Donald Trump volvió a activar su retórica de alto voltaje contra el fentanilo, acusando a México, Canadá y China de ser cómplices —por acción u omisión— de una epidemia que, según él, está “matando a cientos de miles de estadounidenses”. Esta vez, las advertencias vienen aderezadas con amenazas arancelarias del 25% y llamados a castigar económicamente a quienes “no hacen suficiente” para frenar el flujo de drogas.
En publicaciones en su red Truth Social, el expresidente estadounidense (y actual candidato) insistió en que tanto México como Canadá permiten la entrada masiva de fentanilo, facilitado, dice, por la producción china. Aunque el 4 de marzo era la fecha pactada para la entrada en vigor de los nuevos aranceles al acero y aluminio, Trump ha pospuesto dos veces su implementación, citando un “reconocimiento” del trabajo de ambos países en la materia. Eso sí, sin soltar el garrote.
Mientras afirma mantener una “buena relación” con la presidenta Claudia Sheinbaum, Trump también afirma que “los cárteles controlan parte de México” y se ofrece —sin que nadie le haya invitado— a “ayudar”. Todo esto mientras promueve una agenda de presión diplomática y económica para “castigar” a sus vecinos y a China, incluso instando a empresas como Boeing a “tomar represalias”.
En su segundo mandato, Trump ha intensificado su narrativa de guerra contra los cárteles, incluyendo la designación de varios como “organizaciones terroristas extranjeras”. No es sólo una estrategia de seguridad: es una plataforma política de exportación del conflicto, útil para justificar represalias comerciales bajo un discurso de crisis de salud pública.
Pero en esta ecuación, hay ausencias evidentes: datos verificables, cooperación binacional sostenida y una estrategia integral de salud pública en EE.UU. Lo que sí hay es campaña, espectáculo y un mensaje claro: si no detienes el fentanilo, te cobro con aranceles. Una lógica que, más que detener la droga, alimenta la polarización y el proteccionismo.




