- A 26 años de su primer diagnóstico, la sobreviviente nos comparte cómo la fe, la familia y la detección temprana marcaron su recuperación
- Su historia refleja el poder del acompañamiento familiar y la importancia de mantener una actitud positiva ante la enfermedad
- Con serenidad y gratitud, celebra la vida rodeada de sus hijos y nietos, reconociendo el valor de cada día
Rosy Díaz de León compartió una historia de vida que combina fortaleza, fe y amor familiar. Su testimonio, cargado de sinceridad y esperanza, es el reflejo de miles de mujeres que han enfrentado el cáncer con valentía, encontrando en su entorno más cercano la fuerza necesaria para seguir adelante y descubrir el valor de cada momento.
Hace más de dos décadas años recibió su primer diagnóstico. Tenía hijos pequeños, una familia en crecimiento y muchos sueños por cumplir. El golpe fue fuerte, pero su reacción fue inmediata: confiar en Dios, en la ciencia y en el amor de los suyos. “Hace 26 años tuve cáncer por primera ocasión, y en 2015 volvió a presentarse. Pero aquí estoy, bendito sea Dios, todavía dándola”, compartió con serenidad y una sonrisa que transmite resiliencia.
Rosy recuerda que en aquel entonces la información era limitada y el miedo, inevitable. Sin embargo, la detección temprana fue determinante para salvar su vida: “Explorándome noté algo irregular. Era muy pequeño, pero acudí con mi ginecólogo y se confirmó el diagnóstico. Ahí entendí la importancia de conocerse, de no dejar pasar las señales del cuerpo”. Esa decisión, aparentemente sencilla, marcó la diferencia entre la incertidumbre y la posibilidad de recuperación.
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El proceso no fue fácil. La cirugía, las terapias y los ajustes de rutina representaron un desafío emocional y físico. Pero Rosy encontró refugio en la fe y en el acompañamiento de su familia, aun cuando la distancia era un obstáculo: “Vivíamos en Mérida y nuestra familia estaba lejos. No fue sencillo, pero mi esposo lo supo sobrellevar muy bien, y mis hijos, aunque pequeños, entendieron que había que luchar juntos”, comentó.
La ausencia de las videollamadas o las redes sociales hacía que la comunicación con sus seres queridos fuera más limitada, pero los lazos afectivos se mantuvieron firmes. A través de llamadas y mensajes, recibía palabras de aliento que la sostenían. Además, contó con el apoyo invaluable de sus amigos, quienes se convirtieron en su familia de corazón: “No tenía a mi familia de sangre cerca, pero tenía muchos amigos que estuvieron ahí todo el tiempo. Esos amigos se vuelven familia, y eso también salva”, relató con gratitud.
Años más tarde, cuando la enfermedad reapareció, Rosy ya conocía el camino, pero no por eso fue más sencillo: “La segunda vez sentí más temor. El cuerpo se desgasta y cuesta más trabajo. Pero seguí confiando en Dios y en los médicos. Afortunadamente teníamos seguro de gastos médicos, porque los tratamientos son carísimos. No hay bolsillo que alcance, y eso también te preocupa”, confesó.
Esa segunda batalla coincidió con cambios en las políticas públicas que afectaron la cobertura de muchos seguros médicos. Rosy lo recuerda con firmeza: “Ya casi al terminar el tratamiento, el gobierno federal quitó los seguros médicos corporativos. Fue muy duro porque muchas personas quedaron desprotegidas. En mi caso, alcanzamos a terminar el proceso, pero pienso en quienes no tuvieron esa oportunidad”.
A pesar de los retos, nunca se consideró una víctima. Su forma de enfrentar el cáncer fue desde la acción y la esperanza: “Siempre he sido positiva. Pensaba: ‘Bueno, Señor, si me mandaste esto, también me vas a echar la mano para salir adelante’. Lo comprometo, por decirlo así”, comentó entre risas, con una actitud que revela cómo la fe se traduce en fuerza práctica.
La disciplina también fue un pilar fundamental. Durante su recuperación, Rosy mantuvo una rutina que combinaba alimentación saludable, descanso y cuidado emocional: “Comía sin apetito, pero sabía que debía hacerlo para estar fuerte para la siguiente quimio. Preparaba mi comida aunque estuviera sola. Nunca dejé de cocinar para mis hijos; era una forma de decir: sigo aquí, sigo siendo mamá”, explicó.
El cuidado de sus hijos fue también una fuente de motivación constante. Cada decisión, cada sacrificio, estuvo orientado a mantenerlos a salvo y tranquilos: “Mis hijas me apoyaron en todo momento. Carolina dejó una oportunidad laboral para acompañarme. Eso demuestra cómo la familia puede ser un verdadero soporte y cómo el amor puede transformar cualquier circunstancia”, expresó con emoción.
Su esposo, por su parte, fue un compañero solidario en todo momento. En medio de los tratamientos y las decisiones médicas, fue su voz de calma y su fuerza práctica: “Me dijo: ‘Donde tú quieras estar, ahí estaremos contigo’. Y así fue. Me quedé en Aguascalientes, donde me sentía tranquila. Ellos organizaron todo para que yo no me sintiera sola”.
Rosy también destacó la importancia de la maternidad en su motivación. Madre de cuatro hijos, encontró en ese rol un propósito que la impulsaba a levantarse cada día: “Renuncié a mi trabajo como maestra para dedicarme a mi familia, y no me arrepiento. La maternidad me dio propósito y también me salvó. Cada vez que veía a mis hijos, pensaba: tengo que estar bien por ellos”.
Con el tiempo, la enfermedad quedó atrás, pero no las lecciones que dejó. Rosy reconoce que su forma de ver la vida cambió profundamente: “Antes me preocupaban cosas que ahora me parecen sin sentido. Aprendí a disfrutar lo esencial: la salud, la familia, los momentos compartidos. Muchas cosas dejaron de quitarme el sueño. Ahora valoro lo simple, lo cotidiano, porque ahí está la verdadera felicidad”, aseguró.
Hoy, con la serenidad que da el tiempo, Rosy disfruta de una nueva etapa como abuela. Sus nietos son la continuación de esa historia de vida que ella ayudó a construir: “Cuando sonríe tu nieto o te dice ‘abuela’, te derrites. Eso da mucha vida. Aunque mi cuerpo ya no es tan fuerte, les doy todo lo que puedo. No cambiaría por nada esos momentos que paso con ellos”, afirmó entre risas.
Entre anécdotas y reflexiones, recordó las advertencias de sus hijas para que no cargara a los pequeños: “Me dicen: ‘Mamá, no puedes cargarla, te puedes lesionar’. Pero yo siempre respondo: sí puedo. Este abrazo no me lo quita nadie. Esos momentos son irremplazables y dan sentido a todo lo demás”.
Rosy enfatizó que la historia no solo es personal, sino también un mensaje para otras mujeres: “Hay que escuchar al cuerpo y al médico, alimentarse bien y tener disciplina. Pero también hay que tener fe y rodearse de amor. No te sientas víctima. Si te sientes víctima, pierdes energía. Hay que ser guerreras”, mencionó.
El cáncer, en palabras de Rosy, no define a las personas; las transforma. “Te cambia la forma de ver la vida, pero también te enseña a agradecer cada día. No sabes la fuerza que tienes hasta que la vida te pone a prueba. Y cuando sales adelante, lo haces con más fe, más amor y más gratitud”.
Su historia recuerda que enfrentar el cáncer involucra mente, corazón y acompañamiento familiar. Cada etapa de su tratamiento estuvo marcada por decisiones conscientes, resiliencia, amor y la búsqueda de bienestar: “Te cambia la forma de ver la vida, pero también te enseña a agradecer cada día. No sabes la fuerza que tienes hasta que la vida te pone a prueba. Y cuando sales adelante, lo haces con más fe, más amor y más gratitud”, finalizó Rosy Díaz de León, dejando un mensaje de esperanza y ejemplo para todos.




