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viernes, diciembre 5, 2025

El Gran Danés y la medicina / El Canto del Zenzontle

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Tengo un amigo que aquí le llamaré José. Mi amigo tiene un perro. Un Gran Danés enorme de aspecto imponente y con un ladrido que da escalofríos. En días pasados, el Gran Danés comió algo que no debió haber comido y hubo que darle una medicina para detener una fuente maloliente de comida mal procesada, que abundantemente emanaba de salva sea la parte de aquel gran animal. José debió seguir las indicaciones del veterinario, tal cantidad de la suspensión, tantas veces al día.

José preparó una gran cuchara de medicamento, le chifló a su perro, que vino agitando su -entonces pestilente- rabo. Con una mano sosteniendo la cuchara, inició por tomarlo del hocico con la otra, apretó para que lo abriera y entonces… su gran amigo se zafó con facilidad, mirándolo con desconfianza tres pasos atrás.

Vino la segunda ofensiva. Puso el cuello del animal entre sus piernas, suavemente le acarició la mandíbula para que volteara a verlo mientras intentó introducir la cuchara con la otra mano. En cuanto el animal sintió las piernas de su querido amo apretar su cuello, nuevamente sacudió la cabeza y se volvió a zafar, dejando a José con una frustrada cuchara de sustancia rosa.

La paciencia de José llegaba al límite. Siempre pensó que el Gran Danés era su mejor amigo, y nunca imaginó tal rechazo de su parte a algo que le haría bien. Y se trataba apenas de la primer toma, esto no podía suceder tres veces al día, tenía que encontrar la forma de hacerlo rápido y suave.

Decidió que el perro era muy grande para él, por lo que lo mejor sería acariciarlo hasta que se echara, y entonces intentar suministrarle el medicamento. Pero pensó que con una cuchara sería imposible hacerlo en esa posición, por lo que fue a la farmacia más cercana a comprar una gran jeringa desechable.

Regresó con su nuevo dispositivo, lo llenó hasta donde la receta le indicaba, le acarició el cuello, el abdomen, y lo rindió, le dijo palabras suaves, y en menos de un minuto el perro ya estaba sobre su costado, esperando más cariño de su dueño. José entonces puso su rodilla sobre el cuello, y se disponía a abrirle el tremendo hocico cuando, de un impulso, el perro se puso en cuatro patas, se retiró y esta vez le dirigió una mirada que lo decía todo: –¿Qué te pasa? ¿Qué te hice?.

Entonces José tomó una decisión drástica, con una cadena de castigo, amarró el collar del perro a la pata de una mesa, tomó la jeringa llena entre los dedos de una mano y con ambas intentó abrir de par en par las fauces del animal para darle su dosis. El enorme animal empezó a zangolotearse, quejarse, a aullar y chillar, armando tal escándalo que a José se le partía el corazón. Sabía que era por su bien, por lo que hizo oídos sordos a los chillidos del pobre animal, insistiendo en abrir el hocico con ambas manos, estando a punto de conseguirlo, hasta que el Gran Danés pegó tal brinco, que no solamente tiró a su dueño y la mesa, sino que todo lo que había sobre ella, incluyendo el recipiente del medicamento, voló por los aires, salpicando de suspensión rosa todo lo que estuvo al alcance, el piso, la mesa, al perro y a José.

José montó en cólera, se incorporó, desamarró al perro, le pegó de gritos, como si lo entendiera le hizo reflexionar sobre la necesidad de tomarse el medicamento, le llamó de mil maneras posibles e insultándolo salió del lugar enfurecido.

Cuando regresó con un trapeador para limpiar el desorden, la escena era asombrosa, aquel gran animal estaba lamiendo cada gota del medicamento por todo el cuarto, de su pelo, del piso, de la mesa, y de la botella que se encontraba en un charco de la suspensión rosa.

Entonces José lo entendió: El perro no rechazaba la medicina, sino la forma que había decidido suministrársela.

Hoy que los actores políticos de mi México han asumido posturas extremas encontradas, hoy que de un lado desaparecen estudiantes o al menos tratan con indiferencia su desaparición, del otro bloquean carreteras y aeropuertos, del primero amenazan con el uso de la fuerza del estado ante la menor provocación, del segundo queman edificios públicos, del primero infiltran personas para justificar la represión… hoy es importante recordarles a ambas partes que normalmente el rechazo es a la forma en que se hace, aunque se esté de acuerdo con el fin que se persigue.

Nuevamente es pertinente resonar la frase de Mohandas K. Gandhi, aquel menudo abogado hindú que bajo el cariñoso sobrenombre de “Mahatma” (alma grande) consiguió la independencia de su país sin disparar un solo tiro: No hay caminos para la paz, la paz es el camino.

Twitter @manuelcortina correo@manuelcortina.com www.manuelcortina.com

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