En un país donde todavía se debate si la tierra es plana y el cubrebocas fue una imposición globalista, la tos ferina acaba de cobrarse la vida de 45 bebés. Todos menores de un año. Ninguno vacunado. La Secretaría de Salud federal lo reconoce: “El 100% de las muertes ocurrieron en lactantes sin antecedentes de vacunación”. No fue un virus mutante ni un fenómeno sin precedentes. Fue, literalmente, una tragedia previsible con nombre, apellido y calendario de vacunación olvidado.
Según el Boletín Epidemiológico de Enfermedades Prevenibles por Vacunación, al 18 de abril de 2025 se han reportado 2,772 casos probables y 749 confirmados de tos ferina en todo el país. El 91% de los fallecimientos se concentraron en menores de seis meses de edad —es decir, en bebés que apenas comienzan a descubrir el mundo, pero que ya fueron alcanzados por una negligencia estructural.
La distribución de muertes abarca 15 entidades federativas, con Puebla liderando la tasa de letalidad, seguido de Campeche, Chiapas, Jalisco y San Luis Potosí. En cuanto a la presencia del virus, destacan la Ciudad de México, Chihuahua, Aguascalientes y Nuevo León. La enfermedad, causada por la bacteria Bordetella pertussis, no es una desconocida: su esquema de vacunación está disponible y aprobado desde hace décadas.
La enfermedad se presenta en tres fases: catarral (leve pero muy contagiosa), paroxística (con tos violenta, cianosis y estridor) y convalecencia. Lo peligroso es que durante la segunda fase los menores pueden llegar a presentar apneas que comprometen su respiración y, en los casos más graves, provocar la muerte. Todo esto, mientras en redes sociales proliferan influencers que llaman a “desintoxicar el cuerpo” y cuestionan la “toxicidad de las vacunas”.
Y aunque se podría culpar únicamente a los padres que no vacunaron, hay que mirar un poco más arriba. En 2024, se documentaron 32 muertes por tos ferina, una cifra ya alarmante. Pero ahora, en apenas tres meses y medio de 2025, se superó esa cantidad: 45 defunciones. ¿Y la estrategia nacional de vacunación? Bien, gracias.
La propia Secretaría de Salud, ahora bajo el mando del doctor David Kershenobich, admite que es urgente reforzar los esquemas de vacunación, especialmente en zonas de alto riesgo: municipios turísticos, regiones fronterizas y corredores migrantes. También urge intervenir en el “peridomicilio” de cada caso —es decir, ahí donde vive la gente real, no solo donde se hacen las conferencias de prensa.
Mientras tanto, la recomendación institucional suena a disco rayado: vacunar en tiempo y forma, lavarse las manos, cubrirse al toser, desinfectar superficies. Todo muy 2020. Pero la lección parece no haber calado hondo.
En este país, donde las epidemias se reciclan y la prevención se deja en visto, los bebés siguen muriendo por enfermedades que ya tenían fecha de caducidad. Y la tos ferina, con sus accesos de tos nocturnos, no solo ahoga a los recién nacidos: también expone el suspiro agónico de un sistema de salud que aún no entiende que prevenir cuesta menos que enterrar.




