Todavía no se asientan los polvos de la tolvanera causada por la campaña electoral, y ya tenemos a la vista la judicialización de los resultados del proceso comicial, en un intento por anular una elección presidencial que a todas luces se parangonaba como la más concurrida de la historia de México, la más observada, la más rigurosamente controlada por el IFE y la mejor procesada en la Jornada Electoral del 1º de julio, por ciudadanos nominados al azar. En suma, se dejó correr todo el proceso electoral, como manda la Ley, para luego impugnarlo por cusas antecedentes o, al menos en los argumentos, concomitantes bajo la urdimbre de una gran conspiración de consorcios líderes de medios de comunicación masiva y una supuesta cuantiosa derrama de recursos económicos para comprar masivamente voluntades de electores.
El campanazo sonado por el candidato perdedor, Andrés Manuel López Obrador, aun retañe junto con la polvareda de los caminos transitados en campaña, y lo hace con repiques que llaman a duelo por el supuesto atentado contra la democracia, porque se trataría de una imposición, y una macro-conspiración inmoral encabezada por el candidato triunfador y la cúpula oligárquica que lo acompaña, porque ha ensuciado la limpieza republicana de los procedimientos constitucionalmente fundados.
Antes de enredarnos en los abucheos a los indiciados mal portados, irremisibles pecadores, o criminales de refinado cinismo, y llevarlos religiosamente a la plaza pública para su ejecución sumaria, es bueno y saludable escuchar un cuento. Sí, cuando la realidad supera a la fantasía, es una buena práctica y aconsejable, recurrir a una fábula –sobre todo de un gran escribidor de cuentos-, como lo fue Alexandr Pushkin y su celebrada obra: El Gallo de Oro, convertida en ópera.
El núcleo del poema o fábula de Pushkin (siguiendo el libreto en ruso que redactó Vladímir Belski para la ópera, http://es.wikipedia.org/wiki/El_gallo_de_oro), consiste en lo siguiente:
Acto I. El zar Dodón cree que su país está en peligro por el estado vecino de Shemaja, gobernado por una bella reina. Pide consejo a un astrólogo, quien le proporciona un Gallo de Oro (a modo de fetiche) para salvaguardar los intereses del rey. Cuando el gallo confirma que la reina de Shemaja tiene ambiciones territoriales, Dodón decide atacar a Shemaja preventivamente, y envía a su ejército a la batalla al mando de sus dos hijos.
Acto II. El zar Dadón se encuentra con la reina de Shemaja. Sin embargo, sus hijos son tan ineptos que acaban matándose el uno al otro en el campo de batalla. El zar Dodón decide entonces liderar el ejército él mismo, pero se vierte más sangre porque el Gallo de Oro asegura que el viejo rey se enamora cuando realmente se encuentre con la hermosa reina. La propia reina anima esta situación al interpretar una seductora danza – que tienta al rey para intentar ser su pareja, pero él es torpe y cae en el enredo. La reina se da cuenta de que puede apoderarse del país de Dodón sin más luchas, – y logra que el zar le pida matrimonio, que ella tímidamente acepta.
Acto III. La escena final empieza con la procesión nupcial en todo su esplendor. El astrólogo aparece y dice al zar Dodon, “Me prometiste cualquier cosa que te pidiera si podía haber una solución a tus problemas…” “Sí, sí”, responde el rey, “Tan sólo dímelo y lo tendrás”. “Bien”, dice el astrólogo, “¡Quiero a la reina de Shemaja!” Ante esto, el rey se encoleriza, y golpea al astrólogo con su maza. El Gallo de Oro, leal a su maestro astrólogo, entonces le da un picotazo a la yugular del zar, que muere desangrado. El cielo se oscurece. Al volver la luz, la reina y el gallo han desaparecido.
Epílogo. Vuelve a salir el astrólogo ante el telón y anuncia el final de la historia, recordando al público que lo que acaban de ver es una “mera ilusión”, que sólo él y la reina eran mortales y reales.
La historia detrás del cuento. El zar Nicolás II de Rusia había iniciado la guerra Ruso-Japonesa, atacando preventivamente a las fuerzas japonesas de Manchuria y Corea. Guerra que fue muy impopular entre los rusos, y después demostró ser un desastre militar. Algunos críticos han mencionado la semejanza de esta situación con la ópera aludida de Rimski-Kórsakov, a la sazón director del conservatorio de San Petersburgo, inspirado en la fábula de Aleksandr Pushkin.
La coyuntura socio-política era de gran inestabilidad e incluso con una emergente actividad revolucionaria en 1905. El pueblo ruso no estaba molesto sólo por la guerra Ruso – Japonesa, sino también por las condiciones feudales en las que vivía. En 1905 se vivieron momentos de protesta, revolución y contrarrevolución (véase: Domingo Sangriento (1905) y Revolución Rusa de 1905).
Los estudiantes del conservatorio de San Petersburgo se unieron a las protestas, y Rimski-Kórsakov los apoyó. Por esta razón, fue suspendido de su cargo como director del conservatorio, ante lo cual Aleksandr Glazunov y Anatol Liadov también dejaron sus puestos.
La fábula resultó ser una lectura simbólica de la realidad sociopolítica que estaba viviendo el pueblo ruso. Es decir no fue el cuento el que creó la historia, sino ésta la que dio vida al relato fabulado de un brillante escritor que, además, muy concreta e históricamente fue alcanzado por el mismo tiro de precisión con que desenmascaró las fallidas pretensiones zaristas de gloria y dominación, sometiendo a un pueblo depauperado y sin esperanza de salvación.
El aprendizaje para la vida y la historia, está probado innumerables veces, depende más de una buena fábula y no de un manual de guerra o de una pretensiosa estrategia política que olvidan o dejan de lado cosas que al ser humano de carne y hueso no pasan inadvertidas.
En las actuales circunstancias, valdría la pena jugar a asignar los papeles del cuento de Pushkin y ver qué actores encajan mejor en el desarrollo actancial. Por ejemplo, si el candidato perdedor fuera el zar y acomete una empresa torpe que al final resultara fallida; o viceversa que el candidato ganador asumiera el papel protagónico y desembocara en su propio desafuero. O que la seducción de las masas se convirtiera en desdén, y construyera la instalación de otra realidad inesperada, con la defenestración política de protagonistas y antagonistas. O bien, como indica la moraleja del cuento, la codicia por el poder se convierte en fetiche de Gallo de Oro, que simbólicamente extermina al que pretendió proteger. Sea usted el nuevo escribidor.




