Así, vestida de negro, comenzaba a caminar por el escenario. Salía de aquel lugar oscuro a uno más tenue, nunca demasiada luz porque así es el blues, oscuro. Mientras el viento levantaba basura ligera, trozos de pasto seco que se enredaban en su cabello y de paso en los ojos de quienes esperábamos que ella abriera su boca, para hacernos volar. A medio vuelo los velos que le envuelven las piernas y entre ellas vibraba un violonchelo.
Es por ti que mi boca,
Es por ti que mi boca,
Es por ti que mi boca,
Con tu nombre nombro la obsesión.
Para entonces, ya rompieron el bajo y la batería, así con tan poquito el público, ya nos habíamos entregado a la reina del blues: tras de ti como sombra, voy por ti sigilosa, es por ti que mi boca, con tu nombre nombro la obsesión.
Pero ya no quiso despertar más, no soportó que nuevamente llegará la luz, prefirió quedarse en esa madrugada eterna de diciembre a esa hora donde sólo con el cuerpo lleno de frío se puede entender el blues. La armónica se quiebra y ella se retuerce deteniendo apenas con la yema de los dedos el micrófono. Su casa entonces estaba sobre aquella calle llena de hojas secas en la acera, cerca del metro Chapultepec en la Ciudad de México, ensayando en el piano, preferentemente por la mañana, todo mundo sabía que era Betsy Pecanins, así que caminábamos en calma por la calle, comprábamos en la panadería de la esquina, hacíamos café, sin interrumpir, al menos yo así lo hacía.
Ya ni les cuento la cantidad de noches que nos quedábamos absorbidas por su música hasta vencer la helada madrugada, sólo con esos tragos que calientan la garganta: Cartero, un momento, por favor, no es posible que hoy tampoco me haya escrito ese señor, yo le juro, si me deja usted buscar, de seguro que algo encuentro en el fondo del morral. Han pasado varios años y ya no puedo esperar, si esta vez no llega carta me declaro en libertad. Tengo puesta ya la mesa y no la pienso quitar, traiga sus cartas adentro y lo invito a merendar, Cartero…
Aunque Betsy era más que suficiente en el escenario y su voz llenaba todos los sentidos, frecuentemente se hacía acompañar por otras cantantes, imposible decir Betsy y no recordar junto a ella a Cecilia Toussaint, Eugenia León y recientemente Regina Orozco, Verónica Ituarte e Iraida Noriega. Sin duda un gran concierto aquel que dio en Agosto del año pasado en la Ciudad de México, rap, hip hop, tradicional mexicana, no hubo límites para la reina del blues, incluso cuando aseguraba que no podía perder el tiempo muriéndose, que tenía que experimentar nuevamente renacer y tener su propia voz. ¿A qué se refería con la invención, la experimentación y la búsqueda de su voz? Quizá sólo ella lo supiera, a nosotras las trasnochadas encantadas por el blues nos dejó ese último material del Ave Fénix, magistral, que nos llevará mucho tiempo entender lo que nos quiso dar de esa forma, ella que se vestía de blues, sólo nos deja sentir y sentir es lo único que nos queda cuando la escuchemos cantar nuevamente: Estuve amando a un hombre que era un mito universal, no era ni mitad humano, pero tampoco era un animal, estuve atada a un sueño sin cabeza y sin razón… arrimen la luz, por unas copas locas, arrimen la luz, por una noche entera y a blusear.
Seguiremos aullando a la reina del blues, entre otras cosas, siempre la recordaremos en aquel concierto del XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, porque sí, además ella misma decía que era una mala feminista. Un canto radical para usar la voz de otra manera. Como ella misma se definía. Hasta siempre a la Reina del Blues.




