Luto en la UNAM
Al estilo de los asesinatos en colegios de Estados Unidos, está semana se registró un lamentable ataque en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El atacante, de quien omitiré el alias para no dar crédito a su barbarie, le quitó la vida a un joven de dieciséis años con un arma punzocortante e hirió a un trabajador administrativo, para luego intentar quitarse la vida sin éxito.
Horas antes del ataque, este sujeto presumió en redes sociales los objetos y vestimenta que usaría para perpetrar la agresión. Aunque no está claro el móvil, es claro el trastorno mental y emocional del joven atacante, quien escribió también en redes un mensaje que justificaba su acción, denigrando su propia persona (al llamarse así mismo escoria) y la de su víctima.
Muchas cosas salen a relucir tras este terrible caso que ha llenado de luto a la máxima casa de estudios. Primero, la facilidad con la cual ingresó y atacó a un estudiante, con un objeto de ese tipo (una guadaña de aproximadamente 40 centímetros de largo).
Es un hecho que desde hace muchos años la seguridad de la UNAM atraviesa una crisis. Este, por ejemplo, no es el primer ataque que se registra dentro de las instalaciones de la universidad. En 2017 se registró el feminicidio de la joven Lesvy Berlín, cuyo cuerpo fue encontrado en el Instituto de Ingeniería en Ciudad Universitaria. En 2019, una bala perdida alcanzó a la joven Aideé Mendoza de 18 años, en el CCH Oriente, quien lamentablemente perdió la vida al instante.
Aunado a ello, la presencia de grupos porriles auspiciados por corrientes políticas, la penetración de narcomenudistas que ofertan drogas a plena hora del día y la falta de protocolos que garanticen la seguridad de los recintos y estudiantes, sin violar la autonomía universitaria, son problemáticas que arrastra la universidad desde hace muchos y que lastiman profundamente la imagen de una de las instituciones académicas más importantes de América Latina.
La UNAM y su comunidad hoy están de luto. Pero, repito, no es la primera vez que los espacios de nuestra universidad son violentados sin que a la fecha estudiantes, académicos (que también han sido víctimas de delitos y ataques) y personal administrativo se encuentren en completa integridad dentro de las instalaciones de los diferentes planteles.
Esta tragedia también expone abiertamente la terrible crisis que atraviesan los jóvenes de nuestro país. Una generación bombardeada por distintas corrientes de identidad y mensajes de todo tipo (que reciben minuto a minuto, día tras día en las redes sociales); cuyo impacto en la construcción de su psique es notable.
Y es que, ¿qué razones llevaron al atacante a realizar este acto y luego intentar poner fin a su vida?. Se especula, por ejemplo, que este joven pudo haber sido altamente influenciado por discursos extremistas relacionados con lo que se conoce como “red pill”.
Se trata de una ideología adoptada por jóvenes heterosexuales, que no han tenido relación alguna con una persona del sexo opuesto (amorosa o sexual) y que ante lo que consideran un fracaso existencial, buscan un escape y la fama efímera que otorgan las redes sociales.
Este ataque, ante el cual ya se han pronunciado las autoridades universitarias y ante el cual se ha manifestado la comunidad académica, debe ser tomado con seriedad y absoluta responsabilidad. No sólo al interior de la máxima casa de estudios, sino también en lo externo.
Como sociedad debemos reflexionar profundamente sobre la pérdida de valores, principios y modelos de educación que están afectando a las nuevas generaciones. Pero también sobre la violencia que ha penetrado las ideologías, discursos y canales de comunicación. Preguntarnos si este es un caso aislado o si es la punta de un iceberg que todavía no vemos.
