Del ocio podría pensarse que es una pérdida de tiempo, pero poco reflexionamos sobre su necesidad e implicaciones para el desarrollo humano. Debido a la forma en que se ha estructurado nuestra sociedad y el menester de aportar a la reproducción de los recursos “necesarios” de subsistencia, el pensar en el tiempo libre fuera del trabajo y las actividades domésticas parece una simple gasto, aunque para más de uno es un placer el poder cuestionar qué hacer con ese tiempo disponible; aunque en ocasiones las opciones son pocas o casi nulas, lo cual permea en nuestras formas de interacción más allá de un simple “no tengo tiempo” o “no hay qué hacer”.
De acuerdo a la antropología, en las sociedades agrícolas y recolectoras el rendimiento calórico era la resultante de las calorías de los vegetales y animales para consumir entre las horas invertidas para su operación (caza/recolección/siembra y cosecha, preparación e ingesta), con lo que se buscaba de forma innata un equilibrio para asegurar la sobrevivencia de las comunidades o clanes, y evitar el agotamiento de recursos que podría significar hambruna y el estancamiento de energía que podría transformarse en violencia, en ira: una de las emociones con mayor carga de energía.
En las sociedades modernas, por así nombrarlas, el reservar energía y distribuirla de forma libre representa un mecanismo de distinción; algo relacionado al modelo capitalista: el poder es para quien acumular mayor capital y gasta lo más posible. Es distinto el manifestar que nos vamos de vacaciones al balneario “Valladolid”, a Puerto Vallarta, Cancún o Ibiza, e implica, de acuerdo al sitio y cultura donde se exprese, una posición en un orden socioeconómico. El tiempo de ocio es proporcional al estatus socioeconómico de una persona, pero ¿qué tanto es necesario ofrecer este tipo de oportunidades?, esto ¿representaría un indicador de igualdad social?
Según el campo de la inteligencia emocional, el aburrimiento es una emoción frecuente pero peligrosa si se transfigura en un sin sentido de la vida, lo cual podría ser uno de los elementos de impulso hacia el suicidio. Por ejemplo, si una persona dedica gran parte de su tiempo al trabajo, tal vez esté físicamente agotada y en lo intelectual agobiada por el área de enfoque en su trabajo u oficio, por lo cual necesitará cambiar su rutina y generar “innovaciones culturales”, de hecho, esto lo hacemos aunque no estemos en un momento de frustración ante la cotidianidad o aunque alcancemos un nivel de satisfacción (si es que es posible); por algo los carnavales y fiestas han existido a lo largo de la historia. Ahora, si una persona no tiene trabajo, ni opciones de entretenimiento de acceso público y libre, la frustración y el aburrimiento pueden conllevar hacia prácticas nocivas, como la violencia, el consumo de sustancias nocivas para la salud o la delincuencia. Al respecto, el box surgió como un mecanismo de control para jóvenes en pobreza y marginación a través de una disciplina corporal que se planteó como deportiva, aunque el vehículo era una violencia vigilada y reglamentada.
En nuestros días, y durante las últimas décadas, se habla de las llamadas políticas de tercera generación, para ampliar la oferta de entretenimiento y esparcimiento, como ciclovías, parques, gimnasios al aire libre, transporte público a zonas silvestres, equipamiento de dispositivos tecnológicos, conciertos gratuitos, por mencionar algunos ejemplos. Sin embargo, este tipo de acciones suelen ser altamente criticadas por traducirse en “pan para el circo”, en especial en zonas geográficas donde no se han atendido otras necesidades básicas por parte del sector gubernamental, empresarial y por los mismos ciudadanos; por ejemplo, playas artificiales, zoológicos y reservas culturales, entre otros casos. Si bien, en cada una de estas acciones en necesario analizar las razones para su implementación, beneficiarios económicos, políticos y sociales; para algunas familias éstas son sus únicas opciones para liberar tensiones, minimizar o evitar peleas intrafamiliares, acceder a la activación física, o conocer fauna, flora y paisajes que de otra forma no podrían costear. ¿Las y los pobres tenemos derecho al esparcimiento?, si bien, tenemos que trabajar, ser productivos, para obtener dinero y pagar por la diversión, ¿es posible con cualquier tipo de empleo y salario? Además, cuando se politizan iniciativas de tercera generación, ¿no negamos la autonomía e inteligencia de los llamados sectores vulnerables al creer que por un concierto votarán directamente por algún partido o persona? ¿Hasta qué punto nos adjudicamos privilegios frente a los demás? Si en Brasil surgió “The poor have the right to be beautiful” (los pobres tienen derecho a ser bellos), en México: “The poor have the right to the amusement”?
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