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domingo, diciembre 21, 2025

Polarización y Democracia / Memoria de espejos rotos

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No soy ningún devoto de que un día

me abrace el corazón un hombre-bomba

pa´ver si estoy con dios o con el diablo.

No tengo tiempo,

no tengo templo.

No más héroes, por favor – Jaime López y José Manuel Aguilera.

Actualmente el mundo padece un auge de los radicalismos. Eventos como el funesto atentado en el aeropuerto de Estambul, apenas esta semana, son prueba de ello; por no abundar en los movimientos separatistas violentos en varios países, ni en la estela de terror dejada por la Yihad. Pero esto es sólo un botón de muestra; la tensión social en el Reino Unido (coctel de racismo, xenofobia, separatismo, crisis económica, nacionalismo y demás) a partir del Brexit es otro; el descontento español por el oportunismo de PODEMOS y por la mala unificación de las izquierdas, que fue mostrado en las urnas el domingo, también. Otro más, el inexplicable aumento en el apoyo a Donald Trump en EEUU, tan irracional como escandaloso. Pero no vayamos lejos, en nuestro país vemos el regreso del ultra conservadurismo clerical, el posicionamiento de la derecha partidista, la espantosa homofobia, los dogmatismos maniqueos sobre si se “está con los maestros” o no. Fenómenos que polarizan y que no dejan espacio a los matices de la sensata grisura, ni al justo medio aristotélico.

Los radicalismos siempre se acompañan de la cerrazón y ésta -a su vez- de la ignorancia y el miedo. Para entender la psique colectiva que nos tiene en el actual cisma, podríamos poner como causa tantas líneas hipotéticas como se guste; sin embargo, es insoslayable apuntar hacia el entramado que forman: el rezago educativo, la desigualdad económica, la inequidad jurídica, la erosión del modelo de República, la brecha generacional, la limitación a las libertades civiles (o el malentendido de éstas), los nacionalismos patrioteros, la ilegitimidad en el ejercicio del poder. Añádanse a la mezcla los gobiernos deficientes, las legislaturas peleles, los jueces corrompibles, los partidos políticos infestados de bribones, los grupos de presión que -de facto- influyen en el poder, los discursos de odio, los liderazgos malintencionados. Póngase esto sobre las sociedades que prefieren atender a los concursos de talento por la TV, a la prensa rosa y la amarilla, al fútbol, a la comedia vespertina, a la indolencia y desinformación de las redes sociales, y Voilá, tendremos al punto la repostería de la ortodoxia polarizada por la sinrazón y la estupidez.

¿Es mucho pesimismo? Probablemente, pero de ninguna manera es ficticio o injustificado. Por otro lado, ¿habríamos de alarmarnos por una sociedad democrática cuyo rumbo depende del contentillo de su pueblo más bien bobo y voluble? La respuesta es un rotundo No. Lo explico ahora, porque surge la pregunta de ¿Entonces la democracia puede contener dentro de sí misma el germen de su propia destrucción? Sí, claro. Ejemplos como Trump o el Brexit, nos alertan respecto a que un país se puede ir al caraxo por poner a discusión democrática su destino; está comprobado que es altamente probable que elijan darse un balazo en la pata. Pero zanjamos este presunto contrasentido al exponer que existe ahí un error de origen: Es el gobierno el que sí debe estar sujeto a la democracia; no así aquella abstracción jurídico-política a la que nos debemos como colectividad y que llamamos El Estado. No. El Estado no se puede poner a discusión popular. Una democracia sólo destruirá a su sociedad cuando le otorguemos al Demos, al pueblo y sus demagogos, el acceso al detonador de la bomba. Entonces sí, kabúm y chao chao, vecinos. Pero no nos alarmemos, eso sería tan estúpido como darle posibilidad de elección sobre la integración europea a gente que no sabe cómo funciona la Unión Europea… ups.

Una de las expresiones más acabadas sobre cómo se materializa el Estado es su sistema político: ese entramado de leyes, valores, instituciones, pesos y contrapesos, que nos contiene como comunidad. En ese sentido, el sistema político republicano tiene la gracia de que se protege a sí mismo contra la irracionalidad y la estulticia implícitas en la democracia ¿de qué manera? Blindando sus aspectos fundacionales, como son: El imperio de la ley y el estado de derecho; las garantías individuales y la universalización de los derechos humanos; la construcción de civilidad y ciudadanía; la estricta división de poderes; la soberanía; la laicidad en el gobierno, en la legislatura, y en la judicatura. Aspectos todos que son una irrenunciable herencia cultural de la humanidad que nos fue legada por la independencia de EEUU, la Revolución Francesa, y demás sucesos cruentos que no habría por qué volver a padecer, sino aprender de ellos y vivir en consecuencia.

Ateniéndonos a esto, la ortodoxa polarización por supuesto que daña y erosiona al Estado; pero no lo elimina, siempre y cuando -en el mismo juego de la democracia- el propio Estado (mediante la altísima responsabilidad de los estadistas y, sobre todo, de sus instituciones) sepa imponerse para privilegiar los valores irrenunciables de la entera comunidad a la que se debe, sobre la voluntad mutable y maleable de un pueblo que ni siquiera está educado para gobernarse a sí mismo. Por eso debemos exigir una clase política de altura, y no la panda de prestidigitadores que luego elegimos. ¿Es cierto que la democracia tiene riesgos? Claro que sí, pero estos siempre serán preferibles por sobre todos los demás riesgos implícitos en la autocracia, la teocracia, el totalitarismo.

Claro que hay riesgos, y más cuando las posturas se radicalizan y se polarizan, pero recordemos que en la Atenas del siglo V AC, con una sociedad también indolente y contrapuesta, la democracia que mató a Sócrates fue la misma que sobrevivió a Filipo II, justo porque supo entender y proteger su propia naturaleza poliárquica, de embrión republicano; y eso sí me parece esperanzador.
[email protected] | @_alan_santacruz | /alan.santacruz.9

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