisición.

La apología del delito debería demostrarse como provocación directa y expresa a cometer un crimen. De otro modo, la prohibición de los narcocorridos queda como lo que es: censura, disfrazada de preocupación por los jóvenes, pero en realidad un ataque a la libertad de expresión que canta verdades que a nadie en el poder le gusta oír.

Coda. En Aguascalientes, durante la Feria Nacional de San Marcos, quienes asistieron a la presentación de Natanael Cano en el Palenque, le pedían que cantara Cuerno azulado, corrido prohibido. ¿Qué dice esta canción? Aquí su primera estrofa:

Cuerno de chivo azula’o, con el gobierno pacta’o

Chingo de perico que se ha traficado

La montaña patrocina, siempre en el rancho JGL pa’ presidente

Delincuencia organizada, ya saben qué pedo 

Tocan al Ratón y un desmadre le hacemo’ 

Así nomás sin charolearle 

Plebes se iban guacamaleado’, como se debe

¿La apología del delito es la narración del pacto con el gobierno, o que en un rancho siempre se patrocina a quien va para presidente? Pregunta que sé no va a ser respondida. Porque cuando el corrido incomoda, la política se hace la sorda.

@aldan

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