Cuentos de la colonia surrealista Arena
Yo le dije que no lo hiciera, que mejor la compráramos directo en la tienda de recuerdos porque así hasta nos llevábamos un envase más bonito; pero él dijo que no, que eso era gastar a lo bruto y que él no era ningún bruto. De manera que, nada más terminarse su refresco, lavó y secó con empeño la botella y, de la misma manera, se puso a recolectar arena para llevar de recuerdo a sus seres queridos.
– Arena más blanca y pura no vas a encontrar en otro lugar que no sea el Caribe Mexicano – dijo mientras llenaba la botella -, y pagar cinco dólares por ella resulta una tontería si la tenemos a nuestros pies, al alcance de la mano.
Y tenía razón, por lo que le permití que llenara tres botellas más; para compartir.
El problema no previsto -no había manera de preverlo- se suscitó en el aeropuerto, en el control de seguridad de vuelos internacionales. Nos detuvieron, abrieron nuestro equipaje de mano, así como el documentado, y nos arrastraron, entre mis gritos y sus protestas, a un cuarto escondido al fondo del aeropuerto para interrogarnos.
¿Drogas? -exclamé entre asustada y molesta, dirigiéndome no sé bien si a los oficiales o, en un momento de duda, a él.
Sin embargo, él tampoco daba crédito a lo que escuchaba y negaba una y otra vez las acusaciones que le imputaban. Él no tenía trato con ningún traficante, nadie lo había contactado y jamás le había interesado nada que tuviera que ver con ese mundo.
Aun así las pruebas eran contundentes: en nuestro equipaje, distribuidos en cuatro botellas de plástico, llevábamos casi tres kilogramos de fina cocaína y por ello, dijeron, nos caerían por lo menos veinte años a cada uno por posesión y tráfico de drogas, así como por negarnos a cooperar con las autoridades, pues nadie se tragaba ese cuento de que habíamos estado recolectando arena y eso era lo que llevábamos en las botellas.
Al final, no sé si por la convicción de Luis o para divertirse de él -yo no podía parar de llorar asustada, sin entender nada de lo que ocurría-,nos llevaron a la playa donde habíamos recolectado la arena (las cámaras de los chiringuitos ahí establecidos daban fe de ello) y tomaron pruebas de la misma, solamente para caer en la mayúscula sorpresa de que, en efecto, al igual que con la contenida en nuestras botellas, no se trataba de arena sino de cocaína. Toneladas y toneladas de cocaína cubrían la pequeña playa; y la siguiente, y las aledañas a éstas.
En lo que ha resultado ser el operativo antidrogas de mayor envergadura en la historia, toda la Riviera Maya fue clausurada por carecer de arena en sus playas. Los hoteleros, que al parecer estaban al tanto de la situación, fueron apresados y sus hoteles fueron clausurados en tanto que se llevaban a cabo todas las averiguaciones.
A nosotros, que en un principio habíamos sido humillados y amenazados con la cárcel, se nos gratificó por haber colaborado en este gran golpe al narcotráfico internacional; razón por la cual entramos, además, al Programa de Protección de Testigos y nos fuimos a vivir a otro país, con otras identidades.
Fue la primera vez que fuimos a la playa; y la última.




