Los abrazos son medicina
Para mi papá, que me enseñó en práctica cómo un abrazo puede ser medicina
¿De dónde viene la necesidad de abrazarnos? Podemos verlo en los monos, que tienden a relacionarse por un aseo interindividual, en el que inspeccionan y recorren su pelaje en búsqueda de suciedad, es decir, se hacen “piojito”. Los humanos no lo hacemos con el propósito de asearnos, sino para interactuar con el campo del otro, demostrar afecto y tocar(nos) de manera tan simbólica como literal.
La arquitectura neurobiológica de una caricia lenta está compuesta de la excitación de neuronas táctiles, que podemos encontrar en las zonas donde crece el vello y que solo responden a caricias lentas y ligeras que desencadenan endorfinas, un neurotransmisor que forma parte del sistema de control del dolor y que se encargan de producir un efecto analgésico similar al de la morfina, pero sin generar ninguna adicción. Así que ya sabes: cada vez que acaricies de forma lenta estarás generando una respuesta parecida a la de la morfina en tus seres queridos o en ti mismo.
Si esto sucede solo con una caricia, ahora imagina lo que sucede con un abrazo. Por medio de encefalogramas, estudios neurológicos han demostrado que un abrazo produce una descarga masiva de endorfinas. Por eso parece existir un impulso instintivo de colocar entre los brazos alrededor de alguien mientras está pasando por dolor físico o emocional, como si una caricia no fuera suficiente.
Además, abrazar ayuda a producir oxitocina, mejor conocida como la hormona del amor, otro neurotransmisor que actúa en el sistema límbico (el centro emocional del cerebro). La oxitocina influye en el equilibrio entre las dos ramas del sistema nervioso autónomo: el sistema simpático (defensa, huida) y el parasimpático (calma, relajación). Al reducir la actividad del sistema simpático, disminuye la frecuencia cardíaca y la presión arterial, promoviendo una sensación de calma y relajación. Esta disminución de la actividad simpática favorece la activación del sistema parasimpático, asociado con estados de descanso y digestión. Asimismo, la oxitocina está involucrada en la formación de vínculos afectivos, como el amor y la empatía, y en la reducción de comportamientos agresivos. Además, disminuye los niveles de ansiedad y estrés, promoviendo una sensación general de bienestar. Y finalmente, la oxitocina puede aumentar el umbral del dolor, actuando como un analgésico natural y proporcionando una sensación de bienestar.
En “El abrazo: de las bases a su expresión en la vida y el arte”, Suárez-Morales, Mendoza-Popoca y Carrillo-Esper afirman lo siguiente: “Los abrazos son el condimento de la convivencia humana, aderezan los sentidos y unen el cuerpo con el alma. La cercanía de dos cuerpos, propia de un abrazo, eleva los sentidos a través de sensaciones como el aroma, el roce de la piel, el latir del corazón, el calor humano, el roce de la piel y los besos, que son sin duda el mejor acompañante del abrazo, que al unísono y en armonía multiplican el estímulo sensorial y exaltan al espíritu. En ocasiones un apretón de manos, que estimula el tacto, se complementa con un abrazo. ¿Se han puesto a pensar que haríamos sin los abrazos? Sin éstos no seríamos humanos, habría ausencia, vacío. La madre sin abrazar al hijo, el amante a la amada, el amigo al amigo, una vida fría y no condimentada.”
El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein afirmaba que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. En este sentido, sostenía que la realidad de pensamientos y la realidad de lenguaje están compuestas de elementos parecidas, en otras palabras: lo que trasciende mi lenguaje termina por ser desconocido por mis pensamientos. Es aquí la importancia de la interacción corpórea de cuando las vivencias sobrepasan los sentimientos que pueden ser nombrados.




