La mala fama de los juristas es moneda de cambio en la vox populi, por ejemplo, de ellos dice Víctor Hugo, cuando su célebre personaje Jean Valjean de la magna obra Los miserables arriba al Juzgado a confesar que él es un ex convicto Es cosa que oprime el corazón ver esos grupos de hombres vestidos de negro, que hablan en voz baja a la puerta de la sala del tribunal. Es muy raro encontrar caridad y compasión en sus palabras; en cambio se encuentran condenas anticipadas. Tales grupos se presentan al que los observa como sombrías colmenas, o como espíritus zumbantes que construyen en común toda clase de edificios tenebrosos.
Violetta, el perverso y materialista personaje de la novela ganadora del premio Alfaguara 2003 Diablo Guardián de Xavier Velasco acota a uno de sus enamorados ¿No te da pena haber andado cacheteando el pavimento por una bruja ególatra y tramposa como yo? ¿No te dan ganas de aventarme un abogado, por ejemplo? Joaquín Sabina en Ruido (Esta boca es mía, 1994) una de sus más célebres y enérgicas canciones sobre los problemas de pareja, nos recuerda el papel que juegan los abogados en el fin del amor: Ruido de abogados, ruido compartido, ruido envenenado, demasiado ruido.
No tenemos un juramento, pero la ética más simple, nos hace defender con todas las armas legales, a nuestros clientes. Nuestro compromiso es usar la norma y la argumentación para que el negocio que patrocinamos, llegue a buen puerto. Y ese es el problema: arribar viento en popa a la costa deseada, implica el naufragio para el contrario, y eso a nadie le gusta, cuando alguien gana, otro pierde, y aquí comienza esta mala fama de los abogansters (como también se nos apoda despectivamente) que provoca que hoy llamen traidores a la patria a quienes defienden empresas al amparo del texto constitucional.
Hay otro problema que nos hace mala fama: el diario devenir tarde o temprano nos exigirá un abogado. Y el problema para el ciudadano de a pie es que muchas ocasiones se topará con truhanes o embusteros, leguleyos o simples charlatanes que no sólo estafan al cliente, sino que además laceran al gremio y contribuyen a aumentar la diabólica popularidad y ampliar la legendaria maldición gitana: entre abogados te veas, o la peor de todas, de tu abogado, ni tú te salvas.
Todos tienen derecho a un abogado, sea cual sea la causa o motivo, más aún, cuando se trata de procesos penales o sancionatorios, es una exigencia donde incluso el estado debe de proporcionarlo, justamente para garantizar plena legalidad. Por eso, el más interesado en que las empresas a las que se les quiere restringir algunos derechos se defiendan, debería ser el estado, pues no debe quedar a dudas, en caso de que pierdan, de que tuvieron un juicio justo y una adecuada defensa. A menos que se crea que se perderá, o que no es justo el procedimiento, entonces, ahí sí, de una vez llamarlos traidores a la patria.
Los traidores a la patria, esos que se tienen que ubicar en el último peldaño, en el abismo de la humanidad; pienso en quienes defendieron a Maximiliano de Habsburgo; en Atticus Finch de Matar a un Ruiseñor, representando a un negro cuando el odio racial era la constante en Estados Unidos; en el francés Jacques Vergès abogado de grandes criminales y genocidas como el criminal de guerra nazi Klaus Barbie o el negacionista del Holocausto Roger Garaudy; todos, llamados también abogados del diablo, acusados solo por hacer valer un principio universal: la debida defensa, hasta del peor de los delincuentes.
Los que hemos litigado, más de alguna vez hemos sido estos traidores, judas, abogansters; y ya nos acostumbramos a ello, lo soportamos estoicamente (aguantando callados, dijera Don Efrén González) porque recordamos, siguiendo al uruguayo Eduardo J, Couture, que nuestro único compromiso es ser leales: “Se leal: leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas”.




