Los mercaderes estadounidenses, que se habían enriquecido a la sombra de Gran Bretaña con la venta forzada de opio a China, no se conformaron y empezaron a introducir el opio en su propio país.
Cuando el gobierno recapacitó, opio, cocaína, marihuana, etc., habían hecho presa a su población al grado de que la forma en que se comercializaban era tan abierta, que por ejemplo “En la década de 1890 la Sears Roebuck distribuyó un catálogo a millones de hogares estadounidenses, con la oferta de una jeringa y una pequeña cantidad de cocaína por $ 1.50”
Alarmados por estas manifestaciones de decadencia pero en lugar de actuar positivamente, al nacer el siglo XX apareció al interior del país una malévola campaña propagandística tratando de persuadir a “las buenas conciencias” de que aquella era una estratagema de las razas inferiores -negra, amarilla, cobriza e irlandesa, principalmente- que pretendían corromper a la casta “superior” y destruir la gran nación “americana”.
La verdad era que los medios de información habían avanzado mucho y cada día se tenían noticias más fidedignas y oportunas de las atrocidades cometidas en el lejano oriente, que estaban haciendo mella en el prestigio de los abanderados de los valores “occidentales” de “libertad”, “democracia”, etc.
Para atacar el problema en el ámbito externo se convierten repentinamente en los buenos de la película y se dedican a perseguir a los envenenadores del pueblo: en 1909 inician -nada menos que en Shangai- una Convención Internacional del Opio que se formaliza en La Haya, Holanda, en 1912, aunque no alcanza a adquirir fuerza hasta que, al concluir la Primera Guerra Mundial, se incorpora en el Tratado de paz de Versalles de 1919.
En el ámbito interno, después de la Ley sobre Pureza de Alimentos y Drogas de 1906, en 1914 el congreso estadounidense aprueba la “Ley Harrison de Fiscalización e Impuesto a Estupefacientes” que, junto con la prohibición del alcohol de 1918 propiciaron la inútil represión social, la inútil lucha antimafia, el sangriento enfrentamiento entre pandillas por el control del mercado y la corrupción de la policía y demás funcionarios públicos, fomentando además la producción ilegal, el contrabando y el mercado negro, (fracaso que México repite absurdamente) y no recuperaron la paz, la legalidad y el orden, hasta que en 1933 deciden cerrar el capítulo negro de la ley seca.
Al término de la Segunda Guerra Mundial -de la que resultaron más drogadictos- se manifiesta el resultado de un movimiento subcultural llamado Hipster iniciado en los años 40 -adictos a las drogas e inconformes con la hipócrita propaganda capitalista pseudomoral- al que se suman ilustres poetas, músicos, etc., del cual surge en los años 50 la “Generación beat”, fortalecida con toda una teoría estética y política de liberación (espiritual, racial, femenina, sexual y homosexual) a la que se empieza a designar como “contracultura”, por su oposición a la “cultura occidental”. Aparece el rock. Crece la drogadicción.
Después de su fracaso interno de la ley seca, pero convertido ya en primera potencia, Estados Unidos resuelve transferir a todo el planeta la inútil tarea de evitar que las drogas lleguen a su territorio -donde radica la clientela más ávida y numerosa del mundo- mediante la Convención Única sobre Estupefacientes firmada en la ONU en 1961.
En los años 60 surge una franca contracultura de expansión extraordinaria: la Hippie. Entre los grupos musicales de la época destacan The Beatles. Se multiplica la adicción a las drogas incluyendo las alucinógenas y, resultante del progreso químico logrado durante la guerra en la extracción de los principios activos, una nueva generación: las sintéticas.
La “cultura occidental y cristiana” se siente seriamente amenazada y, entre otras cosas, contraataca en Viena 1971 con el “Convenio sobre sustancias psicotrópicas” que incluye el combate a las nuevas drogas.
En los años 80 se desarrolla el movimiento Punk. La respuesta en 1988 es la última “Convención de las Naciones Unidas contra el tráfico de Estupefacientes y sustancias Psicotrópicas” en vigor.
