- Sus padres fueron de Jalisco, él es parte de esta ciudad, sus pasos se escuchan
- Espera que haya alguien con dinero interesado en el rico acervo cultural que es su colección
Aunque sus padres lo dejaron huérfano a una corta edad, bastaron ocho años para que Zenaido Muñoz se enamorara de la cultura y más que eso, se convirtiera en el promotor por excelencia de las actividades de la Casa de la Cultura, las universidades, los promotores que vienen de la Ciudad de México. Sus primeros recuerdos son los de su infancia en los años 30, pero todavía su figura deambula por la ciudad y cada vez se camuflajea más con el color de las piedras del piso de la plaza.
“Desde niño estoy involucrado con todo eso de la cultura porque siempre me gustó eso, también porque a mi papá y a mi mamá, le gustaba mucho el teatro, el cine, la ópera, los conciertos de música, lo de la danza y todo eso les gustaba, entonces nos llevaban siempre que había oportunidad”.
Otro recuerdo de su niñez fue cuando venían los teatros de carpa y los circos, ahí de alguna forma fue cuando se empezó a gestar el gusto por la actividad que ahora realiza. “Llegaban al barrio y entonces a los niños que queríamos entrar gratis a las funciones nos daban volantes para repartir en todo el barrio, ya sea del circo, de los títeres o del teatro carpa, entonces los repartíamos y nos dejaban entrar a la función de la tarde que era cuando había menos gente”.
A los 16 años empezó a participar en la compañía de teatro Hamlet con el maestro Elías Rivera, él se dedicaba a repartir los programas de mano y también los apoyaba a hacer escenografía, acomodar la iluminación, planchar vestuarios, hacer los decorados, participar en el sonido. Le gustó estar tras bambalinas, eso le gustó más que actuar porque actores ya había mucho y muy buenos, prefirió no competir.
“La difusión casi nadie quiere, hasta el día de hoy en los grupos de teatro, nadie quiere y hacen todo y se les olvida hacer la difusión y casi no hay difusión porque nadie quiere o no hay dinero para mandar a hacer la publicidad, nadie quería y yo sí quería”.
Cinco mil carteles, volantes, programas de mano de colección
Sin pretender hacer una colección, empezó a separar carteles o volantes que le gustaban, donde aparecían los nombres de la gente que conocía o incluso donde estaba él que la hizo de extra en algunas ocasiones. Esos carteles primero ocuparon una esquina de un cuarto. “A través del tiempo, primero en una esquinita y después se fue llenando el cuarto y ya se llenó el cuarto y bueno pues los pongo en este otro y se llenó ese otro, pos ahora en el otro y así se fue, fue como una invasión porque se van llenando los cuartos al rato está la casa llena, ya no puedo entrar, pos ya está todo ocupado, apenas para vivir en la calle y los carteles adentro”.
Además de tener una colección de alrededor de cinco mil carteles tiene también desde hace aproximadamente diez años un registro visual y audiovisual, tiene fotos de los años 70 y 80, el video comenzó después con un proyecto apoyado por el PACMYC que consistía en registrar todos los eventos de arte y cultura, pero principalmente las obras de teatro, eso que empezó como una beca por un año se extendió hasta ahora.
En los años 30 para promover las actividades culturales sólo se imprimían volantes o programas de mano que se pegaban en las esquinas, se repartía de mano en mano y se les entregaba a las personas a la entrada del espectáculo. No se imprimían carteles porque las máquinas de las imprentas aquí eran pequeñas, luego se imprimieron unos de tamaño cartulina, pero sólo tenían letras con toda la información, quienes querían con imágenes los mandaban imprimir fuera hasta que las máquinas offset llegaron aquí.
Incluso cuando no había dinero, los grupos independientes hacían en cartulinas blancas con puntillas donde insertaban todos los datos y las ponían en las esquinas estratégicas o en la entrada de alguno de los teatros, el Minerva, Margil, Libertad o Salón Obrero, el del sindicato ferrocarrilero. En aquel tiempo se trabajaba mucho por beneficencia, tanto para las asociaciones como para las escuelas.
Qué sueña hacer con su material
Le gustaría poder hacer un museo archivo donde los carteles, volantes y programas de mano estén clasificados por años para que puedan ir a consultarlo los estudiantes de diseño gráfico, historia, gestión cultural y sociología. La idea sería tenerlo a disposición para consulta, además de tener exposiciones permanentes de ese mismo material.
Tener proyecciones del material en VHS que sea parte del acervo en un área asignada para esto, que se puedan sacar copias para quien quiera tenerlas o incluso los propios carteles. También debería de haber una cafetería y un espacio para representaciones teatrales.
Hasta el momento no ha encontrado quien lo apoye para sacar adelante este proyecto, entre risas dijo que pensó en Carlitos Slim, el hombre más rico del mundo a ver si quiere patrocinarlo, para juntarse el hombre más rico y el más pobre, las dos mentes creativas para hacerse socios.
Su época en la industria textil
Zenaido sólo estudió hasta sexto de primaria porque no era gente de dinero y en aquel tiempo había sólo dos opciones para seguir, una de esas escuelas era católica de paga y la del gobierno para la que necesitaban recomendaciones de algún personaje influyente; había que comprar libros y otros materiales.
Cuando se quedó huérfano buscó la forma de hacerse de una forma de sobrevivir, fue a los trece años, en la industria textil donde empezó a trabajar fabricando suéteres, chalinas, mañanitas, bufandas. “Cada año se hacían los diseños exclusivos, había una temporada en que se hacían los diseños para todo el año, uno mismo tenía que usar el cerebro, inventar los dibujos y las combinaciones, tenían muchas posibilidades”.
“En la mañana trabajábamos para sacar para la papa y en la tarde y en la noche nos dedicábamos a los que nos gustaba la música, el teatro, la danza, la difusión de las artes”.
Duró 20 años trabajando para la industria textil pero cuando había oportunidad también hacía sus chambas como promotor pegando carteles y repartiendo volantes, luego vino una época tan buena en cuestiones de promoción que pudo vivir sólo de eso mientras la industria textil vino a menos.
“Empezaron a venir muchas compañías de México con obras de teatro y me ocupaban mis servicios y grupos independientes de aquí y la Casa de la Cultura, más antes difundía mucho, cada evento hacía carteles, volantes y programas de mano, entonces había mucha difusión en las obras. Uno de los sexenios en que hubo mucha difusión al arte y a la cultura fue en el tiempo del Diablo Varela y gracias a eso, quedó documentado todo su sexenio”.
Ahora la difusión impresa se ha venido abajo, además de la disminución de los eventos, aún así lo que ahora gana le ha servido para irla pasando.
Cansado
A sus 71 años se siente cansado, pero reconoce que hacen falta muchas cosas por hacer, ha conocido a muchos artistas, intelectuales, pintores, escritores, gente de todo el mundo del arte y la cultura, del cine, de todo le ha tocado ver.
En su rostro es fácil ver dibujada una sonrisa y con un poco más de esfuerzo y algo de recuerdos una carcajada aflora fácilmente a su expresión, es picante, crítico, sus conocimientos van más allá del territorio de este estado y su capacidad para mirar más allá de lo que parece es muy grande.
Su andar lo ha hecho testigo de la transformación de la cultura, de cómo cambiaron los costos de las entradas de 25 centavos a 75 centavos, luego a diez mil pesos, luego 15 nuevos pesos y ahora 20 ó 35 pesos. A través del paso del tiempo por la cultura se puede ver más allá que la transformación del arte o del propio tiempo. Sus anécdotas son tan largas como sus barbas que se las ha dejado crecer igual que el cabello dice para interpretar papeles de “azoros” en los cortometrajes a los que lo invitan a participar.




