–Me importa un bledo lo que el artista haya querido expresar, yo voy a escribir lo que quiera.
–Pero oiga, no podemos publicar eso.
–Ok, ok… entonces pónganle: cobijado por la idea de que la obra de arte es abierta y permite lecturas tantas como espectadores la enfrenten, van las siguientes líneas.
De música sé absolutamente nada, pero con frecuencia termino adjudicándole una especie de personalidad musical a lo que observo. Así me sucedió con “yo soy my maestro, nadye me salvará…”, acrílico sobre tela de Juan Manuel Vizcaíno cuyas características me hicieron pensar en un playlist compuesto por Prayers y Arvo Pärt, un híbrido musical con la letra cholo goth de blood on the knife y el minimalismo sacro atmosférico del salve regina.
La obra en cuestión está expuesta en la galería de la ciudad y permanecerá allí hasta mediados de marzo. Observarla me revuelve ideas: el barrio y lo etéreo en un affair pictórico de formato medio, vertical en su orientación y con un fondo simple a base de salpicaduras de pintura blanca veladas con un verde cuya tonalidad me recuerda los hospitales. Pero que no se interprete lo anterior de manera negativa sino todo lo contrario, la decisión del autor de contrastar el color frío del fondo con las tonalidades cálidas de la figura principal permite al observador separar con mayor facilidad los distintos planos de la obra y contribuye a la ilusión de fondo y figura. La composición es concéntrica: un par de telarañas ubicadas en la esquina superior izquierda e inferior derecha respectivamente, como iniciando y cerrando lectura, direccionan la vista hacia un texto circular que encierra un par de antebrazos amputados que marcan una diagonal ascendente de izquierda a derecha y cuya postura puedo interpretar como “en oración”. Dos trazos cilíndricos blancos con azul hacen las veces de cúbito y radio expuestos en cada extremidad. De uno de los antebrazos escurren tres hilillos de sangre que de manera inteligente y discreta combaten lo estático de la centralidad, tres líneas rojas cuya longitud va creciendo hasta alcanzar el borde de la pieza. Tres escurrimientos de pintura en el color complementario al fondo sobre el que se muestran.
Al autor no le importa la mímesis preciosista. A partir de la yuxtaposición de pinceladas cortas y bien direccionadas, Juan Manuel Vizcaíno nos demuestra un entendimiento del uso del color para lograr volumen y tonalidad convincentes. Las extremidades cercenadas son más pictóricas que efectistas, aluden más a un ejercicio intelectual a la hora de tomar el pincel que a una mañosa intención de sobar la pintura en el lienzo hasta alcanzar un foto-realismo pretencioso para satisfacer al observador amante de lo meramente retiniano.
Escrito con plumón negro, en mayúsculas y con una tipografía cuyos trazos remiten a la cultura del tatuaje, se puede leer: “yo soy my maestro” “nadye me salvará…”. Enunciados potentes, sentencias audaces. Es el artista que grita: Me basto sólo. ¿Se refiere al arte? ¿a una cuestión espiritual? ¿a la vida? ¿Acaso para el autor todo esto es lo mismo?
Entre las letras se pueden percibir los trazos a lápiz que, de manera deliberada, el autor ha dejado quizás para mostrarnos que si bien pudo haber pegado un texto en recorte de vinil adherible, para él era importante trazar las letras, como privilegiando el oficio ante la solución tecnológica… o quizás sólo olvidó borrar los trazos.
Hay dos elementos más: “XXX” y “2016/AGS”, ambos en plumón negro y con un tamaño y ubicación que claramente les otorga una importancia discursiva y elimina la posibilidad de que sean un mero dato. La triple equis me remite a lo prohibido, al porno y a ese placer auto procurado. En el contexto de la obra, “XXX” es privilegiar la autosuficiencia y anular la concepción mesiánica de un segundo cuerpo en cópula con el autor. El número y la abreviatura no son sólo información para la catalogación de la pintura, son un ¡right here, right now, banda! Es el autor poniendo en alto a su barrio y a su momento. El texto en la obra es filoso y certero. Vizcaíno toma el lenguaje, le retuerce las tripas y en negro sobre verde nos dice que no hay escuelas que enseñen a ser artista, que no hay doctrina que quiera seguir, que sólo su voz lo va a guiar y que ahí, en esos 420 centímetros cuadrados él es alfa y omega y que quizás no es que no pueda ser salvado, sino que no hay algo de lo cual se le tenga que salvar.
Si pienso en todos sus componentes, percibo la obra como un autorretrato. Para mí, “yo soy my maestro, nadye me salvará” es una especie de selfportrait-exvoto en el cual el artista ofrenda sus extremidades como agradecimiento tras haber sobrevivido a la epifanía de la autosuficiencia.
Quien ahora lee este texto no debería hacerme caso, recuérdese que esto no es más que una interpretación personal y quizás lo más adecuado es que vaya a la galería de la ciudad y forme su propia opinión.




