En un país donde tener hijos se ha vuelto un lujo y no un derecho garantizado, la Secretaría de Educación de Tabasco decidió responsabilizar a la juventud por la crisis de matrícula escolar. Patricia Iparrea Sánchez, titular de la dependencia, no encontró mejor solución que pedir a los jóvenes que “se animen” a tener hijos —y no mascotas—, para combatir la disminución del alumnado en nivel básico. Literalmente: “las mascotas son mascotas”, dijo, y los niños, según su lógica, “el relevo generacional que necesita ocupar las aulas”.
La funcionaria lanzó esta exhortación durante una rueda de prensa estatal con el gobernador Javier May, luego de reconocer que Tabasco enfrenta una caída en la matrícula escolar que ha obligado a reubicar a cientos de docentes. Solo en el último ciclo escolar, más de 300 maestras y maestros han sido reasignados, y se anticipan 266 reajustes más. Pero en lugar de abordar las causas estructurales —como la precarización laboral, la falta de servicios públicos adecuados o la inseguridad—, el gobierno decidió voltear hacia las decisiones íntimas de la población joven.
Desde 2015, la matrícula en educación básica del estado ha bajado en más de 67 mil estudiantes, y sí, las proyecciones del CONAPO indican que la población infantil disminuirá aún más en las próximas décadas. Pero pedirle a la juventud que solucione el problema “haciendo más niños” no solo es reduccionista: es una falta de respeto frente a un panorama social que desincentiva activamente la maternidad y la paternidad.
Las y los jóvenes no están “eligiendo perrhijos” por capricho. Están respondiendo a una realidad donde tener descendencia puede representar un acto de riesgo: económico, ambiental y hasta vital. De acuerdo con la OCDE, el 94.4% de las juventudes en México cita el costo de vida como el principal motivo para no tener hijos; 91.2% señala la inseguridad, y un número creciente menciona la crisis climática como factor determinante.
Tener hijos no es una obligación con el Estado ni con su sistema educativo. Es una decisión profundamente personal que no debe estar mediada por la presión institucional o por los rezagos administrativos de una secretaría que no supo anticipar los efectos del cambio demográfico. Mucho menos por una visión que concibe a los niños como futuros “gobernadores, doctores o presidentes municipales”, como si la función social de la infancia fuera llenar cuotas del Estado.
La educación pública en México, y en Tabasco en particular, atraviesa una crisis seria, pero la respuesta no puede ser el fomento implícito de la natalidad sin garantizar primero condiciones dignas para vivir. ¿Dónde están las políticas de conciliación familiar? ¿El acceso universal a salud sexual y reproductiva? ¿Las guarderías públicas, las licencias de crianza, la seguridad para salir a la calle? Sin eso, pedirle a los jóvenes que traigan más personas al mundo es, más que una sugerencia, una irresponsabilidad.




