A veces creo que nadie lee esta columna, que podría escribir el mismo enunciado al infinito sin que nadie lo notara, como el loco aquel de la película. Aunque lo cierto es que mi editor no permitiría mi absurdo experimental. Pero los lectores existen y se agradecen. Verán, hace unas minutas escribí sobre la granada. Como uso las redes sociales, suelo anunciar en mi twitter (@mergruen) que la minuta de la semana está servida para su lectura. En esa ocasión, un usuario expresó su gusto por el texto y citó a Gibran Jalil Gibran. Por supuesto, yo no tenía ni idea ni la más remota memoria de dicha cita.
Pasados los días, me di a la tarea de encontrar el texto granadino. Me llevé una sopresa, porque el apartado sobre la granada está en un libro que, en efecto, leí hace años, pero ni siquiera releyéndolo pude recordarlo. Hablo de El loco, (1918); sin embargo, sí recordaba otras parábolas. Es curioso, no recuerdo haber citado a este autor ni haberlo usado de referencia o de fuente de inspiración.
Me quedó la sensación de que mucho de lo leído se lo ha llevado el viento, como en esa otra película donde los locos son de otro sabor. En fin, leí “La granada” y descubrí que mi memoria no lo había retenido porque en ese momento no me decía nada, es decir, no entendía la ilustración.
Uno de mis ejercicios es imaginar en qué película viviría o en que libro habitaría. Pero nunca he hecho el ejercicio de imaginar en qué fruta fincaría mi residencia. Creo que me guardaría en una uva verde, porque es mi fruta favorita: sin consistencias viscosas, lo suficientemente traslúcida para dejar pasar la luz, pero con una cáscara resistente ante cualquier peligro externo, salvo un pisotón. Imagino que algunos eligirían un plátano para tener su resbaladilla personal. No faltarán los que habiten una granada china para explorar en busca del Alien perdido. Otros habitarán una naranja para encontrar su corazón. Los nocturnos dormirán en el mamey; los temerosos, en el durazno, y los sensuales, en el mango.
Al principio, tras leer el texto del poeta, mi elección no cambió, pues las uvas verdes ofrecen una variedad sin semillas. Esto me garantiza el poder quedarme ahí quieta, en silencio absoluto, sin más voces que escuchar. Pero luego recordé que para el silencio un buen limón sin semillas haría lo suyo, aunque el hábitat sería más oscuro, pero siempre podría obtener los beneficios de la conservación: me imaginé como una erika acevichada disfrutando su silencio.
A veces el mundo real y el virtual parecen eso, el griterío de la granada: demasiadas voces por escuchar, demasiadas por leer, y este griterío suele amar la necedad. Este rojo vital del que hablé en otra minuta, se torna rojo irascible, rojo grito, rojo violento.
Pero recuerdo que lo que hoy escribo fue gracias a la cita que alguien me regaló, una voz que me gustó leer-escuchar. Entonces entiendo que la opción del poeta, el membrillo, es irrevocable. En la vida real y en las redes, uno debe conservar esas pocas semillas, casi silentes, pero que comparten la carnosidad de un fruto que no es otro que lo que devoramos con los sentidos.
No quiero olvidarla, y quiero que otros la recuerden o la lean por primera vez. La dejo aquí, para que elijan entre el griterío y el casi silencio. Leamos a Gibran Jalil Gibran:
16. LA GRANADA
Una vez, cuando vivía en el interior de una granada, escuché a una semilla decir, “Un día me convertiré en un árbol, y el viento cantará en mis ramas, y el sol bailará en mis hojas, y seré fuerte y hermoso a través de los tiempos”.
Entonces habló otra semilla y dijo, “Cuando yo era tan joven como tú eres, también tuve ese punto de vista; pero ahora que puedo sopesar y medir las cosas, veo que mis esperanzas eran vanas”.
Y una tercera habló también, “No veo en nosotras nada que prometa un futuro mejor”.
Y una cuarta dijo, “¡Pero qué burla sería nuestra vida, sin un futuro mejor!”
Dijo una quinta, “Para qué discutir sobre lo que seremos, cuando no sabemos siquiera lo que somos”.
Pero una sexta respondió, “Lo que quiera que seamos ahora, eso es lo que seguiremos siendo”.
Y una séptima dijo, “Tengo una idea clara de cómo será todo, pero no puedo expresarla con palabras”.
Y una octava habló, y una novena, y una décima, y muchas más, hasta que todas se pusieron a hablar, y no pude distinguir nada a causa de las muchas voces.
Y de ese modo me trasladé, en aquel mismísimo día, al corazón de un membrillo, donde las semillas son pocas y casi silenciosas.




