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jueves, diciembre 4, 2025

De qué va la marcha | Opciones y decisiones por: Francisco Javier Chávez Santillán 

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Opciones y decisiones 

De qué va la marcha 

No hace falta ir a alguna parte para darse cuenta que en la escena política de México hoy aparece una muchedumbre volcada a las calles, a este fenómeno el análisis social le llama “la multitud en la historia”; apelativo nunca mejor dicho para designar a los diferentes colectivos ciudadanos que de manera consistente y masiva han estado marchando en son de protesta social, a causa principalmente de los asesinatos de activistas y funcionarios públicos en funciones, como el presidente de la Unión de Citricultores del Valle de Apatzingán, Bernardo Bravo Manríquez (20 de octubre, 2025), y el alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, el 1 de noviembre pasado. 

A esta manifestación ciudadana, se agregan conflictos diversos por carencia de servicios públicos adecuados, amén de muchas otras que protagonizan colectivos de sectores diversos de la sociedad civil mexicana que van de transportistas, campesinos, productores del campo, propietarios privados ilegalmente por ocupas de sus casa-habitación; usuarios o no derechohabientes del sector salud y del sector educativo afectados por graves incidentes viales metropolitanos y carreteros, a los que se suma el conglomerado de trabajadores y funcionarios arbitrariamente cesados del Poder Judicial de la Federación, que ahora no han podido cobrar la justa indemnización por sus derechos laborales, confiscados antijurídicamente por la autoridad hacendaria federal, todos ellos han decidido afrontar el grave designio público de la impunidad, por mera incapacidad burocrática del poder central o acaso por su cínica coalición. 

El momento político que han alcanzado estas marchas bajo demanda de libertad, eficacia, eficiencia y en general por políticas públicas eficaces en la resolución de problemas sentidos reales, ha cruzado la línea roja de la tolerancia, hasta querer ver resultados palpables y fehacientes; no mera palabrería tan exculpatoria como improductiva e inútil. Esta novedosa reacción ciudadana ha sacado de su zona de confort a un gobierno central y gobiernos periféricos cuya costumbre congénita es dejar ser-dejar pasar hasta que el silencio ocupe el espacio público, otrora demandante. El cálculo del gobierno en el poder por un sexenio y su reciente continuación se ha topado con una efervescencia social que en lugar de aminorar o quedar en el silencio, se muestra exasperada y no dispuesta a transigir. 

El poderoso círculo rojo del grupo en el poder se ha topado con la inquietud social de una multitud que marcha con pasos firmes y nada dubitativos. Signo inequívoco de una posición ciudadana que ya se hartó de la retórica facilona y engañosa. En buenos términos de dignidad civil, podemos observar que ya rompió la inercia de una obediencia pasiva y al talante hasta hace poco generalizado del “hay se va”. En tanto que con pena ajena hemos visto un juego en la cúpula de Morena, que quiso sacar flagrantemente un as bajo la manga, convirtiendo a la presidenta en actriz de gran cartel, mediante  escena de supuesta falta de respeto público a su intimidad personal, que -de acuerdo a la opinión pública informada- obedeció a una escenografía parodiada por la mente dramatúrgica del publicista y publirrelacionista del Ejecutivo morenista, Epigmenio Ibarra; cortometraje a manera de maniobra distractora del revuelo público demostrativo y reivindicador.

Lo que en verdad estamos presenciando es la importancia y peso específico del fenómeno sociológico conocido como “densidad social”. Los hechos arriba descritos son muestra y prueba de cómo una manifestación ciudadana puede alcanzar mayor dimensión, importancia y significación. Ante eventos de esta categoría no caben excusas, palabras o gestos de desdén, o peor aún escondites de avestruz. 

Recordemos algunos conceptos fundamentales de este comportamiento social. 

Primero, “densidad social”, que Durkheim (1887, en la Universidad de Bordeaux) definió como: “El número de relaciones sociales entre individuos con relación al volumen de la sociedad”. Y en su sentido como “densidad dinámica”: “A volumen igual, la densidad está en función del número de individuos, que efectivamente están relacionados no sólo comercialmente sino moralmente; es decir, que no solamente intercambian servicios o actúan en competencia comercial, sino que viven una existencia común”. 

Contemporáneamente, un estudio sobre la densidad, plantea “La efervescencia social como problema de investigación” (Nicolas Mariot Campus Paris-Jourdan. Vol. 44. 2005. Historias y sociologías políticas: pasados presentes de la acción política y social). En que destaca como concepto: la necesaria toma de distancia respecto a una concepción ampliamente compartida por los comentaristas y expertos de la movilización de las multitudes. Se atribuye comúnmente a ésta la capacidad de manifestar la popularidad de un hombre o de una causa. Se deduce así estados de ánimo de la observación de comportamientos o de creencias individuales, suponiendo que la aclamación equivale a un acto de adhesión (Cfr. Nota mía, LJA.MX. El discreto encanto de la densidad. Opciones y decisiones. 21/07/2023). 

La demostración del autor consiste, en cambio, en 1. Mostrar las razones de la asombrosa eficacia social de esta concepción; y 2. Señalar que las interpretaciones expertas no deberían reducir abusivamente el acto de aclamación al mero ejercicio de un acto de voluntad, haciendo derivar discutiblemente la existencia de estados de ánimo del público, de la observación de los comportamientos de los participantes en una concentración multitudinaria. 

Para nuestro propósito, podemos concluir sobre la necesidad de devolver una densidad social a esos “momentos de efervescencia”, esforzándonos así por precisar qué postura invocamos al describir nuestra observación.

Segundo, para efectos de nuestra reflexión, podríamos destacar la reacción en primera instancia de parte de la presidenta, ante la noticia de ambos asesinatos, con cierto tono de enfado y aun de displicencia, adelantando que es “asunto de ellos”, no siendo de nuestra incumbencia inmediata. Actitud muy bien aprendida por Morena y su líder moral frente al caso de la masacre de Ayotzinapa. Caso contrario no suficientemente ponderado por el entonces presidente Peña Nieto, cuya atracción del evento pasó de inmediato al mando federal de la Procuraduría General y de la misma presidencia, sin antes haber deslindado responsabilidades del nivel local y estatal, que les estaba directamente concernido. Ya conocemos los nocivos efectos que tal apremio de intervención ocasionó al nivel central de gobierno.  

De manera que la distancia tanto ejecutiva como de atribución de responsabilidades tuvo un efecto de deslinde, en primer instancia; lo que salvaguarda así al Ejecutivo y su círculo rojo de cualquier percepción sospechosista, por un lado; pero, por otro lado, ese pronto deslinde hizo ver a la mandataria y al gobierno central como poco sensibles a la supresión de un liderazgo de alta connotación local, y de muy cara estimación para el pueblo afectado, por tal violenta supresión no tan solo de operación pública, sino de la vida misma. Su mal cálculo, en la realidad, se ha traducido en una manifestación social altamente unificadora de la ciudadanía, y con una voluntad manifestativa de su sentimiento reivindicativo. Fenómeno que muestra ser nada pasajero y sí, de ahondamiento en sus motivaciones y causas societales. Es decir, ha estado potenciando su “densidad social”. 

El clamor de justicia reivindicativa rebasa lo que pudiera ser un mero adversario solitario o sujetos responsables, y pasa a etiquetar a todo el aparato de violencia criminal que los agobia; señalando al mismo tiempo la imputabilidad de los efectos contra la comunidad, de parte de aquella autoridad que no se vea comprometida en su justa reparación e impartición de justicia. 

Para concluir, este efecto auténticamente “espumoso” o efervescente de la creciente movilización social no garantiza la estabilidad final, que sólo otorga a un fenómeno social su proceso interno de genuina “densidad social”, es decir, de crecimiento auténtico en función del volumen de población que logre aglutinar. 

Así lo habremos de observar en la solidez y dimensión que alcance y tenga lugar de ese colectivo que demande, hasta las últimas instancias, las justas reivindicaciones a las que ha emplazado a los posibles y presentes responsables del artero y grave daño a su líderes comunitarios. Quienes actuamos como observadores tenemos el imperativo moral o ético de dejar que el espacio y tiempo de consolidación de estas mediaciones ocurra en ese colectivo social y fragüe como buen cemento en el seno de sus organizaciones políticas. 

Los factores alternativos ya sea de impaciencia, deslinde o displicencia hacia el grupo social afectado, habrán de mostrar la ineficacia o “la mala fe” de los actores intervinientes; esta “prisa” por desvincularse de los hechos denunciados manifiesta, al final, la nula tolerancia a la evolución necesaria para que eclosione la evidencia de algún elemento crucial. Lo que muestra y demuestra la radical intolerancia al fenómeno observado, que necesariamente es gradual y progresivo hasta instalar su auténtica “densidad social” que, por otro lado, hoy marcha tan campante. 

franvier2013@gmail.com

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