Cuentos de la colonia surrealista
El caso de Rodolfo
Cuando suelen escuchar del tema, la mayoría de las personas suele o bien asustarse y evitar todo tipo de contacto con quien lo menciona, o burlarse de la situación, por considerarla una superstición absurda, incompatible con las creencias y certezas científicas de nuestros tiempos. De estas dos opciones, la mayoría suele decantarse por la segunda y tildan a quien se atreve a mencionar el asunto o a creerlo como alguien loco, primitivo o poco inteligente.
Fue por ello por lo que tardé tanto tiempo en decidirme a hablar de ello, pero después de poco más de tres meses, me veo obligado a la penosa necesidad de hacerlo: Solicito un exorcista.
Tal como lo oyen. Necesito un exorcista para sacar de una vez por todas al fantasma que habita en mi casa y que se niega a abandonarla por más que se lo he pedido.
No me malentiendan; no se trata de ningún caso de posesión, y el fantasma en cuestión ni siquiera asusta ni cambia las cosas de lugar. Tampoco arrastra cadenas a mitad de la noche con sonidos lastimeros que pudieran erizar la piel de los más valientes o trastocar la mente de los más susceptibles. Nada de eso; más allá de la facultad que tiene de atravesar paredes, no hay mucho más fantasmagórico en él y, contario a lo esperado, es -o solía ser- muy amable. Si desde que me mudé a la casa hace ya unos cinco años y nos conocimos se presentó muy educadamente ante mí -se llama Rodolfo, como el reno- y establecimos los acuerdos de convivencia y, cómo no, los arreglos de los pagos corrientes de la casa como el agua, la luz, la renta y el internet, y que hasta hace poco habíamos cumplido cabalmente.
Es claro, en todas las convivencias prolongadas, incluso las que se tratan de compañeros de piso, hay eventualmente desacuerdos y conflictos y el caso de Rodolfo conmigo no es la excepción: algún plato fuera de lugar, una olla sucia en el lavabo, invitados a deshoras o música a todo volumen entre semana en épocas de exámenes. Ambos hemos tenido algunas de esas fallas y lo hemos sabido hablar y superar sin muchos trabajos -insisto, Rodolfo es un tipazo-, pero el caso de la renta, que ya lleva tres meses sin pagar, no es algo que uno pueda pasar por alto tan fácilmente; sobre todo, porque aunque tengo un trabajo con buenos ingresos, no me es sencillo cubrir las cuotas del auto, las mensualidades de la maestría y, encima, cubrir la totalidad de los gastos de la casa, renta incluida.
Al principio traté de ser comprensivo. Todos podemos encontrarnos en apuros de tanto en tanto y una mano amiga y comprensiva nunca está de más. Lo corrieron del trabajo y tampoco iba a ponerme en plan inflexible ante esa devastadora situación. Sin embargo, con el paso de los días y las semanas, fue muy natural para él instalarse en el centro de la sala a comer cacahuates y ver series españolas en Netflix en lugar de ponerse a buscar alguna manera de conseguir ingresos. Después se hicieron comunes las fiestas con amigos y desconocidos y cuando se lo reclamé solamente me dijo que era su manera de afrontar el duelo del desempleo.
El mes siguiente excusó la falta de pago con la noticia de que lo había dejado su novia y al otro mes le echó la culpa a la depresión, y por más que he tratado de ser razonable, él sí que se muestra inflexible y ya sólo se encoge de hombros y, cruzando la pared de la sala hacia su habitación, me deja con la palabra en la boca y con el bolsillo cada vez más apretado.
Es por ello que necesito un exorcista. Para que Rodolfo se marche de una buena vez y pueda ofrecer en alquiler la habitación que hasta ahora ocupa sin pagar renta alguna.




