2020 fue un año desastroso e impensable. La pandemia de covid-19 y sus secuelas nos acompañarán durante las próximas décadas. Cerramos el 2020 con buenas noticias: la llegada de los primeros lotes de la vacuna resucitó la esperanza en las personas. Sin embargo, como varios han declarado, la campaña de vacunación es sólo el principio del fin de esta época solitaria y caótica. El coronavirus sigue y sus efectos siguen aquí, aún no podemos entrar en la nueva normalidad. Nueva porque deberemos adoptar ciertas rutinas, a lo mejor nuestra forma de socializar se modifique radicalmente.
Por supuesto que es imposible negar que millones de personas requieren de la calle para sobrevivir, pero aquellos que no, que tienen el privilegio de viajar a la playa, despreocuparse en fiestas y reuniones, deben recordar que el peligro aún existe y que hay cientos de miles de personas dentro del sector de salud que luchan día a día contra este enemigo invisible. Recordemos que su lucha la hacen desde la precariedad, sin insumos suficientes y sin el respaldo necesario de su gobierno. Entonces, a todos aquellos privilegiados: ¿dónde quedó su empatía?
Es difícil incentivar a una sociedad para que minimice su actividad social, especialmente cuando el gobierno está ausente. Por supuesto que me preocupa que «la gente no entienda». No obstante, me preocupa (y duele) más la respuesta de las autoridades, del Estado que juró protegernos. Muy pronto alcanzaremos de forma oficial la infame cifra de 130 mil muertos y más de 1.5 millones de contagios. En un país con más de 120 millones de personas puede parecer insignificante, pero nuestra tasa de mortalidad es una de las más altas del mundo.
La pandemia ha revelado claramente las deficiencias del Estado mexicano: nuestras instituciones son incapaces de responder con eficacia a escenarios catastróficos. Evidentemente las grietas del Estado con mayor visibilidad están en el sector salud que carece de los medios suficientes para contener la enfermedad y para garantizar la vida de su personal sanitario. Asimismo, hay incertidumbre y cuestionamiento sobre la efectividad de los programas educativos en los niveles básico y media superior que pretenden disminuir la brecha de desigualdad en la educación.
Programas federales como Jóvenes Construyendo el Futuro se enfrentarán a su evaluación más dura este año, puesto que –como ya advirtió la ONU– los efectos de la pandemia, por un lado, han disminuido el número de jóvenes egresados que se integran al mercado laboral debido a la interrupción de programas universitarios que los ayudan a insertarse en el mercado laboral. Por otro lado, la ineficacia del gobierno ha resultado en que la gran mayoría de personas que han perdido sus empleos a causa de la crisis sanitaria sean jóvenes.
Por ser un año electoral debemos reflexionar profundamente sobre lo que necesitamos para enmendar los daños ocasionados por esta crisis, y por lo que se tiene que hacer para evitar en el futuro otra catástrofe. Por ello es necesario que la ciudadanía trate de secuestrar todos los espacios públicos que las dos alianzas electorales, Juntos Hacemos Historia y Va por México, ofrezcan. Hace tres años pensábamos que la elección de 2018 era la más extraña de la historia, estábamos equivocados.
El proceso electoral de este año no sólo es raro por la configuración de las alianzas políticas, sino por la época iniciada por la pandemia. Quien gane en 2021 definirá las políticas estatales poscovid-19, por ello debemos exigir políticas efectivas contra la desigualdad, la pobreza, el crimen y la estabilidad de las instituciones a toda aquella persona que se postule durante el proceso. Este año será un poco más difícil que 2020 porque hay efectos de la pandemia que aún no se han manifestado, pero con una ciudadanía consciente, principalmente los líderes, se puede hacer frente a las decisiones políticas de un grupo u otro que no estén a la altura de semejante acontecimiento histórico que nos perseguirá por el resto del siglo.
2021 debe servir como punto de inflexión en la manera de cómo se instrumentan políticas desde el gobierno, si de forma autoritaria o con métodos de participación de la ciudadanía. Además, la sociedad debe ser consciente que la empatía y una visión mínima de comunidad debe estar presente en todo momento, con o sin crisis. Los efectos de la crisis se derrotan en conjunto y desde todas las trincheras. De otro modo, 2021 no será el principio del fin de la crisis.




