El cautivador conflicto moral de Breaking Bad definitivamente nos encantó; y es que en un inicio ese timorato profesor de química, Walter White, en calzoncillos nos remitía al divertidísimo personaje de Malcolm in the middle, con él nos involucramos, evolucionamos de su carácter perdedor y frustrado hasta su transformación en un criminal por antonomasia, con él debatimos sobre sus delitos ya por ética (la necesidad de dinero para curar su enfermedad) o por el simple placer que la adrenalina de cometerlos le provocaba. La necesidad de ser malo por una vez en la vida de aquel que siempre ha sido honesto, es brillantemente utilizada en el final alternativo de Breaking Bad cuando vemos al pazguato Hal (padre de Malcom) despertando de una terrible pesadilla donde encarnaba al maldito Heisenberg,
Si los personajes de la serie fueron por sí mismos cautivadores, hay uno que nos llamó la atención por su cínica forma de ver la vida, y tal vez porque entre todos los problemas psicológicos y existenciales del drama (la cleptómana, el desahuciado, un yonki que no se puede rehabilitar, etcétera) estaba uno que significaba una válvula de escape a todas estas presiones desde dos puntos de vista: al espectador lo hacía reír y romper con la tensión del argumento principal e internamente sus funciones de jurista daban salida legal a los problemas de nuestros protagonistas: el poco ortodoxo abogado, mismo que ahora tiene su propia serie: Better call Saul.
El litigante es una de las figuras más emblemáticas en nuestras sociedades democráticas, y es que pretendemos regirnos con leyes, “En las ciudades no nos matan con tiros sino con decretos”, como dijera Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos de cólera, por ello un defensor corrupto y todoterreno, como Saul, no podía faltar en cualquier historia y claro que se merecía un spind off. Si bien Molierac en su clásico Iniciación a la abogacía nos enseñaba el “Ideal del abogado independiente: ‘Noble sin nacimiento, rico sin hacienda, elevado sin honores y feliz sin necesidad de fortuna’” Saul es la antítesis, el ejemplo del mal ejemplo, el fetiche favorito con el que se encasilla a los jurisconsultos.
Rompiendo records de audiencia para un primer capítulo, Better Call Saul, estrenada el pasado domingo, en principio sus dos primeros capítulos nos han dejado un poco a deber, es atrayente pues ya nos ha hecho saber algunos misterios que heredamos de la serie madre, como el destino del propio Saul (del que apenas se dan esbozos) o cómo apareció en su vida ese singular detective Mike. Misma estructura narrativa y fotografía, no suena raro, tiene la mano de Vince Gilligan, quien produjo y en algunos casos escribió capítulos en Breaking Bad y que también formó parte en diversas facetas de esa serie de culto para los que somos fanáticos de Maussan y Pedro Ferriz Los expedientes secretos X.
La importancia de las series en la cultura contemporánea es un hecho cierto, en algún lugar leí que son el equivalente a las novelas por capítulos que aparecían en los diarios del siglo XIX. Y vaya que lo son, el éxito no sólo con las masas, sino en la que se puede llamar público culto, es claro, todos hablan de ellas, la propia Breaking Bad, Los soprano, Twin Peaks (ya se ha anunciado, 20 años después, una nueva temporada), entre otras, son ya referente no sólo en el mundo pop, sino en el mainstream intelectual.
Para los que abrazamos esta hermosa profesión Better Call Saul nos llama la atención pues nos recuerda varias cosas, por ejemplo, el difícil arranque en el litigio, que sobre todo vivimos aquellos que no teníamos abolengo familiar o económico, iniciamos con el despacho medianamente improvisado, prácticamente cero clientes y con los pocos que existían (que mal pagaban) apenas sobrevivíamos, café de máquina expendedora en mano, en los juzgados. Además, nos enfrentamos con esa parte corrupta del sistema judicial, yo personalmente recuerdo con especial singularidad (cuando fui pasante) un mercantilista al que le conocí las formas más extrañas de arreglar juicios, desde sobornar actuarios, falsificar firmas, componer con el representante de la contraparte, hasta desaparecer expedientes.
Para la población en general existe el lugar común, como dice la maldición gitana, de que de tu abogado ni tú te salvas; no obstante, cuando estamos en problemas sin salida ¿quién no quiere un sinvergüenza que los resuelva? Un, como señalaba Jesse Pinkman, abogado criminal, en el sentido de canalla y no de penalista. Al final de cuentas, como afirma en el capítulo piloto de esta nueva serie el propio Saul, “Abogados, somos como un seguro de vida, espero que jamás lo necesiten, pero ¡cielos! ¿no tenerlo? No”.
