Si algo ha dejado claro el jurado del condado de Los Ángeles es que servir té no es tan inocente como parece, sobre todo si termina con injertos de piel en zonas que nadie quisiera ver comprometidas. Michael García, repartidor de profesión y ahora símbolo de los peligros del autoservicio, ganó una demanda por la módica cantidad de 50 millones de dólares contra Starbucks, tras sufrir quemaduras graves cuando una bebida hirviendo se volcó en su regazo en febrero de 2020.
El incidente ocurrió en un drive-thru californiano, donde el empleado de la famosa cadena aparentemente no colocó correctamente la bebida en la bandeja para llevar. Pocos segundos después, el desastre: la tapa no resistió, el té voló y García terminó hospitalizado con severos daños en sus genitales. Las consecuencias incluyeron cirugías reconstructivas, injertos de piel y una demanda por negligencia. El jurado no tardó en dictar sentencia: Starbucks era responsable, y la suma debía ser ejemplar.
Los abogados de García no escatimaron en calificativos: “flagrante desprecio por la seguridad del cliente”, “falta de aceptación de su responsabilidad”. Básicamente, acusaron a Starbucks de tomarse muy en serio eso de “te escaldamos de la emoción”.
Por su parte, la empresa respondió con una postura digna de relaciones públicas de manual: mostraron empatía, dijeron estar comprometidos con la seguridad y, claro, anunciaron que apelarán. ¿La razón? Consideran que el veredicto es “excesivo”. En el fondo, Starbucks parece decir: “Lamentamos lo sucedido, pero ¿50 millones? Venga, ni que el té fuera de oro”.
Ahora bien, el caso no es tan aislado como podría parecer. Las demandas por bebidas calientes son casi un subgénero legal en Estados Unidos. El antecedente más célebre es el de Stella Liebeck en los años 90, quien se quemó con un café de McDonald’s y fue inicialmente indemnizada con casi tres millones de dólares. El caso, frecuentemente caricaturizado como ejemplo de demandas “frívolas”, terminó con una suma mucho menor, pero sentó un precedente. Al parecer, los jurados no olvidan que las bebidas calientes, cuando se manipulan mal, queman más que los contratos de permanencia forzosa.
Aunque también hay casos en los que los restaurantes ganaron: como cuando un niño volcó su café encima y el jurado consideró que el niño, o sus padres, debían saber que el café… pues quema. Sí, el sistema legal estadounidense tiene su propio sentido del humor.
Lo curioso es que tanto en el caso de Liebeck como en el de García, el foco no es solo la temperatura del líquido, sino la actitud de las empresas. La percepción de que los gigantes corporativos minimizan su responsabilidad o no invierten lo suficiente en protocolos de seguridad puede costarles caro. Y en tiempos donde una marca puede perder reputación más rápido que lo que tarda en prepararse un latte, este tipo de juicios son más que una advertencia legal: son una lección de relaciones públicas.
Mientras Starbucks prepara su apelación y probablemente ajusta sus capacitaciones sobre cómo colocar bebidas en bandejas, queda una pregunta al aire: ¿es este el fin de las demandas por líquidos calientes o el inicio de una nueva temporada de juicios escaldantes? Porque si algo nos enseña esta historia es que el autoservicio puede no ser tan automático como pensamos… y que a veces, el precio del té es más alto de lo que uno imaginaba.




