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viernes, diciembre 5, 2025

8M: El día que las jacarandas tomaron la ciudad

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  • Así juntas, teñimos de morado las calles y nos mimetizarnos con las jacarandas. Fuimos capaces de caminar con todo nuestro florecimiento en el suelo de un país que nos odia por ser mujeres, donde la muerte es el pan de cada día para nosotras, junto con la crueldad, la impunidad, la estigmatización y la revictimización

Tercera Vía

Días antes de la marcha, mis compañeras y amigas decidimos llevar a cabo un protocolo para nuestra seguridad y la de una de nuestras compañeras del colectivo que es una niña. Para ello seguimos los consejos del colectivo Crianza feminista, ya que queríamos que disfrutara su marcha y que fuera segura, al igual que nosotras, para lo cual decidimos recabar nuestros datos en caso de emergencia.

Al salir de casa, verifiqué que llevara mis pañuelos, las mantas, suficiente agua, mi paliacate, la pila del celular, entre otras cosas… pareciera que iba de campamento o algo así, pero también sabía que este encuentro con miles de mujeres sería una de las más históricas celebraciones, lo que nos convocaba era la rabia y la urgente necesidad de transformarlo todo. Desde el momento que abordé el metro, parecía que ya había llegado a la marcha, estaba abarrotado de mujeres con pañuelos morados y verdes, camisetas que las identificaban por grupos y pancartas. Fue la primera vez que escuché en vivo la versión feminista de “Mi muñeca me habló” de 31 minutos, además de muchas consignas más que retumbaron en los vagones. Los usuarios hombres solo nos miraban desde lejos con un poco de miedo y asombro; otros más arrojados se subían a la fuerza al metro y eran bajados en la siguiente estación.

A partir de ese momento, sabíamos que estábamos seguras y que si tocaban a una responderíamos todas. muchas de las que estábamos ahí no nos conocíamos, pero así es la sororidad: incondicional, solidaria y amorosa. Salimos con toda la felicidad que habitaba nuestros cuerpos, sonriéndonos entre nosotras por sabernos vivas, pero también llenas de indignación para exigirle al Estado feminicida que estamos hartas de vivir en luto y sin justicia.

Recibí un mensaje y vi que a otras de mis compañeras se les había complicado llegar al punto de reunión porque el transporte público, que nos acercaba al Monumento a la Revolución de la CDMX, colapsó con la marea violeta que intentaba llegar a la marcha. Cuando salimos a la calle entendimos porqué; todas las avenidas y calles estaban llenas de mujeres y no había un solo espacio vacío… Más de cien mil jacarandas tejidas desde las raíces y floreciendo, iluminaron la Ciudad de México con ese color morado que hoy, como ningún otro color, representa la esperanza de un futuro mejor.

Los primeros contingentes ya avanzaban y muchas ya se acomodaron como pudieron. Entendí que encontrar a mis compañeras sería una tarea titánica pero asumí que meterme en cualquier contingente resultaría una grata experiencia. Hice un último intento de comunicarme con ellas y lo logré. Caminé a ciegas cuando de pronto, escuché mi nombre y eran mis amigas. Me llené de felicidad. Me entregaron mi moño negro y camiseta, yo les di sus pañuelos que traía en la mochila. Me incorporé y tomé mi espacio para agarrar la manta que elaboramos colectivamente para ese día.

Al llegar a Avenida Reforma se escucharon los primeros golpes y nubes de polvo, eran las primeras mujeres que tiraban las vallas con las que protegían negocios. Al verlo, algunas compañeras se asustaron y gritaron “No violencia” a lo que respondimos muchas otras “Fuimos todas” y seguimos avanzando.

Así juntas, teñimos de morado las calles y nos mimetizarnos con las jacarandas. Fuimos capaces de caminar con todo nuestro florecimiento en el suelo de un país que nos odia por ser mujeres, donde la muerte es el pan de cada día para nosotras, junto con la crueldad, la impunidad, la estigmatización y la revictimización.

 

Con la rabia por delante, avanzamos hasta Bellas Artes y de nuevo se escucharon golpes en las cercas que resguardaban el Palacio y sus esculturas, nosotras respondimos en apoyo a las compañeras que así canalizan la rabia que se origina de la política del terror contra nuestros cuerpos; sumándonos a las consignas como “No es violencia es resistencia” y “La que quiera romper que rompa y la que quiera quemar que queme y la que no, que no estorbe”. Los monumentos, los palacios, las esculturas, los bancos y negocios son símbolos del poder y cubrirlos con vallas metálicas es un doble mensaje; por un lado advierten en donde están las prioridades, lo que hay que defender, y por otro prepara las narrativas de la división que hacen posible la represión socialmente aceptada.

Aún teniéndolo claro, sentimos mucho coraje al ver la magnitud de la seguridad para resguardar estos monumentos y paredes y no para nosotras. Tal pareciera que las muertes, las noticias de embolsadas, de descuartizadas, de secuestradas, ya es algo cotidiano para ellos y no sienten un poco de dolor ni empatía ante esto. A veces envidio un poco al Hemiciclo a Juárez, a él nunca le pasará nada, en cambio a nosotras… Me queda claro que cuidan lo inerte, lo monolítico, lo frío y que desprecian lo vivo, lo inconforme, lo que arde y resiste.

La aglomeración se incrementó al llegar a la Antimonumenta, había un evento en el que se conmemoraba el primer aniversario de su instalación y su reciente restauración y se encontraba cantando Obelia de Batallones Femeninos. No pudimos quedarnos por dos razones, una, porque el mismo flujo nos movió y porque habíamos acordado llegar al Zócalo a realizar una ceremonia con velas: como respuesta y eco del potente mensaje de las compañeras zapatistas, que durante la madrugada encenderían miles de flamas para abrazarnos a la distancia en medio del terror.

Compañeras que ya habían llegado al Zócalo nos comunicaron que se estaban lanzando petardos y que el camino sería complicado porque se estaban tirando las vallas que resguardaban edificios y bancos, por otra parte, las personas que nos monitoreaban desde fuera de la marcha, nos indicaron que había grupos neonazis en la puerta de la catedral y que tuviéramos cuidado al pasar. Además de las amenazas de días previos, de aventarnos ácido durante el camino. Aún así, decidimos seguir.

El paso estrecho de la calle de 5 de Mayo nos permitió admirar de cerca los vidrios rotos, tener el gran gusto de brincar en las vallas metálicas que habían derribado compañeras que pasaron antes y hacer la marcha más cerquita entre nosotras. Con la consigna de “Y tiemblen y tiemblen los machistas que América Latina será toda feminista” los hombres observaban nuestro paso desde dentro de los negocios, del otro lado de los vidrios; algunos nos grababan, pero ninguno se acercó o hizo alguna seña solidaria, no sé si por temor o por la impresión que les causamos.

Una cuadra antes de entrar al Zócalo, alzamos el puño y avanzamos en silencio por las amigas, vecinas, compañeras, primas, hermanas, madres y todas aquellas que nos han arrebatado, fue un silencio abrumador.

Al llegar a la plancha, vimos una gran rueda de mujeres celebrando alrededor de una gran hoguera, seguramente como lo hacían las brujas en la antigüedad. Su felicidad era contagiosa y nos alegramos de estar ahí. También vimos cuando izaron una bandera negra en el asta bandera. Y nosotras, junto con otras compañeras, pudimos encender nuestras velas para decirle al mundo que no estamos solas, que las zapatistas están con nosotras y nosotras con ellas.

Hoy, seguimos diciendo que el silencio se acabó y el miedo también. Decimos basta, decimos que no queremos ni una asesinada más, decimos que nos queremos vivas y que es nuestro derecho vivir. Pero, después de la marcha, desperté nuevamente en la realidad por la que pasamos todos los días y me angustió la idea de pensar cuántas de nosotras podremos volver a marchar el siguiente año. Lo cierto es que después de esta histórica movilización, no parece que el Estado se tomará en serio la tarea de resolver estos problemas con el respeto, la sensibilidad, la agilidad y la eficacia que se requieren. Por ello, es tan necesario hacer protocolos de cuidado entre nosotras, tejer redes con otras compañeras, colectivas y organizaciones que luchan por detener las violencias machistas. Nos queda claro que nuestra seguridad y cuidado está en nosotras mismas y en los lazos que hacemos con otras mujeres… Y nos queda claro que ese fuego ya nadie lo podrá apagar.

 

Paulina Domínguez y Colectivo Alterius 

 

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