Una explicación que a veces damos al surgimiento de las ciudades se relaciona con la creación o el descubrimiento de la agricultura. Según esta explicación, las personas eran nómadas y recolectaban su comida o cazaban, pero aprendieron a cultivar. Esto les daba ventajas por la mayor disponibilidad de alimentos y la facilidad de hacerse de ellos. Así comenzaron a convertirse en sedentarias en pequeños lugares, luego aldeas, pueblos y ciudades, a través de miles de años.
Ya en 1961 Lewis Mumford, en su clásico libro La ciudad en la historia, señalaba algo distinto. Este autor dice que, aunque los orígenes de la ciudad todavía son oscuros, y quizá nunca los conozcamos con exactitud, para intentar entenderlos debemos observar no solo los restos materiales (huesos, herramientas) donde asumimos que estuvieron, sino también el lenguaje y los rituales. Son estos los que diferencian a la especie humana de otras especies.
Antes que cualquier tipo de asentamiento humano existiera, ya existía vida social. Y también había alguna tendencia a intercambiar seguridad por movilidad. Se estaba más seguro en una cueva, pero se perdía la capacidad de explorar. Junto a la seguridad, permanecer en ciertos sitios daba a los grupos humanos el carácter de territorialidad, en términos de defensa. Mumford también reconoce que la acumulación de alimentos en un lugar puede ser un estímulo para establecerse en un sitio, al menos por un tiempo. Incluso la división del trabajo es más propicia si las personas permanecen en un espacio más o menos definido. En suma, son muchas las causas que podrían explicar la tendencia de la especie humana a crear sitios permanentes para habitar. En cierta medida, estas causas son compartidas con algunas otras especies.
Sin embargo, Mumford señala que en los agrupamientos humanos más primitivos hay algo que no existe en las especies animales: una inquietud ceremoniosa por los muertos que se manifiesta en los entierros deliberados. Hay evidencia de que estos entierros se llevaban a cabo con aprehensión piadosa y temor. El respeto por los muertos pudo haber tenido un rol mayor que otras necesidades más prácticas para que el ser humano buscara un lugar de encuentro y eventualmente se asentara.
Por lo tanto, la ciudad de los muertos antecede a la ciudad de los vivos. Para Mumford, en cierto sentido la ciudad de los muertos es la precursora (casi el núcleo) de la ciudad viva. En las primeras tumbas tenemos las primeras pistas de la vida civil, probablemente antes que cualquier asentamiento pudiera ser imaginado. Los santuarios no eran lugares a los que se regresara por recursos, comida, agua o protección. Ni siquiera eran un lugar de intercambio. En el centro ceremonial había una participación dedicada a una vida más abundante: no solo el incremento de la comida, sino el incremento del disfrute social. Esto lo lograban a través del uso más completo de la fantasía simbolizada y del arte, con una visión compartida de una vida mejor.
En la medida en que la ciudad tomó forma, se añadieron muchos más elementos, pero estas preocupaciones centrales, los ritos y el respeto por los muertos, permanecen como la razón principal de la existencia de la ciudad, inseparable, eso sí, de la subsistencia económica que la hace posible. Se puede decir, entonces, que antes de que la ciudad fuera un lugar fijo de residencia, existió como un lugar de encuentro al que la gente regresaba.
Aunque no hay un acuerdo entre los expertos acerca de cómo comenzaron los procesos de domesticación de los animales y el cultivo, sí hay evidencia de que no parecen ser los gérmenes de la vida sedentaria. Quizá la necesidad de estar reunidos por razones espirituales hizo que los grupos humanos comenzaran a buscar formas de subsistir sin un constante movimiento. En el Oriente Próximo se descubrió, hace apenas unos 30 años, un sitio llamado Göbekli Tepe (en el sureste de lo que hoy es Turquía). En este lugar, hace unos 12,000 años, un grupo de personas erigió un monumento a sus dioses. Esto fue mucho antes de la existencia de la agricultura. El monumento consiste en círculos enormes de piedras en forma de “T” puestas de pie. En las piedras hay grabados con imágenes de animales depredadores y venenosos. Lo asombroso de Göbekli Tepe es que se construyó lejos de cualquier otro asentamiento humano. De acuerdo con las excavaciones, cientos de personas debieron haber estado involucradas en estas obras: tenían que extraer las piedras, desplazarlas, colocarlas y ponerlas de pie. Además, había que grabarlas. Así que se tuvo que haber requerido una organización no solo para estos trabajos, sino también para proveer de comida, agua y refugio a los trabajadores. El arqueólogo responsable de esta excavación, Klaus Schmidt, sugiere que la comida que se recolectaba probablemente no era suficiente, y la agricultura pudo haber sido una fuente más confiable de tenerla.
Se sabe, además, que Göbekli Tepe fue visitada posteriormente a su creación por otros grupos humanos, y que los visitantes debieron haber viajado cientos de kilómetros. Hay evidencia arqueológica de que ahí hubo banquetes, con tazones enormes que contenían unos 40 galones de algún líquido (quizá cerveza) y pilas gigantes de huesos de animales.
Son entonces la reverencia y el respeto a los muertos (y sus tumbas), por un lado, y las ceremonias y rituales por el otro, lo que parece explicar más que cualquier otra cosa el surgimiento de las ciudades. En la actualidad, el retorno de migrantes al lugar donde están enterrados sus muertos, al menos una vez al año, podría dar pistas de que, aunque la ciudad sea muchas cosas, es particularmente un lugar de reencuentro entre quienes viven y quienes vivieron.
* Mumford, Lewis. The City in History. Its Origins, its transformations, and Its Prospects. Harcourt.
*Podany, Amanda. Ancient Mesopotamia. Life in the Cradle of Civilization. California State Polytechnic University.
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