La visita que realizó a México la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, la semana pasada, despertó nuevas expectativas respecto al futuro de las economías de la región latinoamericana a la vez que surgieron incógnitas. En un contexto económico desfavorable en ambas naciones, cuyo Producto Interno Bruto (PIB) combinado representa el 62% del total de la región, antes de pensar en el efecto que sus acuerdos podrían tener en la región, la pregunta obligada es si la interacción comercial y la cooperación internacional entre los dos gigantes latinoamericanos podría ayudarles a remontar sus respectivas crisis.
Para los inversionistas internacionales México y Brasil constituyeron durante décadas el principal destino de sus recursos hacia el subcontinente. Sin embargo, en la actualidad, el mal desempeño económico de ambas naciones, junto con las crisis políticas que enfrentan sus respectivos gobiernos, amenaza la seguridad en el arribo de los capitales que asegurarían su estabilidad.
Si bien la afinidad emotiva entre los pueblos de ambas naciones es sólida y ampliamente reconocida, la divergencia económica por haber adoptado durante décadas modelos económicos opuestos, complica los posibles acuerdos de cooperación económica y comercial. México apostó a la estabilidad macroeconómica y al crecimiento basado en las exportaciones. Es decir, depositó en la afluencia de inversiones extranjeras y el abaratamiento de la mano de obra la esperanza de su desarrollo. Desde finales del siglo XX condicionó su política industrial al encadenamiento productivo de maquiladores internacionales, o sea, a no tener tecnología ni impulso industrial propio. El impulso industrial de México lo proveen grandes firmas internacionales que utilizan el suelo mexicano sólo como un económico eslabón para exportar. El resultado ha sido un crecimiento bastante débil, de 1.8% en promedio anual entre 2002 y 2008, y con baja inflación, controlada mediante políticas de austeridad monetaria que minaron el crecimiento de la demanda interna. La riqueza en México se ha concentrado en las últimas dos décadas como nunca antes en la historia reciente del país, con lo que se ha reducido la capacidad adquisitiva de los micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) y favorecido la de las grandes empresas, muchas de ellas, transnacionales.
Brasil, por su parte, aprovechó un boom en la demanda internacional de materias primas que se dan en su extenso territorio, para crecer a un promedio anual de casi 5% entre 2004 y 2008. La bonanza exportadora y mayor holgura monetaria, resultante en una inflación sólo del doble de la mexicana, Brasil logró financiar programas sociales que sacaron a 28 millones de brasileños de la pobreza extrema. El desarrollo de un sector automotriz y aeroespacial propio, además de una política de economía social solidaria que permitió el fortalecimiento de las micro y pequeñas empresas, permitieron una sensible mejora en la equidad distributiva del ingreso, siendo ésta aún insuficiente para mitigar desigualdades sociales.
El reto que enfrentan ambos países en la actualidad consiste en allegarse de nuevas inversiones. La inflación brasileña y el encarecimiento acumulado de su moneda provocan que las tasas de interés sean muy elevadas. Estas constituyen un importante escollo que deberán vencer para hacer que la inversión en su territorio vuelva a ser apetecible para los inversionistas nacionales y extranjeros. Brasil ha intentado zafarse de los tentáculos de la banca internacional participando activamente en la conformación del nuevo bloque monetario mundial conocido como grupo BRIC (acrónimo de Brasil, Rusia, India y China). Pero la agenda económica de la presidenta brasileña en México hace dudar si las negociaciones de este grupo monetario van por buen camino. Las condicionantes del monopolio bancario tradicional, el que concentra los poderes de facto a nivel global desde hace décadas y que son las que tienen a México atado a servir a los intereses de monopolios globales, parecen continuar dominando.
En México, por otra parte, si bien el sector monetario -obediente de las imposiciones de la banca internacional- permite mantener bajas tasas de interés para préstamos, ya casi no atrae con bajos costos a inversionistas. El deterioro de la seguridad ciudadana y el consecuente aumento del “riesgo país”, ciertamente ha desincentivado la inversión. Pero también, la concentración de la riqueza y el control de los mercados domésticos e internacionales por parte de las grandes empresas nacionales e internacionales, ha desmotivado la inversión. Por si esto fuera poco, el Fondo Nacional Emprendedor (FNE), en donde la actual administración concentró los recursos para apoyar a las Mipymes tiene una ínfima bolsa de recursos disponibles cercana al 2% de los recursos destinados por el gobierno a programas asistenciales. Además, sus políticas operativas excluyen a gran parte del sector comercial nacional, favoreciendo a grandes consorcios comerciales, con lo que se limita el acceso de los productores nacionales a los mercados domésticos. Con el recorte presupuestario anunciado por el gobierno mexicano para 2015 y 2016, se ha ordenado disminuir aún más la cantidad de recursos para las empresas nacionales. Esto refleja el poco interés que tiene el gobierno mexicano actual en apostarle al crecimiento de la economía interna; con lo cual es de suponer que las Mipymes estarán excluidas de los acuerdos pactados con Brasil.
Fuentes oficiales indicaron que el objetivo de la visita de Estado de la mandataria brasileña fue concretar acuerdos para impulsar el comercio, la inversión y el turismo entre ambos países. Estos, se dijo, esperan poder doblar el valor total de su actividad comercial en un periodo de 10 años. Pero esto no se logrará a menos que se piense incrementar el comercio internacional intercompañías que realizan las empresas transnacionales, cosa que beneficia más a éstas que a los propios países. Pero eso sí, en cuanto a futbol, los acuerdos binacionales están a la orden del día. Y más cuando, al margen del apoyo comercial a las trasnacionales, también sirven de distracción el mero día de las elecciones.
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