La Columna J
Economía postmodernista
“En los patíbulos de la necesidad se increpa sobre la ostentación de aquello que fenece”.
Los ciclos de la vida humana marcan momentos decisivos en los que las personas adoptan ciertas tendencias, proyectan lo que harán con su existencia, cómo vivirán y a qué dedicarán el poco tiempo que poseen. Es imperativo entender que el contexto en el cual se desarrolla la interacción social está íntimamente ligado a las condiciones económicas.
La economía postmodernista, en una alusión al pensamiento estoico, extiende un panorama realista y descarnado: hay poca esperanza de equilibrio económico. El capitalismo rampante ha disociado a gran parte de la población, que hoy habita un mundo artificial donde las emociones sucumben ante necesidades impuestas por la pretensión y la ostentación.
Charles Dickens sostenía que la esperanza es antesala de la decepción y la frustración. En relación con la tesitura económica, es preciso dilucidar que el único modo sustentable en este modelo es el consumo incesante. La valoración de las personas se construye más a partir de lo que poseen que de su sentido ontológico. Los niveles de desigualdad alcanzados en esta era posmoderna son equivalentes a los de civilizaciones antiguas, como el Egipto faraónico, donde se obligaba a 20 mil personas a cargar piedras durante 30 años para erigir tumbas monumentales. La advertencia de Marx sobre el desequilibrio generado por los medios de producción ha resultado casi profética, sin mencionar la alienación del trabajador frente al producto de su labor y la errante proyección de su identidad.
En los próximos años, la prospectiva del empleo se vislumbra sombría y desalentadora, marcada por la automatización creciente y la precarización laboral. Según el World Economic Forum (2023), para 2027 desaparecerán 83 millones de empleos a nivel global, reemplazados o transformados radicalmente por tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, la robótica y la automatización de procesos. Esta transformación, lejos de democratizar el acceso al trabajo digno, profundiza las brechas sociales: los nuevos empleos requerirán habilidades digitales avanzadas que más del 60% de la fuerza laboral mundial aún no posee, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2022). Así, la promesa del “futuro del trabajo” se torna un eufemismo tecnocrático que encubre una realidad cruda: una economía donde millones quedarán relegados, sustituidos o subempleados, mientras el capital tecnológico concentra aún más poder económico y político.
¿Qué actitud estoica puede adoptarse ante semejante prospectiva? Amor fati: comprender que ni el gobierno ni la iniciativa privada ofrecerán esquemas efectivos para cubrir las expectativas económicas. Más allá de la ilusión de un “tercero redentor”, la postura estoica revelaría que adaptarse y consumir únicamente lo esencial es una opción íntegra y sensata. Tal vez eso haga que las personas recuperen el sentido común y se centren en lo verdaderamente esencial.
La economía contemporánea avanza con parámetros que no solo permiten, sino que fomentan la concentración desmedida de la riqueza, exacerbando las desigualdades a niveles alarmantes. Thomas Piketty, en El capital en el siglo XXI (2013), demuestra que cuando la tasa de retorno del capital supera sistemáticamente el crecimiento económico -como ha sucedido en las últimas décadas- la desigualdad se profundiza. De acuerdo con sus investigaciones, el 1% más rico del planeta concentra más del 20% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre apenas accede a un 8%. Esta asimetría no es un accidente del libre mercado, sino el resultado de un sistema diseñado para favorecer la acumulación patrimonial heredada por encima del mérito y el esfuerzo laboral. En este contexto, la economía global, lejos de corregir las disparidades estructurales, las institucionaliza, convirtiendo la desigualdad en una característica inherente del modelo capitalista neoliberal.
En términos generales, este es el panorama económico que se avecina en un mundo posmodernista que padece una esquizofrenia existencial. No hay cabida para reyertas ni lamentos en quien decide asumir una postura estoica. Lo que ocurra en la economía no depende del individuo, pero sí depende de él cómo reaccionar. Abrazar la situación, comprender que somos más que una cuenta bancaria, y asumir que somos la extensión de nuestro pensamiento y nuestra capacidad de adaptación a la naturaleza. Porque los tiempos difíciles son los que forjan el carácter.
In silentio mei verba. La palabra es poder.




