En una entrevista de mayo de 2010 que Sergio Esteban Vélez le hizo al colombiano Juan Cárdenas, el artista explica que “En cierta manera, todo escritor escribe su autobiografía y cada artista pinta su autorretrato. Una obra de arte, hasta cierto punto, es un autorretrato, aunque no tenga tu cara, porque habla mucho de la persona que lo hizo.” Si bien con un poco de buena voluntad permeada por la trayectoria del pintor colombiano, la cita pudiese validarse, es pertinente decir que se queda corta y no explica cómo es que la obra habla del autor. María Teresa Orvañanos arroja un poco más de luz sobre la idea de encontrar al autor en la obra cuando afirma que “no hay pintura o novela que no contenga al menos un fragmento autobiográfico, sin importar cuán deformado o ficticio resulte, puesto que en la obra de arte se presentan con frecuencia los mismos procesos y transformaciones que se dan en el trabajo del sueño. Toda obra puede ser vista como un autorretrato implícito y a su vez el autorretrato hace explícita la relación de la obra con su hacedor. Por medio de la obra de arte, el artista le pide al otro que lo vea y que lo lea, esto es, demanda una respuesta del espectador o del lector y por lo tanto establece un lazo social con ellos.”
Orvañanos menciona una cierta presencia de lo onírico en la obra, como intentando sugerir que ésta es una suerte de espejo de los deseos y temores del artista, un receptáculo de su intimidad y no solamente un soporte que nada tiene que ver con el autor más allá de la mera factura, sin embargo, aún y cuando aquí ya se esboza una explicación y aunque al final de la cita se mencione que al artista pide ser visto en la obra y con esto genera una relación con el mundo, nos parece que hay más cosas que se pueden mencionar para clarificar que una obra de arte, más allá de mostrar la imagen del autor o no, en efecto puede recibirse como una especie de autorretrato. Vamos por partes y pensemos en las artes visuales para ir acotando: Elegir una disciplina es ya un gesto que nos habla de la personalidad del artista. Si el autor se inclina hacia el oficio y el disfrute de la experiencia matérica es probable que opte por una disciplina tradicional como la pintura antes que el videoarte por ejemplo. Elegir lo figurativo y no lo abstracto, la representación de la figura humana pudiese relacionarse con el gusto y la apreciación del cuerpo como modelo inagotable, como territorio finito en sus dimensiones pero no en sus significaciones. Los trazos y las pinceladas, el abordaje en general así como la estructura cromática de la obra, además de tener una lógica interna en la pieza, pueden tener connotaciones universales y al mismo tiempo referir a ciertos rasgos de personalidad del artista.
Si bien al inicio del texto se mencionó que cada obra puede ser considerada como una especie de autorretrato, es pertinente aclarar que sería muy aventurado definir al autor a partir de una sola pieza; sin embargo, cuando el discurso y las características formales se convierten en una constante y el autor nos ofrece un cuerpo de obra con unidad y solidez, es mucho menos arriesgado hablar de la obra de arte como espejo del artista y de su momento histórico.
Siendo así, ¿qué es lo que sucede con el arte actual? ¿Es de verdad un fraude? ¿Serán los artistas contemporáneos quienes le quieren tomar el pelo al observador o es la realidad que se vive la verdadera farsa y el artista tan sólo está dejando testimonio de ello a partir de los materiales propios del momento? ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? ¿Cómo diferenciarlos?
Sin la intención de responder las preguntas anteriores y para ir cerrando estas líneas debo decir que me niego a creer que una escalera, un plumero y unos globos sean capaces de provocar una experiencia estética y de retratar a la sociedad contemporánea o al autor, a diferencia de un cráneo cubierto de platino y diamantes y cuyo título invita al debate y conecta directamente con el fenómeno que al autor ha provocado durante su trayectoria.
El arte contemporáneo no se hace solamente con cubetas, escaleras, diamantes o la ausencia del objeto, se hace con el riesgo y el trabajo intelectual, independientemente de la solución técnica que requiera la pieza. El arte contemporáneo implica una conexión discursiva con el momento en que surge y le debe al espectador un impacto proporcionalmente directo a la intensidad y velocidad del mundo que lo contiene.
El arte contemporáneo, el verdadero, también es un autorretrato… o quizás un retrato de familia en el que salimos todos.




