Parecería que en la cinta Carácter (Karakter, 1997) del holandés Mike Van Diem se enfrentan dos posturas, la de Drevehaven versus Katadrueffen, del padre contra su hijo bastardo, del ortodoxo y anquilosado practicante de la ley contra la juventud fresca del novel abogado; en el fondo no hay una verdadera lucha, ambos funcionan dentro del sistema legalista que, desde los romanos o aún antes, permea la forma de resolver los conflictos del hombre: la ley es la ley, y no se puede ir contra ella, incluso a pesar de que sea injusta. En el fondo el meollo de la lucha entre ambos abogados no es la discrepancia entre el deber ser y el ser; sino cuál de los dos es más el ser; cual de los dos aplica mejor la ley. En ambos casos los abogados son estudiosos a profundidad, ambos desean aplicar el derecho positivo, no hacer justicia. Drevehaven -reza el narrador- era famoso, un “ejecutor de la ley sin compasión, azote de los pobres” un oficial del juzgado; por su parte Katadrueffen trabaja en un prestigioso despacho que, aunque no se haga patente en la cinta, se dedica a ejecutar a infortunados que han caído en la insolvencia.
Una película que tiene bien merecido un Oscar (sea lo que sea que este premio signifique) como mejor película de habla no inglesa en 1997; el asunto de fondo es la lucha de sentimientos de amor en un triángulo complejo: una madre rechaza al padre de su hijo, le niega la propuesta de matrimonio y no le acepta una suma de dinero para la manutención del vástago, le rechaza absolutamente todo, “no necesitamos nada de él”. Esta situación derivará en un odio mutuo entre hijo-padre, y en general en la incapacidad de toda la triada no sólo para encontrar el amor entre ellos, sino incluso hacia el exterior; ninguno logrará formar una relación sentimental estable, todos (en especial los progenitores) vivirán con una absoluta amargura en su vida.
Drevehaven es el ejemplo y viva personificación del abogado contemporáneo más temido: férreo aplicador de la norma, implacable con los deudores al grado de que no se tienta el corazón para desalojar pobres, enfermos, viejos, niños. Incluso en una zona prácticamente de guerra, de comunistas atrincherados, no duda en ingresar a pesar de las advertencias de la policía, para –en medio del fuego cruzado- fijar un aviso de desahucio en una de las viviendas del sector en conflicto. En uno de sus sueños, una turba de pobres se abalanza contra él, pretende lincharlo, él sale desnudo de su casa, sólo porta una medalla que lo avala como oficial del juzgado, la blande hacia ellos y les grita, les increpa sin el menor miedo de ser linchado “en el nombre de la ley” en el sueño los pobres se abalanzan a pesar de esto y terminan con su vida; cuando, hacia el final de la película, la escena se repite pero ya no de forma onírica, al increpar este poderoso amuleto que representa el texto del derecho, lejos de continuar su ataque, la turba se disuelve, ofuscada por el poder de la ley.
Una cinta llena de signos del mundo jurídico: libros, juicios, abogados desalmados, doctorados, especialidades, usureros, enormes bibliotecas, togas; todos símbolos que pese a significar lo contrario, en la práctica consolidan la idea de la norma como férrea defensora del establishment y enemiga o por lo menos distanciada de la justicia.
En la actualidad, el abogado sigue siendo pensado como Drevehaven o Katadrueffen, basta ver cualquiera de los chistes clásicos que circulan en las redes; y es cierto, el papel que el propio sistema de derecho mexicano da al abogado lo obliga –literal y metafóricamente- no a buscar la justicia, sino a aplicar la norma. Esta forma de conceptualizar no sólo el derecho sino la propia ética e incluso la moral, derivan en muchas ocasiones en auténticas injusticias. No obstante esto, algunos de estos abogados aplicadores de la ley, creen en la justicia y tratan de verla como esa estrella polar a la que nunca se podrá alcanzar pero que guía el actuar diario.
En la cinta, después Drevehaven pone cientos de barreras a su hijo mismas que logra superar hasta convertirse en abogado, éste cree que siempre trató de malograrle la vida, al final el padre le dice que lo hizo para su propio bien, de hecho nos damos cuenta que efectivamente así fue. En un último acto ya no de derecho sino de justicia, el padre se suicida, dejando todos sus bienes a Katadrueffen, pero sobretodo reconociéndolo legalmente como su hijo. En estos días que conmemoramos el día del abogado (12 de julio) esperamos que más que festejar, el gremio entienda –como lo hizo de manera trágica Drevehaven- la necesidad de que en la ley y su aplicación, se asome la justicia. ¡Felicidades a todos los colegas!




