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domingo, diciembre 21, 2025

La modernidad, origen de la crisis ambiental

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Cuando hablamos de la modernidad o de «lo moderno» cotidianamente lo asociamos a la ciencia, lo civilizado, al progreso, tanto económico como tecnológico, a estilos de vida sofisticados y refinados y, en general, a un estado humano deseable. De esta manera, «lo moderno» se utiliza generalmente como un adjetivo, que se entiende como sinónimo de aquello que es «bueno». Pero ¿qué es lo moderno? Se da el nombre de Modernidad a un periodo histórico que inició en el siglo XV marcado por el descubrimiento de América, la invención de la imprenta, la secularización religiosa y la primera revolución científica. Lo que en el ámbito académico se discute, es ¿cuándo terminó la modernidad o si seguimos dentro de ella? Algunos pensadores se han dado a la tarea de responder esta pregunta, entre ellos destacan Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard, Gianni Vattimo, y para ellos vivimos en un mundo posmoderno desde la década de 1960. Otros pensadores siguen haciendo esta respectiva evaluación, desde su propia realidad y contexto, para determinar si la sociedad en la que viven ya superó la modernidad y dio el paso a la posmodernidad, o se continúa viviendo en la modernidad. Tal es el caso del filósofo mexico-ecuatoriano Bolívar Echeverría, quien analiza la herencia que dejó la modernidad pues su respuesta apunta hacia el origen del problema más relevante de la actualidad: la crisis ambiental.

Para Echeverría, el rasgo más característico de la época moderna es la transición de la humanidad de un estado de «escasez» a uno de «abundancia» por medio de lo que actualmente entendemos como tecnología, así lo menciona en su libro Las ilusiones de la modernidad publicado en 2018.  En otras palabras, en la época moderna el desarrollo de la tecnología por parte de los humanos facilitó la manera en que éstos se relacionaban con el medio ambiente, ya que, por medio de herramientas y de un mejor conocimiento de la naturaleza, los seres humanos podían producir más de lo que necesitaban para vivir, pasando así de un estado de escasez a uno de abundancia. Hay que señalar que el desarrollo de la tecnología del que habla Echeverría va ligado necesariamente a lo que Max Weber (2009) llamaba la «acción racional», es decir, una manera de actuar sobre las cosas que implica el conocimiento acerca de éstas para así poder conseguir lo deseado. En otras palabras, tratamos de entender cómo funciona la naturaleza por medio de la ciencia, para en segundo momento poder manipularla a nuestra conveniencia.

¿Cuál es el problema de vivir en este estado de abundancia? Inicialmente no parece haber conflicto, pues se podría pensar que mediante la vastedad de recursos proporcionados por la tecnología y el conocimiento científico se pudieran alcanzar condiciones más propensas para que el ser humano alcance la «felicidad», y se postraría a sí mismo como una deidad, o sea, un Dios terrenal que controla la naturaleza y la pone a su servicio. Lamentablemente esto se cumplió y dejando a un lado la pregunta de si el ser humano es más feliz en esta situación de abundancia, las consecuencias ambientales del proyecto moderno son innegables. 

Bolívar Echeverría en su texto La modernidad de lo barroco publicado en el 2017 señala puntualmente que una de las contradicciones esenciales de la modernidad capitalista es la pretensión de abundancia pues ésta «en lugar de satisfacer las necesidades humanas, las elimina, y, en lugar de potenciar la productividad natural, la aniquila» (p. 35). En otras palabras, al haber pretendido satisfacer los deseos de la humanidad mediante un consumo desmedido y una desvalorización de la naturaleza, eventualmente no se retornará ni siquiera a un punto de escasez, pues la forma en que producimos y consumimos en la actualidad anulará totalmente las posibilidades de satisfacer las necesidades humanas básicas dada la devastación ambiental.

Si la crisis ambiental es consecuencia de un mal manejo de recursos, ¿no podría ésta contrarrestarse con una producción basada ya no en el supuesto de abundancia, sino en el de prudencia? Aunque esta conclusión parece ser evidente, es un poco más problemática, ya que, no nos hemos visto aún forzados a regresar a un estado de precariedad, por lo que un cambio en nuestras prácticas de producción y consumo implica desarticular todo un sistema de creencias que se sostiene en una lógica del exceso, en la que el sentido de la vida humana se da en cuanto a la producción de riqueza y el consumo excesivo.

¿Qué nos queda de los planteamientos expuestos? Primeramente, considero que Echeverría logra despertar una actitud más crítica respecto a los discursos de «lo moderno»; pues este filósofo, sin ignorar características positivas de la modernidad, apunta a que es una insensatez vivir todavía bajo la lógica moderna de la abundancia, pues las condiciones actuales ya no lo permiten, por lo que habría de pensarse en modos diferentes de vivir. Pensar en una restructuración completa e inmediata de los sistemas de producción y consumo actuales es inimaginable, así que como individuos nos queda ser críticos ante nuestras prácticas de consumo; pensar si de verdad satisfacemos necesidades o sólo consumimos como una práctica irreflexiva y sistematizada: analizar qué es lo que subyace al discurso de «lo moderno» y, sobre todo, cuestionar su valor.

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