El siglo XXI, con sus cámaras cada vez más diminutas y la posibilidad de autofotografiarse como una moda, puso, tal vez sin querer o siguiendo el complaciente exhibicionismo, una afición, un deporte con pocos pero fieles practicantes: la estegofilia, el arte de trepar edificios, principalmente públicos, sin aditamentos especiales (cuerdas, arneses y demás equipo). Pero la estegofilia no nació, como ingenuos habitantes de las redes sociales queremos creer, con la búsqueda del cada vez más difícil, cada vez más original, de este siglo, sino casi a principios del XX en uno de los más sacrosantos reductos de la cultura inglesa: la Universidad de Cambridge.
Si la historia se contase al revés habría que imaginarse en 2010 durante las vacaciones navideñas de la Universidad a dos hombres durante dos días subidos al techo de la capilla de King’s College. Esos hombres no estaban practicando el secreto arte de la estegofilia sino intentado retirar los cuatro gorros que alguien -el anonimato es necesario en un deporte ilegal- había colocado en una sola noche. Un alguien que, en una entrevista con The Tab, el periódico local de Cambridge, contó que había estado planeando y estudiando las rutas para lograr 22 de las 37 torres oficiales de la Universidad en una sola noche con el añadido de colocar un adorno navideño en cada una.
En una diversión con reglas acorde a su naturaleza (trepar siempre de noche, de ahí que se le conozca también como night climbers, no trepar cualquier cosa alta sino sólo las torres de los colleges más antiguos de la Universidad, de ahí el otro nombre de roof climbers, y mantener siempre el anonimato -incluso cuando se publique un libro sobre las rutas de ascenso- excepto para los otros estegófilos) sólo hay dos territorios prohibidos para el escalador nocturno cambridgense: los colleges de sólo chicas, por motivos obvios incluso en pleno 2015, y trepar los edificios modernos, aunque sean más difíciles, porque no son parte de la tradición.
Una tradición que hace poco perdió (debió caerse o ser robado por alguien) una de sus mayores pruebas: un pato de goma. El reto, desde que comenzó la escalada cambridgense, era trepar al techo del salón principal de Trinity College, entre por una ventana diminuta en el techo y caer, a unos 60 metros de altura, en una de las vigas de madera, delgadas y carcomidas por la polilla, para mover el pato de goma un poco más allá de lo que lo había colocado el anterior estegófilo.
Perdido el pato y perdido el reto, en los últimos años ha aparecido otro: la entrada al tradicional baile de mayo en todos los colleges. Si hay algo difícil en la Universidad de Cambridge, después de sus exámenes, claro, es conseguir ser invitado al May Ball de cualquier college. Cada una de esas históricas reuniones la entrada requiere portar un codiciadísimo brazalete que, en el caso de alguien externo al college, necesita de la anuencia completa del comité organizador. Se trata, para el trepador contemporáneo, de, mientras se celebra la fiesta, subir al college (con vestimenta formal -frac o esmoquin- y zapatos de gala -que parecen tener buen agarre-) y colarse dentro de la exclusiva reunión. El récord por ahora está en dos bailes en una noche.
Aunque ningún autor logra proponer quién fue el primer practicante del deporte, sí están todos de acuerdo que nació en Cambridge y que, gracias a esa rivalidad ancestral de las universidades inglesas, después lo adoptó Oxford. Y también coinciden en que nació, como lo describe gráficamente uno de los pocos libros sobre el tema, “en una época en que los policías de la ciudad se dirigían a los jovencísimos alumnos por su título nobiliario o por el más plebeyo ‘señor’, en una época en que el sólo pensamiento de una beca para estudiar en Cambridge era una chiste”.
El primer nombre que aparece registrado como practicante de dicho deporte es el fundador del alpinismo moderno inglés (y cum laude en su carrera de latinista en Cambridge y, posteriormente, director de Eton, el colegio más exclusivo no sólo de Inglaterra sino del mundo), Geoffrey Winthop Young, que en 1895, recién llegado a la universidad, comenzó en excursiones nocturnas a trepar los techos, primero, de su propio college, Trinity, y, después, de toda la Universidad. Un estudiante que, además, se atrevió a publicar con su propio nombre en 1899 The Roof-Climber’s Guide to Trinity. ¿Por qué no lo expulsaron si su práctica era delito? Porque, como él alegó, el hecho de “haber descrito algo en un libro no implica que sea cierto”.
En 1921, y porque aún en la ilegalidad la competencia entre colleges es grande, Hartley, Grag y Darlington, estudiantes de St John’s College publicaron una sobre como subir a los techos y torres de éste. Wipplesnaith, seudónimo de Noël Howard Symington, publicó en 1937 una guía para toda la Universidad en una editorial comercial lo que atrajo popularidad a un deporte que tras la Segunda Guerra Mundial perdería practicantes. Una popularidad que volvería cuando se publicara en 1970, bajo el seudónimo de Hederatus, Night Climbing in Cambridge, una popularidad que, en el anonimato, aún perdura.
¿Por qué un monumento para todos esos estegófilos? Primero, y sobre todo, por la valiente ironía de practicar un deporte que además delito (castigado incluso hoy en día con la expulsión inmediata de la Universidad), no atenta contra nadie. Y segundo, por una alegría por vivir que se encuentra en el lema casi oficial de tan reducido y selecto grupo: “Si te resbalas, aún te quedan tres segundos de vida”. (Y, tercero y deliciosamente inglés en su humorismo, porque la mejor información sobre los trepadores de Cambridge se encuentra en una serie de artículos que le dedicó la revista del club de espeleología de la misma Universidad).





