Cuentos de la colonia surrealista
La historia de Carlos Nínive
Carlos Nínive era un hombre promedio, de una edad promedio que vivía en una casa promedio al norte de una ciudad promedio.
Tenía una agencia de autos usados medianamente conocida. Su slogan “Para buenos autos de segunda mano, Autos Nínive es la opción” sonaba en todas las radiodifusoras de la ciudad. Era un slogan terriblemente malo, y todos sus amigos coincidían en que debería de cambiarlo, pero él se negaba a hacerlo porque, a final de cuentas, no era alguien pretencioso y el negocio, bien o mal, le generaba utilidades suficientes para llevar una buena vida, libre de carencias.
Aun así, pese a ser un hombre promedio con una buena vida en una ciudad promedio, Carlos Nínive escondía un secreto: En su casa tenía un espejo en el que podía ver el futuro.
Era un espejo pequeño que había comprado en un supermercado cercano a su casa y que había colocado en el interior de su cuarto de baño con la finalidad de poder observarse a detalle mientras se afeitaba a la hora de la ducha.
Naturalmente, cuando compró el espejo, lo compró con esa finalidad y no porque supiera que con él podría ver el futuro.
Sin embargo, así era y el proceso era sencillo: A Carlos Nínive le gustaba bañarse con agua caliente, y por todos es sabido que el vapor generado por el agua caliente empaña ventanas y espejos, de tal suerte que, cuando Carlos Nínive limpiaba con su mano el espejo a la hora de la ducha, éste le mostraba una imagen sobre algo que le pasaría durante el día. Pasados unos pocos segundos la imagen desaparecía y Carlos Nínive veía su reflejo en el espejo, momento que aprovechaba para afeitarse, mientras decidía qué acciones llevar a cabo para enfrentar el augurio del espejo.
En los tres años que habían pasado desde que compró aquel pequeño espejo, Carlos Nínive tenía claras dos cosas:
En primer lugar, que todo, absolutamente todo lo que le revelaba el espejo, se cumplía.
Y en segundo lugar, que el espejo no funcionaba como las bolas de cristal de las brujas de los cuentos a las que se les podía preguntar por temas específicos, sino que el espejo revelaba lo que quería revelar; de tal suerte que Carlos Nínive podría organizar aspectos de su cotidianeidad con la ayuda que el espejo le ofrecía.
Así pues, por ejemplo, si el espejo le mostraba un día lluvioso pese a que los pronósticos del clima anunciaran un caluroso y seco día, Carlos Nínive tomaba su paraguas y se marchaba a su trabajo, del cual podría volver completamente seco. Si el espejo le mostraba un robo a la caja de su agencia de autos usados, procuraba dejarla con poco dinero para que la pérdida no afectara gravemente su economía y, por el contrario, si veía el número ganador de la lotería o el resultado de un partido de fútbol, Carlos Nínive apostaba al ganador. Pero poco, para, en sus palabras, no abusar del poder del espejo.
Día sí y día también, Carlos Nínive se duchaba con agua caliente, limpiaba el espejo empañado y contemplaba una escena de lo que ocurriría en algún momento de su día.
Siendo práctico como era, desde el primer momento aceptó las visiones como algo normal y se acostumbró rápidamente a vivir con ellas, aunque se abstuvo muy bien de comentarlo con nadie; no fuera a ser que lo tomaran por loco o, peor aún, que le creyeran y le robaran su preciado espejo.
Jamás cuestionó las razones de las visiones ni la veracidad de las mismas, pues lejos de asustarlo, le ayudaban a enfrentar la vida.
Una fría mañana de invierno, sin embargo, ocurrió algo que jamás había pasado.
Tras limpiar, como cada día, el espejo empañado, Carlos Nínive se encontró con que el espejo no le devolvió ninguna imagen. Ni del futuro, ni su reflejo en la ducha. Tan sólo el agua cayendo en su cuarto de baño.
Extrañado por ese fenómeno esperó a que el espejo se empañara de nuevo y con el dorso de la mano volvió a limpiarlo.
Nada. Ni visiones, ni su rostro, ni nada.
Resignado, práctico como era, Carlos Nínive salió de la ducha y se marchó a su agencia de autos sin afeitarse y sin saber qué sería de él ese día.
Nadie lo supo con certeza. Hay quien dice que huyó lejos, lejos. Hay quien dice que se murió.
Lo cierto es que nadie volvió a saber nada de él.
Ni del espejo, que, como por arte de magia, también desapareció.




