La violencia es el tema. Escuchamos hablar de ella en los noticiarios de TV, en la radio y la leemos en los diarios. Además es motivo de conversación en el café con los amigos y alrededor de la mesa en la comida familiar. De las múltiples variedades de la violencia existe una que se menciona poco, el acoso laboral. Y no se trata solamente del jefe que le hace propuestas sexuales a su secretaria. Ya sabemos que esto sucede, y está penado legalmente, sino también del maltrato del jefe a sus empleados en cuanto a su rendimiento laboral, o de los mismos compañeros que se burlan o cargan de trabajo al empleado que tiene un rango menor. En Alemania, el doctor en Psicología Heinz Leymann trabajando en Suecia detectó un elevado número de pacientes en la consulta e incluso hospitalizados por depresión, ansiedad, intentos de suicidio, inducción al alcoholismo y otras adicciones como resultado del abuso que sufrían en sus trabajos por parte de sus jefes o compañeros. Para diferenciarlo del bullying escolar, le llamó mobbing, que traducido textualmente significa agresión. Reconoció en este abuso un componente más grave que el de los chicos en el colegio. Se trata de adultos que saben perfectamente lo que están haciendo y el daño que están ocasionando. Además, si la víctima es un adulto que permite el maltrato es porque debe tener razones poderosas para no defenderse, como el miedo a perder su ingreso, dejar a su familia sin el sostén económico además de causas personales muy particulares como personalidad vulnerable, infancia dramática, discapacidad intelectual y otras. La psiquiatra francesa Marie France Hirigoyen, quien vive en Buenos Aires, Argentina, describe el acoso laboral como una perversión narcisista del maltratador. Lo que le sorprende es la gran cantidad de casos que se presentan a todos los niveles en todo tipo de empresas. El psicólogo español Iñaki Piñuel y Zabala de la Universidad de Alcalá, escribió el libro Mobbing: Cómo sobrevivir al acoso psicológico en el trabajo. Lo impactante del texto es que da consejos a los trabajadores para que eviten, resuelvan o se defiendan del acoso, pero a nivel individual, ya que no existen los mecanismos judiciales suficientemente claros para proteger a un empleado que es acosado por sus superiores o por sus iguales. En la mayoría de los casos el acoso es indemostrable y además lo más común es que la víctima no haga la denuncia por temor al despido, o que aumente el acoso cuando las autoridades civiles o judiciales no le ofrecen ayuda real. Pues bien, si eso sucede a nivel de las empresas privadas, ¿se imagina como será a nivel de oficinas gubernamentales? Es el paraíso del acoso laboral. No solamente se da el acoso ya descrito en líneas anteriores, sino que además se agrega el agravante de que existen rencillas y venganzas políticas, de partidos, sindicatos, alianzas y rencillas personales que pueden ser cobradas cuando la víctima por azares políticos se convierte en jefe de aquel compañero que antes lo maltrataba. Si es tan difícil ejercer la justicia en los negocios privados, ¿se imagina lo complicado que será a nivel de oficinas públicas? Usted lo sabe porque lo ha escuchado y quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar en instituciones públicas podemos hablar de lo que vimos. Los despidos masivos, los cambios de oficina, las reducciones de sueldos, los inexplicables cambios de horario o turno, el nuevo jefe que llega con su equipo y despide a todos los que ya estaban. Es tan habitual que ya lo consideramos normal. Sin embargo, es violencia laboral, es acoso psicológico o moral, es agresión con uso de poder ante el indefenso, es mobbing. Ha existido desde hace mucho tiempo, tal vez desde siempre. Y seguramente seguirá ¿Hasta cuándo? No me atrevo a aventurar una fecha.
