Pasada la resaca que dejó la embriaguez electoral del pasado 5 de julio sobreviene una cruda moral que parece prometer desterrar los comportamientos patológicos de una sociedad enferma de indiferencia y de una clase política indolente en franca fase terminal. El Partido Acción Nacional apostó conseguir la mayoría en la cámara de diputados y depone a su máximo dirigente, el Partido Revolucionario Institucional obtuvo de rebote tal cometido y se prepara a recuperar la presidencia de la República valiéndose, como hasta ahora lo ha venido realizando, de alianzas pragmáticas e insolentes que sólo perpetúan una forma denigrante de aparente gobernabilidad democrática, el Partido de la Revolución Democrática redujo significativamente su presencia en el congreso de la unión al priorizar la transformación de la imagen de un partido rijoso justo cuando la población exigía solución a los principales problemas derivados de una política económica errónea. Así las cosas, al PRD no le queda más remedio que atender su debilidad estructural y su distanciamiento de la lucha social para encaminarse a la única vía que le permitiría dejar de ser un laboratorio y convertirse en gobierno en el año 2012.
Sin embargo, los ajustes que realice la clase política dentro de sus estructuras y líneas de acción partidaria no habrán de recomponer la desastrosa forma de vida a la que se han asimilado millones de mexicanos sin acceso al trabajo, salud, educación y vivienda, quienes soportan estoica o cobardemente un gobierno rapaz e incompetente, ilógico e inmoral incapaz de otorgar seguridad y desarrollo. De nada valdrán para la mayoría de los ciudadanos los diagnósticos, autocríticas, evaluaciones y planeaciones si no existe un enfoque político orientado a desterrar el modelo económico que desde hace décadas multiplica la miseria y aumenta los intereses de la plutocracia que cómodamente establece un gobierno de facto sumiso a su voluntad. Alimentamos la codicia y avaricia de un gobierno que ese tiempo instauró un capitalismo salvaje que se nutrió del individualismo y la desorganización social; perdimos la noción de lo justo y nos extraviamos en el silencio que sepultó el rigor que requiere la lucha social. Reconstruir el tejido social, abonar a la lucha solidaria, cultivar el valor civil, no perder la capacidad de indignación y asombro ante un hecho lacerante será acaso el único un camino que conduzca a la sociedad organizada a transformar el país… y para fortuna o desgracia esa tarea le corresponde a los partidos políticos.
Tal parece que esa capacidad de indignación se está perdiendo ante tanta injusticia; el valor civil está sucumbiendo ante tanta inseguridad y la solidaridad se desdibuja ante la derrota de la lucha contra la desigualdad, acentuada por un modelo económico que ha dividido profundamente al país arrojando saldos tan negativos que sólo una nación anestesiada, insensible o moribunda podría soportar. Los pobres son a final de cuentas los únicos que pagan las crisis y nada podrán hacer para desterrar la opulencia neoliberal ejemplificada en los altos ingresos de los políticos, magistrados, banqueros, industriales, grandes comerciantes y empresarios logreros.
¿Hasta cuándo los mexicanos soportarán el estancamiento de los salarios y el alza galopante de los precios de la canasta básica? ¿La bonanza que dejó la elevación de los precios del petróleo seguirá canalizándose al pago de salarios de una cúpula gubernamental que abdicó en su compromiso de cambio? ¿Los trabajadores reivindicarán sus derechos laborales escamoteados por una elite puesta al servicio de intereses contrarios y ajenos al gremio sindical? ¿El “sueño americano” seguirá motivando la búsqueda de empleos que el gobierno usurpador prometió a millones de mexicanos y aceptará tranquilamente las remesas sin exigir al menos por la vía diplomática el respeto a su dignidad y el reconocimiento a su trabajo? ¿Nos mantendremos callados en medio del mar de sangre y de violencia que inunda al país, admitiendo sin asombro la corrupción e impunidad institucional, el tráfico de influencias, la colusión de funcionarios, el fraude y el insultante desvío de recursos del erario público? George Soros confirmó lo evidente: “a lo largo del siglo XX el capitalismo impulsó estructuras parasitarias como el militarismo y sobre todo las deformaciones financieras que marcaron su cultura, su desarrollo tecnológico, sus sistemas de poder. Las tres últimas décadas presenciaron la aceleración del proceso adornado con el discurso de la reconversión neoliberal y del reinado absoluto del marcado”.




