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viernes, diciembre 5, 2025

Fragilidad institucional en Estados Unidos / Mareas lejanas 

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Se usó el terrorismo con fin de tratar de detener un proceso democrático que simplemente no les gustaba…hicieron esto porque fueron incentivados por [teorías de conspiración] y falsedades promovidas por el hombre más poderoso del mundo –porque estaba enojado por haber perdido una elección. 

Mitch McConell, líder de la minoría del Senado. 13 de febrero de 2021

 

Un Estado fuerte, que aspira a tener unas instituciones sólidas, debe poseer un sistema jurídico y legal independiente, autónomo e imparcial para garantizar el correcto funcionamiento de sí mismo. Sin embargo, la definición ampliada de “Estado republicano” incluye elementos democráticos que están presentes en todos los poderes, por tanto, la provisión de justicia y garantía de las instituciones es un trabajo de todos los órganos del Estado. 

Guillermo O’Donnell (2004) asevera que el Estado de derecho determina la calidad de una democracia, “[es] un pilar fundamental” (pág. 32). Cuando éste funciona se fomenta y garantiza la rendición de cuentas, anteponiendo los intereses de la República sobre los individuos. Durante años, las nuevas democracias seguían este objetivo: sin un Estado de derecho las naciones no alcanzarían los niveles de libertad y democracia –e incluso desarrollo económico– que Estados Unidos se jactaba de tener.

Por ello, sorprende que hoy aquella distinción entre una democracia incipiente y una moderna, hablando siempre de Estados Unidos, sea difícil de distinguir. Se supone que las instituciones democráticas estadounidenses, entendidas bajo el concepto de un estado de derecho moderno, democrático y consolidado, promueven y garantizan los derechos fundamentales (libertades civiles, libertades políticas y libertades sociales) entre toda la población. También, su visión de Estado, suponía una amplia participación de las minorías y una protección de sus oportunidades de movilidad social. 

No obstante, durante los últimos cuatro años, el partido Republicano de Lincoln y Theodore Roosevelt parece haber olvidado sus principios institucionalistas y democráticos y han decidido promover la visión individualista y radical de Donald Trump. 

El Partido Republicano ha pasado de ser un órgano histórico en favor de los intereses de la población, defendiendo durante épocas valores que hoy rechazan como la lucha contra los monopolios, el racismo institucional, y el amplio poder político de una minoría, a una institución que ante su temor de perder influencia política y poder económico están dispuestos a sacrificar sus principios en favor de aquel que crean les puede salvar de la miseria.

El pasado sábado 13 de febrero, 43 senadores republicanos nos confirmaron el fin de la era del consenso institucional. Que sólo siete republicanos se hayan unido al bloque demócrata indica dos cosas: por un lado, los institucionalistas dentro del Partido ya son la minoría y no tomarán el control de este en los próximos años; y que, por otro lado, el movimiento trumpista aún es muy fuerte y no es momento de desestimar las posibilidades de que el exmandatario regrese en 2024.

La polarización no es materia de un único individuo o movimiento, es un proceso que lleva muchas décadas. Ya en 2012 Pew Research Center exponía niveles de polarización política nunca vistos, la hostilidad entre republicanos y demócratas se acentuaba cada año desde 2000. La visión de “un solo Estados Unidos” ya no era cierta. 

Durante las elecciones pasadas 9 de cada 10 estadounidenses creía que si su candidato preferido perdía las elecciones el otro haría un daño irreparable a la nación. Las diferencias reportadas por Pew Research Center se enfocaban en la definición de los valores auténticos de Estados Unidos y en cómo se debían garantizar. 

La presidencia de Trump no sólo aumentó la radicalización de los grupos, sino que logró elevar los niveles de desconfianza en la ciencia y la academia. En una época donde las noticias falsas y la simplicidad argumentativa reina, las oportunidades para reconstruir un sistema institucionalista y democrático parecen disiparse asiduamente. 

Para George Lakoff (2014) las desigualdades políticas que los líderes de ambos partidos perpetuaron durante años. Esas desigualdades se deben a los pocos mecanismos que incentivaron la relación entre políticos y ciudadanos, y la no semejanza entre lo que representaban los líderes y las identidades de los votantes.

En un contexto positivo, la reducción de esas brechas entre grupos permitirá el restablecimiento de la institucionalidad en Estados Unidos. No obstante, los niveles de polarización tan altos podrían persistir en caso de que la presidencia de Joe Biden no implemente nuevos mecanismos que reformen la democracia estadounidense. Aún falta mucho para saber la evolución del panorama estadounidense, puesto que la primera prueba real de Biden será hasta noviembre de 2022 cuando se renueve un tercio del senado, toda la Cámara de Representantes, y más de 30 gubernaturas. Mientras tanto, se puede afirmar que Estados Unidos está en un periodo de turbulencia y fragilidad institucional que juega un papel determinante en figurar cómo y cuál será la influencia estadounidense en el mundo.

 

Referencias

Lakoff, George. (2014). Don’t think of an elephant! : know your values and frame the debate : the essential guide for progressives. White River Junction, Vt. :Chelsea Green Pub. Co.

O’donnell, G. (2004). Why the rule of law matters. John Jopkins University Press.

 

@MigueIMojica

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