Hablando de Discapacidad
Discriminación, violencia y segregación… la ignorancia de la discapacidad
La discriminación hacia las personas con discapacidad no es un fenómeno aislado, ni mucho menos algo que pueda resolverse con discursos vacíos o cursos de sensibilización de dos horas. Es una realidad que se manifiesta todos los días en distintos niveles: en la violencia institucional, en la ignorancia de prestadores de servicios y, lo más grave, en la mentalidad de quienes deberían ser garantes de los derechos humanos. Hoy quiero hablar de tres casos recientes que evidencian con crudeza cómo la falta de conocimiento y la indiferencia social se convierten en violencia hacia las personas con discapacidad y las personas neurodivergentes.
El primer caso fue documentado por una radiodifusora local en Aguascalientes y retrata la brutalidad con la que aún actúan corporaciones de seguridad pública. Una madre denunció que, tras un episodio de crisis de su hijo con Trastorno del Espectro Autista (TEA), ambos fueron violentados por dos policías en activo. El joven, en medio de su crisis, habría ocasionado daños a un vehículo propiedad de la pareja de agentes. Lejos de aplicar algún protocolo especializado -que existe en el papel, pero rara vez en la práctica- los policías decidieron ejercer violencia física y psicológica contra madre e hijo. Según la denuncia, ambos fueron remitidos a los separos de la misma corporación y, posteriormente, familiares recibieron mensajes electrónicos en los que se exigía un pago en efectivo para “resarcir” los daños.
El señalamiento es doble: por un lado, la incapacidad de las instituciones de seguridad para responder con sensibilidad y conocimiento ante una crisis relacionada con la neurodivergencia; por el otro, la evidencia de que los supuestos programas de capacitación impulsados por gestores del asistencialismo son meras simulaciones que no transforman nada. ¿De qué sirve presumir en comunicados oficiales que los policías fueron capacitados en temas de inclusión, si en la práctica recurren a la violencia y al abuso de poder? Estos hechos demuestran que la capacitación entendida como simulación no es el camino, y que la inclusión no se logra con diplomas colgados en la pared, sino con acciones concretas y protocolos aplicados en la realidad.
El segundo caso lo encontré navegando en redes sociales, en un perfil denominado Edmundo Rodríguez. En su publicación aparece un video que duele ver: un joven ciego es impedido de comprar un boleto en la taquilla de una prestigiada línea de autobuses -la del logotipo de la estrella-. La vendedora le niega el servicio con el argumento de que “¿quién se haría cargo de él?” si viaja solo. El joven responde con claridad que puede valerse por sí mismo, pero la trabajadora insiste, casi retóricamente, en que “es muy complejo” porque, según su visión, el chofer tendría que “cuidarlo”.
Este episodio revela el peso de la ignorancia en el imaginario colectivo. En pleno siglo XXI seguimos cargando con una visión paternalista y profundamente discriminatoria que reduce a las personas con discapacidad a objetos de cuidado, en lugar de reconocerlas como sujetos plenos de derechos. Aquí no solo se violentó el derecho a la movilidad, sino también la libertad de decidir, el acceso a la comunicación y la dignidad misma del joven. La escena es clara: cuando se nos percibe desde la incapacidad y no desde la autonomía, se nos despoja de nuestra humanidad.
El tercer caso es quizá el más alarmante por el nivel de institucionalidad que lo respalda. Se trata de una conversación filtrada de la titular de Derechos Humanos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), María Velázquez Bolio, quien en una reunión con su equipo se refirió a las personas con discapacidad como “macro fauna carismática”. La expresión, dijo, provenía de una enseñanza que recibió en el ITAM, donde una profesora explicaba que, así como existen animales “carismáticos” que generan simpatía, también los niños del Teletón podían ser catalogados de esa manera.
Que semejante comentario provenga de una funcionaria cuyo encargo es velar por los derechos humanos dentro de la institución de salud más grande del país resulta grotesco: es la muestra de cómo la violencia simbólica se institucionaliza. Llamar “fauna” a seres humanos no es un desliz inocente, es la reproducción de una mentalidad elitista, discriminatoria y deshumanizante. Más preocupante aún es que este pensamiento se origine en aulas universitarias de élite, como el ITAM, donde se han formado muchos de los líderes políticos y económicos que han gobernado México en las últimas décadas. Ahí no solo se reproduce el neoliberalismo económico, sino también una visión que segrega y discrimina a los grupos vulnerables.
Frente a estos tres casos, cabe preguntarnos: ¿qué tan profundo está sembrado el desprecio hacia las personas con discapacidad en nuestra sociedad? ¿Cuánto más estamos dispuestos a tolerar bajo el manto de la ignorancia? Porque no hablamos de incidentes aislados, sino de violencia estructural: violencia que se ejerce desde los cuerpos policiacos, desde la ventanilla de un servicio y desde la mesa de un funcionario federal.
Un dato debería alarmarnos: de acuerdo con el INEGI, el 58% de las personas con discapacidad en México ha sufrido algún tipo de discriminación directa. Y, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación, más del 70% de la población cree que las personas con discapacidad enfrentan las mayores barreras para ejercer sus derechos. Estos números no son fríos: se traducen en experiencias de humillación, exclusión y violencia cotidiana.
Los tres casos narrados tienen un denominador común: la ignorancia como raíz de la violencia. Ignorancia disfrazada de autoridad, de cuidado y hasta de tecnocracia académica. Por eso resulta urgente replantear el discurso y pasar de la simulación a la transformación real. Porque mientras las capacitaciones sigan siendo eventos protocolarios, mientras la movilidad dependa del juicio personal de una taquillera y mientras los funcionarios sigan considerando a las personas con discapacidad como “fauna”, seguiremos atrapados en un país que se presume moderno, pero que trata con brutalidad a quienes considera diferentes.
Hablar de discapacidad no es hablar de lástima ni de caridad. Se trata de hablar de derechos, de dignidad y de humanidad. Y en este país aún estamos muy lejos de que esos valores se respeten como deberían.




