Ambientalistas
Frankenfoods: ¿semillas monstruo?
Hace un par de semanas me reencontré con el libro Watersheds 4: 10 Cases in Environmental Ethics (Cuencas hidrográficas 4: 10 casos en ética ambiental) escrito por Lisa Newton, Catherine Dillingham y Joanne Choly, J. (2006) que tuve que dejar de lado cuando estaba estudiando mi doctorado porque, desde el punto de vista de mis tutores, no me servía para la tesis, y honestamente no estaban tan equivocados con base en los objetivos que debía cumplir; sin embargo, ahora que volví a verlo en el librero, y después de una hojeada a su contenido, decidí retomarlo con el apoyo de mi asistente de investigación, la maestra Paulina Romo, dada la pertinencia de su contenido, pero principalmente debido a ciertas coincidencias abordadas en el libro con situaciones actuales que no está de más retomar.
Como lo señala el título, se abordan diferentes casos y se analizan desde una perspectiva ética-filosófica, así que en esta ocasión comentaremos el capítulo “Genetically Modified Organisms. The Complex Difficulties of Frankenfood” (“Organismos modificados genéticamente. Las dificultades complejas de la Frankenfood”).
Lo primero que tenemos aclarar es que el origen del neologismo anglosajón Frankenfood fue acuñado en 1992 por Paul Lewis para referirse a los organismos genéticamente modificados (OGM), que pueden ser plantas, animales o microorganismos sometidos a técnicas de ingeniería genética para alterar su ADN. Los OGM son creados para obtener ciertas características y cumplir con objetivos específicos, como aumentar su resistencia a plagas, mejorar el valor nutricional o aumentar la capacidad alimentaria. ¿Esto es del todo cierto?
Newton, Dillingham y Choly también se refieren a estos organismos como frankenfood, aludiendo a la criatura de la novela Frankenstein de Mary Shelley para abordar el conflicto ético en el uso de tecnologías agrarias y las consecuencias ecológicas de emplear la alteración genética para satisfacer necesidades antropocéntricas. En este sentido presentan un análisis crítico del empleo de esta tecnología en el uso agrario con el objetivo de someterla a una evaluación moral, articulando dilemas éticos que trascienden los beneficios agronómicos inmediatos. Esta crítica expone una tensión entre el deber antropocéntrico de mejorar la producción alimentaria y las preocupaciones éticas respecto a la integridad de los ecosistemas y su valor intrínseco.
Grupos de activistas se sumaron a esta crítica debido a la falta de certidumbre ante las alteraciones que estos productos podían provocar en los humanos, especialmente cáncer, derivado principalmente del uso indiscriminado de fertilizantes, herbicidas e insecticidas, además de un uso excesivo de agua. En conjunto esto está alterando no solo las semillas, sino los ecosistemas. Aquí podríamos incluir el caso de los agricultores de nuestro país, quienes durante décadas han luchado por mejorar y conservar la pureza genética de las semillas del maíz, pues los campos de cultivo han sido acechados por empresas biotecnológicas (como Monsanto) empeñadas en vender a los productores sus “semillas mejoradas”, que están orientadas a atender las presiones del mercado y no la seguridad alimentaria o nutricional de las personas.
Al respecto, los autores exponen que la liberación de organismos con códigos genéticos alterados tiene consecuencias ecológicas no deseadas, como la transferencia genética horizontal a especies silvestres, la creación de especies resistentes a herbicidas o el daño a insectos polinizadores. Estos efectos no pueden ser eliminados, por ello, el debate cuestiona si los beneficios para potenciar el rendimiento justifican la exposición de los recursos naturales a riesgos biológicos irreversibles.
Aunado a lo anterior, es importante considerar cuestiones de justicia ambiental y social relacionadas con el otorgamiento de patentes de cepas modificadas a corporaciones dedicadas a la biotecnología, ya que se elevan los costos de producción para los agricultores, quienes enfrentan las consecuencias de la contaminación cruzada y la pérdida de la diversidad genética de sus cultivos. Este escenario afecta también la seguridad alimentaria en las naciones en desarrollo al promover la dependencia de una parte de las empresas transnacionales.
El dilema ético de los OGM no reside en la tecnología por sí misma, sino en la responsabilidad corporativa con la que se despliega y en la forma en que se distribuyen los beneficios y riesgos, lo que exige fortalecer el marco ético para priorizar la equidad y una gestión prudente del riesgo ecológico.
La modificación genética, desde el punto de vista filosófico, es un acto de hybris porque representa una transgresión a los límites naturales fundada en la soberbia, desmesura o arrogancia del ser humano en su intento de “jugar a ser Dios”. La biotecnología puede ser una herramienta para maximizar el bienestar, sin embargo, las alteraciones genéticas son “antinaturales” y, por tanto, las consecuencias pueden ser graves e irreversibles, tal como ocurre en Frankenstein.
En suma, el uso del término Frankenfood describe que este problema no es meramente tecnológico o económico, sino que constituye una dificultad compleja cargada de valoraciones y argumentos que deben ser analizados éticamente, tal y como nos lo muestra Del Toro en la versión mexicana de Frankenstein.




