Ambientalistas
De Carlos Pellicer a las Humanidades Ambientales, o al revés (I)
Estimados lectores de esta columna: en esta ocasión compartimos un texto del doctor Vicente de Jesús Fernández Mora de la Universidad de Huelva España, quien se encuentra haciendo una estancia de investigación en del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, colaborando en el proyecto PIF24-2 titulado “La Influencia de la ética ambiental en la protección legal de la naturaleza” a cargo del responsable de esta columna semanal. Esperamos sea de su agrado.
Vicente de Jesús Fernández Mora
En este texto y el que le seguirá, trataremos de justificar un recorrido sinuoso, pero creemos que no forzado, que nos conduzca desde estas problemáticas ecológicas hasta el poco estudiado período de la poesía posmoderna latinoamericana y el gran poeta y personaje público mexicano Carlos Pellicer Cámara, pasando por las Humanadas Ambientales. Tales inquietudes ecológicas, sostenidas por apabullante evidencia científica, tratan, como sabemos, de pensar y reaccionar individual o colectivamente ante las consecuencias devastadoras que la crisis climática y los desequilibrios ecológicos provocan sobre los ecosistemas naturales y sobre las diversas formas culturales en que se organiza la vida social humana. Y aunque estos efectos se evidencien y visibilicen como regionalmente localizados, también sabemos desde hace tiempo, gracias a incontables hallazgos de las ciencias ecológicas y otros saberes científicos, que se encuentran inevitablemente urdidos en tramas que se articulan y ramifican en sutiles o evidentes conexiones globales. Estas urdimbres y vínculos dan cuenta de la relacionalidad constituyente de lo viviente y de las materialidades que lo hacen posible: estudiar y entender las formas diversas de materia y energía implicadas en sus dinámicas ecosistémicas complejas nos lleva a poner en contacto y en contextos comunes planos de la realidad que las separaciones disciplinares habían, erróneamente, segregado: Biología, Geología, Hidrología, Geografía,… pero también, Economía, Sociología o Antropología. Esta multi e interdisciplinariedad es ya un mandato epistémico y ético de la investigación y de la reforma de la institucionalidad académica y educativa. Sin embargo, tal condición relacionante de la realidad y de los saberes que dialogan para pensarla y actuar en ella, ¿puede alcanzar también a reconstruir alianzas y complicidades entre las Dos Culturas? Es decir, las disciplinas técnico-científicas o científico-matemáticas han conformado el grupo dominante de la cultura científica, que parece haberse arrogado en exclusividad la facultad para la búsqueda de la verdad, bajo premisa de objetividad de sus procesos y métodos de conocimiento. Frente a ella, las tradiciones humanísticas y filosóficas quedaron relegadas a una posición de inferioridad, teniendo que conformarse con interpretar, representar y darle vueltas una y otra vez a las nociones de belleza y de bien moral. Esta situación es resultado de un proceso histórico de organización y jerarquización del saber, y no ha sido siempre así, pero la modernidad occidental lo ha situado como un aspecto central del conocimiento autorizado, no discutido y aún vigente hoy día: ser de ciencias o de letras sigue siendo una pregunta tan actual como impertinente. Entonces ¿podemos pensar en reconciliar este desgarro construyendo teorías y experiencias del saber integradoras, dialogantes y colaborativas, entre las humanidades y las ciencias, sin que esto deba suponer renunciar a los logros indudables de la especialización académica y pedagógica? Las humanidades ambientales están tratando de dar una respuesta positiva que cuestione los paradigmas hegemónicos y reimaginen la relación entre las disciplinas científicas y la técnica, y las Artes y las Humanidades. La acumulación de evidencia científica y la certeza racional de estar del lado de los buenos argumentos no son suficientes: ya no adolecemos (desde hace tiempo) de un déficit de conocimiento científico, y el auge, a veces violento, a veces persuasivo, de negacionismos de diversa índole, quizá sea la mejor prueba de que el campo científico, sin estar jamás cerrado a la crítica racional, no alberga dudas sobre la gravedad de la problemática ecológica. Pero parece que reaccionar ante la urgencia no dependiera del incremento de tales certezas racionales, si estas no se vinculan de modo coherente y simpático con aspectos afectivos, estéticos y morales. La mayoría de las limitaciones, barreras y dificultades que actúan imposibilitando, entorpeciendo o mitigando un cambio de nuestra conciencia moral y de nuestros comportamientos privados y públicos son de tipo cultural, no racional. Nunca está de más repetir la célebre cita pascaliana de que el corazón tiene razones que la razón no conoce, y por muy provista que esté la razón de argumentos, datos, pruebas y resultados avalados por la ciencia, el corazón puede seguir respondiendo con impasibilidad, apatía o indiferencia si no está nutrido de sus propias razones. Se necesita por tanto recrear las relaciones con nosotros mismos, con los seres vivos y no vivos con quienes compartimos nuestros entornos y con la totalidad imaginada del Planeta desde conocimientos, prácticas y sensibilidades que contextualicen y complementen la ciencia y la política ambiental. Se necesitan reescribir e inventar nuevos lenguajes culturales, reimaginando las relaciones con el deterioro del presente para abordar creativamente modos de comunicación que informen empáticamente sobre la verdadera dimensión de la crisis ecosocial; se necesita recuperar y releer las historias antiguas o recientes que han conformado las identidades colectivas, nacionales o regionales, étnicas o lingüísticas, para transformarlas hacia concepciones y experiencias de vida social, estatales o no, que no estén fundadas en la violencia de raza, clase o género; se necesita forjar discursos poéticos y novelescos -y sus teorías- en los que el dato positivo y científico sea reacomodado desde su aparente neutralidad valorativa y expresiva en narrativas y discursos que movilizan la dimensión emotiva y ética del público y capten la atención de los organismos políticos y económicos… En definitiva, la búsqueda de la verdad, respaldada por la objetividad científica, puede darse la mano con el anhelo de justicia y de bien común, y con la empatía interpersonal e intercultural, en el seno de imaginarios poéticos y socioculturales ecológicamente viables. La poesía posmoderna del gran escritor mexicano Carlos Pellicer puede ofrecernos una oportunidad en este sentido. La original voz poética de este gran cantor del paisaje mexicano e iberoamericano y comprometido defensor de los valores culturales y territoriales del mundo mestizo e indígena, puede ser puesta en fructífero diálogo con las evidencias de la crisis ambiental, para que nuestra razón crítica alcance el vuelo y el aliento, a la vez profundo y lírico, de una potente y solidaria razón poética.




